Llegué a casa temprano. Mi perro, Paco, tenía un mal día y se dedicó a morder mi silla favorita. La mecedora de mi habitación estaba meada y con un gran excremento suyo. Qué mal acaba el día. Recibo una llamada, es Daiana, me dice que mi coche se lo lleva la grúa y que a su bicicleta se le ha pinchado una rueda. ¿Por dónde se supone que he de comenzar? Cogí a Paco, lo puse en el balcón del primer piso:
-¡¡Castigado ahí!! ¿Es que no te he enseñado a ser bueno? Hombre Paco, que voy presumiendo de mascota. ¿Eres capaz de mirar el reloj y despertarme todos los días a las siete de la mañana y no eres capaz de recordar dónde has de hacer tus necesidades?
Paco sacaba la lengua, jadeando y mirándome con su cara de no haber roto un plato. Bajé mi tono de voz, le acaricié la cabeza mientras él se acercaba mimoso. Siempre fue un perro muy gatuno.
-Cuando regrese, te suelto y tendremos una seria charla tú y yo… Y esta vez Daiana no te va a salvar por poner morritos. Tus morritos funcionaban con dos meses, ya no… Quédate ahí y cuida de que el jardín no crezca más de lo normal.
Limpié la mecedora y la puse a airear para que perdiese el mal olor. Del sillón ya me encargaría después. Al salir de casa me encuentro con un señor que tropieza conmigo. Caigo y él ni se inmuta, como si fuera una brizna de paja. Me levanto y voy rumbo al depósito de coches. Caminando está lejos, a una media hora, pero así puedo permitirme el lujo de relajarme un poco. Me pongo los cascos escuchando mi mp3. Suena un popurrí entre relajado y zalamero. De repente, recibo un sms. Pi-pí, pi-pí, es Daiana: “Hoy no te vas a escapar”. Le contesto: “No pienso capitular tan fácilmente”. Se masca la tensión. Pi-pí, pi-pí. Otro sms, de nuevo es ella: “Te espero al final de la avenida de la Constitución, en la esquina que une con Schulz”. En mi recorrido suena Nena Daconte, Conchita, Beatles, Yordano, Revólver, James Blunt, La Fuga, Jason Mraz, Sabina, Serrat, Mayall… Una buena colección. Miro a las personas que pasan por la calle camino de las afueras de la ciudad. Me desvío y cojo por la avenida que da a la playa de San Lorenzo. La primavera ha llegado al norte y eso se nota. Observo a las parejas, los señores mayores, los jóvenes y me introduzco en sus cabezas. ¿Qué pensarán? Con finos hilos de voz capto alguna conversación insustancial. Observo que las personas sonríen. ¿Por qué? ¿Habrán tenido sexo la noche anterior? ¿Habrán conseguido enamorarse y estarán tramando un plan para lanzarse a la conquista? El paseo marítimo es toda una vida. Podría contar cientos y cientos de pequeños detalles. Por la mañana el agua llega hasta la escalerona, pero por la tarde hay un espacio de por lo menos 20 o 50 metros de arena para todo aquel osado que se atreva a retar al frío litoral… (continuará)
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