Te echo de menos como un colibrí al néctar diario. Te echo de menos como el cielo azul al sol, como la luna a las estrellas. Te echo de menos como la verticalidad a los cimientos. El día se torna en un cuadro complicado de explicar. Heme aquí, de nuevo perdido en las eternas vías madrileñas. Bajo al metro. El bullicio es harto. Recuerdo aquel momento cuando acordamos borrar al mundo. Hago lo mismo y ya no hay nadie en el metro. Todo es gris. Sólo la música comprende la ambivalencia de dos sentimientos antagónicos. Quiero no echarte de menos pero no puedo. No puedo evitar querer visitar la cafetería donde tomábamos algo por la tarde-noche. No sé por qué paso por delante de tu trabajo con la falsa ilusión de verte en una casualidad fingida. Se produce una advección tormentosa de emociones que me cercenan cualquier atisbo de raciocinio. Mis palabras no llenan los huecos que dejaste en un espacio vital inoportuno para la ocasión. Delante del resto de esta galaxia no pasa nada. Más, subyace en un planeta oscuro una amalgama de emociones heridos porque te echo de menos tanto, que el café de medianoche es un impulsor amargo por más azúcar que le eche. La dulzura te la llevaste tú un día de verano.
Te fuiste sin avisar, sin carta, sin explicaciones. La ciudad es un desierto de hormigón e inhumanidad. ¿Dónde estarás? Quiero odiarte. Anhelo sentir rencor. Pero aquí estoy, contando los días y los meses. Ya van dos años desde tu partida silenciosa. Todos creen que la promiscuidad vital me hizo superar tu rechazo. No es más que un mundo vacuo como el cigarrillo que me fumo mirando las estrellas por la ventana de mi cárcel, esperando un mail que me explique por qué elegiste aquel infausto agosto. Las calles de Madrid se derretían y con tu marcha, formé parte del negro asfalto. Negro, así se tornó todo desde entonces.
Te echo de menos y nadie lo ve. Tú no lo ves. Sólo este prisma interno convertido en averno. Sólo esta esfera gigantesca que no basta para olvidarte, para no echarte de menos. No hay hojas en un libro que no deseen escuchar y esbozar en palabras infinitas lo muchísimo que anhelo volver a oler tus cabellos por la mañana. Volver a ver cómo te comías la manzana con esa sonrisa indeleble. No hay tantos Madrid, ni tantas ciudades en el mundo que alberguen en sus entrañas una historia a la que jamás pondré “The End”. Te echo de más en el sinsentido de una vida exigua. Vivo en recuerdos de fantasías imposibles. Mi vida es un fingir hasta que encuentre el camino que dejaste marcado y aún no he logrado vislumbrar. Porque te echo de menos. Te echo de menos y mientras siga haciéndolo, el todo, sencillamente es una gran nada. Como nada es todo desde que marchaste y pereció contigo la ilusión de mis sueños.
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