Ser una mujer como yo hoy día es realmente complicado. Y más cuando no eres la típica chica al uso, de esas que le dan por salir y ligarse a veinte mil tíos al cabo de un mes. No soy así, realmente no puedo serlo. Algunos me han tildado de estrecha y otras cosas peores. El mundo está lleno de machistas y personas cortas de miras. No obstante, no creo que yo sea el ejemplo perfecto. Soy una mujer cercana al cuarto de siglo que se asemeja poco a lo que es común y corriente. Más, eso no es óbice para que algunas veces la vida te ponga en un lugar de lo más banal. Estoy segurísima, convencida, vamos, que la historia que voy a relatar le habrá pasado a mi adoradísimo Woody Allen, es una historia atemporal. Imagino en la Edad Media a un buen montón de personas que entre sus preocupaciones por no morirse de hambre, por sus cultivos, sus tierras y por no ser un objeto opresor del poderoso, contándole a su allegado sus affaires amorosos como si fueran de lo más extraordinario. No, lo digo desde ya, no es esto algo extraordinario, ni tan siquiera me siento orgullosa de esto. Si se lo contase a mis padres, probablemente mancillaría mi buen nombre.
Hace un año aproximadamente estaba en la Biblioteca estudiando con mucho ahínco para los exámenes. Sí, era pronto, estaba a punto de comenzar la Semana Santa, pero siempre he sido aplicada y dócil en mis estudios ya que me queda poco para acabar. Tengo algunas asignaturas atravesadas, pero me encanta la Biología. Después de mi querido Woody (Allen), los Beatles y la década de los 60 a los 80, creo que es de lo que más me apasiona. Ahí estaba yo, uno de esos últimos días de invierno y de repente lo vi a él. Era… No era muy atractivo, la verdad sea dicha. Pero hasta en eso he sido rara. Nunca me han gustado los típicos chicos guapetones (Brad Pitt, Ricky Martin, etc…). Ese chico tenía algo. ¿La mirada? ¿Los libros de Geomorfología química? Su aire displicente y misterioso para con el mundo? Aún no lo sé. Lo que más rabia me da al contar esto, es que yo no soy de esas mujeres que se enamoran como locas de la primera persona que pasa. Por eso esta historia es tan absurda para mí. El resto de la tarde no pude dejar de mirarlo, sus gestos, cómo pasaba las páginas, como se tocaba la tez. Tenía una barba de varios días, lo cual le daba un halo de chico malo que me dejó… rendida.
Creo que ninguna mujer en su sano juicio se hubiera fijado en él. Pero yo sí lo hice. El azar, y no ese ente que algunos llaman Dios, lo volvió a poner en mi camino en días posteriores. No sé por qué, pero comencé a verlo en todos lados. Ilusión o no, sueño o realidad, ahí estaba él. Nos conocimos un día… sino recuerdo mal fue en el mes de mayo. Fue tan casual. Creo que él se fijó en mí. No me considero nada excepcional, pero sé que soy lo suficientemente guapa como para abarcar un buen número de zalamerías, aunque ni las busco, in las pretendo. No soy la típica consentida que necesita que le doren la píldora o le bailen el agua. Él y yo físicamente no teníamos mucho que ver, pero conocerlo fue… sublime. Una sonrisa, una simple sonrisa compartida, una mirada al unísono y saltó la chispa. Obviamente una chica tan convencional como yo no iba a hacer nada. Nunca hubiera podido hacerlo, aunque lo deseaba con todas mis fuerzas. Deseaba que hiciera algo… y lo hizo. Ocurrió saliendo de la biblioteca. Hasta entonces mi vida surcaba terrenos abocados para las más tristes plantas xerófilas. Yo querría ser una de esas hidrófilas, henchidas de líquido elemento, y poder gozar realmente de la abundancia. Pero mi contumaz forma de ver las cosas en estos asuntos me había traído ciertamente resultados deficitarios desde el punto de vista sentimental. Pablo me saludó y me sonrió mientras bajamos en el ascensor. Yo me ruboricé cuan pueril quinceañera y el me miró con una cara maravillosa. ¡Qué sonrisa! ¿Cómo no me había podido percatar antes? Detrás de su aspecto desaliñado escondía cosas. Parecía que no me equivocaba. Comenzó a preguntarme qué estudiaba, qué hacia allí tan tarde. Tenía tal dominancia de la situación. Seguro que había conocido a un montón de chicas de la misma manera. Estaba aterrorizada, pero me atraía. No sé si era por su halo diferente al resto, sus andares, su aspecto interno o incluso sus ojos bondadosos… o puede que yo le añadiera virtudes que no tenía. Yo qué sé. Dios, me atraía mucho. Como si fuera un volcán, algo dentro de mi estalló. Esa no era yo. Yo no me encaprichaba de ningún chico tan fácilmente. Pero caí sin apenas comenzar a volar. Quise abrir una puerta. Era tan diferente a lo que había conocido hasta entonces. Me maravilló su facilidad para hablar con una tonta con pensamientos conservadores y añejos como yo. Hablamos apenas unos diez minutos de cosas insustanciales, pero el corazón me latía a mil por hora. Al final quedamos en un “ojala nos volvamos a ver por aquí”.
