-Me defraudaste
-¿Por qué?
-Por las cosas que no has hecho.
-He hecho exactamente lo que me has dicho.
-Pero no has hecho lo que en verdad debías haber hecho.
-No te entiendo
-Y es tan sencillo. Sólo tenías que decir la verdad, no engañarme ni ocultarme nada.
-Lo he hecho.
-Con cuentagotas.
-Pero ¡cuenta!
-Apenas.
-¿Qué quieres que haga?
-Ser legal, coherente y que digas lo que tengas que decir aunque duela sin yo tener que pedírtelo, casi rogándotelo. Hiéreme si tienes que hacerlo, pero hazlo con todas las palabras, no con silencios.
-Yo no he hecho nada malo.
-No hablamos de maldades, hablo de actitudes, y tú, no la tienes.
-Tú tampoco eres un santo precisamente. Debiste haber…
-No, no te voy a permitir que te defiendas atacándome. Asume tus errores.
-Y tú los tuyos.
-¿De verdad quieres acabar esta historia con un total desencuentro?
-Pero he hecho lo has querido que haga.
-Has sido una pelele. Tal vez si no te hubiera conocido, no hubiera…
-¿Tengo la culpa ahora de que te vayan mal las cosas? Cuánto cinismo el tuyo.
-No, no tienes la culpa, evidentemente. La culpa es mía, por haberte subido a un pedestal que no debí. No vales.
-Me hieres. Eres cruel.
-Tú lo hiciste repetidas veces, con palabras, hechos y silencios.
-No sé qué decirte. Venga, desahógate.
-No esperaba menos de ti que seguir siendo lo que eres. Por ti, he perdido el tiempo y la confianza de muchas personas. Qué gran equivocación. Ojala no te hubiera conocido nunca.
-Me voy.
-Sí, será mejor. Que te vaya bien.
-Eres mala persona, pero te excuso porque habla tu dolor.
-No, no te engañes. Estoy bastante tranquilo. Te hablo así para ver si por fin, algún día, aprendes a obrar en consonancia, y no de forma contradictoria y pueril. Adiós.
-Adiós.
Caminé. No sé durante cuánto tiempo. Cada paso veía pasar los días, los meses. Al final de un tiempo que se me escapaba llegué hasta la playa. Allí era de noche. Sentía una soledad tan insondable como inabarcable hasta donde alcanzaba a otear mi alma. Me senté en el banco del pequeño paseo lóbrego. Quería matar a la decepción. Cogí el móvil. Busqué su número de teléfono. Dudé un par de minutos que bien podrían haber sido unos cuantos días. Miré las estrellas y el horizonte despejado. Era una de esas noches cálidas de primavera que quieren intentar dar alcance algún día la rabiosa durabilidad del pertinaz estío, pero nunca lo lograba y se conformaba con la oscuridad agradable. Tras pensar un millón de cosas en apenas un par de minutos me decidí.
-Hola.
-Hola, ¡Qué sorpresa!
-¿Qué tal estás?
-Yo bien, ¿Y tú? ¿Estás bien?
-No, no lo estoy.
-¿Qué te pasa?
-Que te quiero, que quiero matar a la puta distancia que nos separa. Que quiero borrar errores pasados y no haberte hecho daño nunca jamás.
Se quedó sin palabras. Yo proseguí con mi atrevimiento.
-Perdóname. He sido un auténtico estúpido. Nunca he dejado de amarte. Quisiera poder extirpar de nuestras vidas el último año. ¿Podrás perdonarme algún día?
-No tengo nada que perdonarte. No has hecho nada malo.
-Tú, como siempre justificándome. Eres demasiado buena.
-Jan… Por favor.
-He estado dudando todo este tiempo si llamarte o no. Tenía unas ganas locas de escuchar tu voz. ¿Te he dicho alguna vez que tienes la voz más preciosa que he escuchado jamás?
-Ay, qué cosas me dices.
-Quiero verte.
-Jan… No sé si es buena idea.
-…Lo entiendo.
Se hizo un silencio sepulcral. Estaba abatido ante su reserva. Iba a despedirme y disculparme por el atrevimiento, pero de repente ella cercenó el ruido de nuestra mudez.
-¿Cuándo?
-Ya mismo, iré donde me digas.
-No hará falta que te muevas de donde estás.
-¿Por qué?
-Porque estoy aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario