…Como dije, el viaje, semana arriba, semana abajo, duró unos seis meses. Lo que comenzó siendo un “a la mierda con todo”, acabó siendo un “gracias a todos”, porque como dije también, aquella aventura cambió todo mi mundo. Ya no quería volver a estar en una oficina, ni tan siquiera quería estar en Sevilla pese a que he amado muchas veces de noche al Guadalquivir. Pero el viaje se acabó y tuve que volver. Más, mi estancia allí fue efímera. Lo justo para ver el correo y avisar de que me lo recogieran a partir de entonces y me lo enviaran a mi nueva dirección. Y mi nueva dirección estaba en las antípodas de todo. Y nunca mejor dicho. Porque el mejor regalo que me hizo la vida, fue… no, no lo diré. Me siento juguetón con las palabras. Quiero que de aquí se desprenda lo que pasó a partir de entonces, que la imaginación del que lo lea, juegue una partida de póker con el destino y averigüe qué ocurrió durante aquel viaje europeo.
En el mes de noviembre, en pleno otoño español, partí rumbo a Nueva Zelanda. Fue una ida sin vuelta. Mi vida a partir de entonces estaba en el sur del sur. Lo más al sur posible. Mi primer destino fue Christchurch, en la isla Sur de Nueva Zelanda, pero unos años después acabé en Invercargill, una pequeña villa meridional de la isla sur. Una ciudad fantástica. Aquí he estado desde entonces. He echado raíces y ya me siento un kiwi más. No echo de menos, en absoluto, mi vida en España, ni en Sevilla, aunque haya hecho el amor cientos de veces al Guadalquivir. Hice lo que me dijo mi ser interno. No antes ni después, fue justo cuando debí hacerlo. Porque hubiese
bastado un día de diferencia, unas horas, o unos años, y entonces no hubiera acabado aquí. Por eso no me puedo creer la suerte que he tenido en mi vida. Ese viaje lo cambió por completo. Llevo 25 años en Invercargill, y aún me siento como aquel niño de quince años que paseaba por las calles arrabaleras de Sevilla. Con un alma tranquila y madura, henchido de felicidad. Sereno. Excelso de experiencias maravillosas. Y tengo a quien contárselas. Toda mi familia, la que aún se reúnen cada tarde en el salón, mientras yo enciendo mi pipa, al lado de la chimenea y me acuno suavemente en mi mecedora. Aquí seguiré, y tal vez en otro momento, cuando mi cabeza se centre lo suficiente como para encontrar el norte de mis escritos, y yuxtaponerlo con el norte de mi vida, vuelva a contar algo de este insulso pasaje vital.
Hay quien dijo una vez, no sé quién fue, algo así como que “no hay que perder el norte”, para referirse al sentido común y esas cosas que se decían entonces. Pues bien, creo que lo mejor de la vida es perder absolutamente todo el norte, ir contra la corriente y acabar en el sur, donde nadie quiere verse, donde todos creen que no hay vida. Sin embargo, todo es falso. Que no os engañen, el norte es lo que todos sueñan, Europa, España, Estados Unidos, una vida con estereotipos, o sin ellos, pero con un hedonismo excesivo e incontrolable. Ese es el norte. Pero hacedme caso a lo aquí os digo, lo mejor de las experiencias, lo mejor de toda una vida ocurre cuando perdemos el norte.
Soy pésima en orientación, pensaba que solo era en cuestión geográfica, y cada vez me doy mas cuenta de que también lo soy a la hora de guiarme a mí misma en la vida, sobretodo en relaciones.
ResponderEliminarNunca tengo claro donde quiero llegar, sino el camino en el que me encuentro, si es agradable de recorrer, si me lleva por una bonita senda, si soy capaz de ir atravesando los baches sin caerme o al menos siendo capaz de levantarme...siempre he supuesto que todos los caminos llevan a roma, por lo que no necesitaría una brujula o un mapa que me dijera exactamente por dónde ir. Puede que tarde mas de la cuenta, que tarde mas que otro...o que incluso esté tomando un atajo (no lo creo) pero tarde o temprano llegaré a algún sitio...o estoy llegando ya... Caminante no hay caminno, se hace camino al andar...
No importa lo que pierdas, sino lo que encuentres.
UN besito
Saber que se está en un camino, aunque no tengas claro la orientación ya es un punto de partido más que importante, ya que muchos -como yo- no encuentran ni el camino, pero piensan en ese sendero y están seguros de la orientación que tomar. Sería algo así como escribir en un papel sin lápiz.
ResponderEliminar"No importa lo que pierdas, sino lo que encuentres"... yo diría además, que cuenta lo que aprendes de la pérdida. Pero yo, no por pesimismo, que no es el caso, sino por las circunstancias actuales, diría que estoy en un tupido bosque sin poder caminar, buscando ese camino. Y a mí, como tú, no me importaría tropezar, caer, perderme incluso, pero querría ese camino.
Pero en el sentido metafórico de este cuento, un camino recto hacia cualquier lado te priva de las necesidades del aprendizaje del amor, de la humanidad y de tantas y tantas cosas bellísimas sin las cuáles, no seríamos tan personas, sería como una lluvia seca, una nube sin cristales de agua, o una montaña sin roca.
Eres muy guay Blind-y
Jajajaa, Gea, tú también lo eres :P sobre todo transmites muy buenas vibraciones, muy buen rollo, da gusto leerte, supongo que tenerte cerca de amigo, será aún mejor.
ResponderEliminarComo tú dices, en un camino recto, no seríamos nada de lo que somos, nada en absoluto, al menos yo, porque no soy sino la consecuencia de todos los tropiezos que tuve.
Un besi grande
Jolín, Blind-y, me halagas mucho, mira que como amigo, soy mu desastre, y no lo digo yo sólo, jejejeje. Pero bueno, intento sí transmitir buen rollo, que no siempre es posible. No me gusta el mal karma ni nada de eso, pero muchas veces es, como dice la canción "Inevitable". Descubrir tu blog, tus palabras y estos mini chats, creo que ha sido algo así como la penicilina o una dulce anestesia. ya ves, yo también soy un poco exagerado, jejejejeje.
ResponderEliminarBrindemos por los errores que nos hacen ser como somos. ¡SALÚD!