Y así fue. Y tanto que fue. Pablo y yo comenzamos a vernos cada día. No sabría explicar lo que sucedió. Yo, que siempre fui una chica cerrada y compleja para ser atacada, estaba siendo abordada por un chico que no entraba en mi estereotipo de hombre ideal. Pero al hablar con él descubrí que su interior era maravilloso. Oh Dios, era fantástico. Me enamoré como una tonta adolescente, lo reconozco. Ya había sido amor a primera vista, pero al hablar con él, fue incluso mejor. Nunca conocí a chico tan encantador como Pablo. No pasó demasiado tiempo antes de que nos viéramos tomando algo en alguna cafetería. Yo, obviamente quería ir poco a poco. Tampoco me seducía la idea de entablar una relación como todas. No, yo quería que fuera realmente especial. Más, eso no fue impedimento para que nuestro primer beso llegase apenas unos pocos meses después de conocernos. Fue lo más bonito que recuerdo que jamás me haya pasado. No creo que nunca lo olvide. Fue un 25 de agosto. Estábamos caminando por la Barceloneta y acabamos en la playa. Era luna llena. Comenzó a hablarme de constelaciones, de estrellas, del futuro. Me
excité de una manera que no sabría explicarlo. Me ruboriza escribir esto, pero Pablo, mi querido y adorado Pablo me sedujo con su sapiencia. Nos sentamos a la orilla del mar. Nos miramos a los ojos, el se acercó a mi y nos besamos. Casi me desmayo. Fue el mejor beso del mundo. Perfecto. Creo que desde entonces comencé a vivir en un mundo de sueños increíbles. Eso no me podía estar pasando a mí. Nadie se enamora de mí. Los chicos normalmente van a lo que van, sexo, algo fácil y si te he visto, no me acuerdo. Y los chicos que son buenos, normalmente no me atraen. Así ha sido mi hastiada vida sentimental, una fuente inagotable de desencuentros.
Cuando se lo conté a mi mejor amiga, Ana, al principio no se lo creyó. Pero me vio con tal brillo en los ojos y con tal emoción, que acabó por adoptar mi fe. A Ana se lo cuento casi todo, es mi mayor confidente y en muchos aspectos, diametralmente opuesta a mí. Se alegró de lo de Pablo, aunque enseguida me azoró con asuntos de sexo, relaciones y demás. No, no era el momento. Además, aún tenía dudas. Siempre he sido dubitativa y aunque Pablo ha sido siempre un chico encantador ha habido algo en él que me ha echado para atrás. Aún así no puedo negarlo, estaba enamoradísima, como nunca en mi vida. Barcelona se convirtió en la mejor ciudad del mundo. Todo giraba en torno a él. Era perfecto y él me respetaba, algo que valoré muchísimo.
Las historias de amor tienen una componente absurda que con el tiempo te das cuenta de la sinrazón del principio y fin. Creo que mi adorado Woody Allen lo desarrolló muy bien con “Annie Hall”. Cómo una relación puede acabar en nada por nada realmente. No es que Pablo y yo acabásemos, pero por cosas que suceden, comencé a desencantarme. Puede que sea algo pueril en esto de los sentimientos, pero la cosa se enfrió bastante. Ya no me iba a buscar a la salida de las clases. Sus llamadas eran cada vez más contadas. Noté desencanto y me contagió. Me acomodé a las circunstancias. No puedo decir que dejara de sentir cosas por él, porque no fue así. Lo quería, a mi manera, pero lo quería. La historia se podría perder por decenas de recovecos sin importancia pero quiero ser concisa e ir al grano.
No, Ismael no sólo era guapo, era un buen chico. Se acercaba más a lo que era yo por dentro. No me parecía que fuera era el típico chico que se iba con cualquiera a las primeras de cambio. Eso me volvió loca. ¿Cuántas veces encuentras un chico así? Pasaron las semanas, nos conocimos mejor aprovechando mis desencuentros con Pablo, y yo me veía entre dos aguas. Una mañana mientras desayunábamos en una cafetería antes de entrar a clases, allá por el mes de abril, Ismael me confesó que sentía cosas por mí. Halagó mi brillante belleza, mi sutileza y me dijo unas cosas que me sonrojaron. Le creí. Le creí porque me miró fijamente a los ojos, porque con su cara de chico hermoso, perfecto, era imposible que no estuviera diciendo la verdad. Yo accedí a abrirle una ventanita de mi corazón, pero conforme pasaban los días y las semanas, esa ventana se convirtió en puerta y al final le dejé pasar por el zaguán hasta el salón de la casa de mi corazón que tiritaba con su inocencia y su belleza. No sé si algún día volveré a sentir que un chico alto, guapo, inteligente, sano y formal, sienta cosas tan puras como dijo sentir él por mí. Comenzamos a soñar con ir al Pacífico, a hacer proyectos biológicos, investigaciones escondidas en deseos de noches interminables de besos. Sentía que había pasión. Tenía miedo, nunca sentí esas cosas.
Mientras Pablo… Le tuve que contar la verdad. Le dije que me sentía atraída por Ismael y fue entonces cuando reaccionó después de muchos meses. Se arrodilló ante mí. Me dijo que me amaba como nunca jamás había amado a nadie, que sin mí, estaría perdido. Me encogió el corazón. Comencé a llorar como una magdalena. Aún lo hago al pensarlo. Pero en mi corazón sólo existía Ismael, aunque algo me decía que con quien debía estar era con Pablo. Quedamos en que nos daríamos un tiempo, quedaríamos como amigos, creo que le clave una daga ardiente en su mismo corazón. Me dijo que hiciera lo que hiciera, me esperaría si fuera posible toda la vida. No conocía la pasión escondida de Pablo hasta ese momento. Hice mutis y lo dejé allí, en las Ramblas, roto de dolor mientras me dirigía a ver a Ismael, al que le iba a presentar a mi amiga Ana.
Quedamos en un céntrico bar. Recobré la compostura como para que nadie se percatara de que había dejado a Pablo ahogado en lágrimas. La vida tiene entonces una componente cruel y a veces es necesario una litúrgica previa para poder asimilar hechos fatuos, hechos que son capaces de cercenarte por completo cada extremidad de tu cuerpo. Ese mayo primaveral fue el principio del fin, o el final del comienzo. Ana e Ismael se estaban besando apasionadamente en una esquina que estaba cerca de la cafetería. Se besaron, el la agarró muy fuerte por la cintura, la abrazó con todas sus fuerzas. Luego cada uno se fue por su lado, imagino que para llegar por separado a la cafetería donde habíamos quedado.
Supe poco tiempo después que Ismael conocía a mi amiga Ana, aunque debido al dolor y mi incapacidad para asumir los hechos, no quise saber de dónde y desde cuándo. Hablé con Ismael y me dijo que en verdad se sentía atraído por mi amiga Ana, mi seductora amiga. Yo era demasiado recatada, demasiado anticuada, él necesitaba una mayor aspiración. Me sentí engañada, cruelmente engañada, pero… no he podido dejar de sentir que lo amo, que me encantaría ser yo la mujer que cogiera entre sus brazos, querría perderme con él por las calles de mi adorada Barcelona. Supe también que para mi amiga Ana, Ismael no era más que un ligue, un “folla-amigo”, según ella, algo que dolió aún más si cabe. Grosso modo, la historia en resumen es esta.
Actualmente Pablo me busca porque alberga esperanzas de que mi corazón regrese a cobijar el suyo nada más. Siento cosas por él, porque me abrió un mundo interior vasto que no sabía que existía, pero no puedo evitar dejar de soñar con las noches de pasión con Ismael, quien está perdido por los huesos de Ana, quien cada fin de semana se va con uno diferente sin que Ismael sepa nada.
Es un tren de sentimientos, de desencuentros, una cadena absurda. Sufro por mi querido Pablo, que andará por esos bares despechado y bebiendo sin control esperando por mí y aún tratando de entenderme. Sufro por el mal traído juego de Ismael. Quiero odiarlo por haberme seducido con sus artes de chico guapo, pasional y soñador, pero no puedo. Lo deseo. Pero sufrirá mucho cuando sepa la clase de mujer que es Ana. Conozco a Ismael, y sé que acabará perdido y dolido.
Supongo que estas cosas ocurrirían en París en 1753, o en Madrid en 1872, en Sevilla en 1940, o en la Barcelona de hace treinta años. No es una historia excepcional, pero me duele porque necesito… amar y ser amada, sin empaques, sin engaños, sin desencuentros, sin historias entrelazadas y sin más complicaciones que la que el tiempo nos ponga. Mientras, aquí seguiré, tratando de sacar de mi corazón a Ismael y tratando de reconducir la situación con el bueno de Pablo, que no dudo de que sea realmente el hombre que más me conviene porque su amor con el tiempo ha acabado por ser el más hermoso y sincero pese a los altibajos.