Revolución de Marzo (X y última Parte)

Esto no es la historia de un viaje…
Bilbao fue perfecto. Tardé en llegar y lo hice extenuado. Casi no logro encontrar a mi amiga “Azul” pero cuando la vi le dio un fortísimo abrazo. Se portó de una forma sublime conmigo. Ella estaba nerviosa, yo no porque sabía perfectamente qué iba a pasar y pasó lo que tenía pasar, es decir, mucha confianza, mucha complicidad y la sensación de que éramos los mejores amigos pese a que había pasado tiempo después de nuestra última conversación. Fuimos a un lugar, “The Stone Cavern”, un pub de una amiga suya. Fue genial porque su amiga pinchó las canciones que queríamos y en un momento dado puso la canción de mi amiga “Niña buena” de Arjona y yo la saqué a bailar pero…es que ella no quería y al final lo conseguí. Hablamos, reímos, hicimos confidencias y todo fue perfecto. No se me hubiera ocurrido un encuentro mejor. Era feliz. Salimos a dar un par de vueltas por Bilbao y ella se enlazó su mano con mi brazo. Parecíamos una pareja de ancianicos super graciosos. Ese gesto me colmó el alma de cariño y desee que algún día pudiera tener una amistad así a diario, en persona, físicamente. Lamenté que casi todas mis relaciones fueran a distancia y que el “cara a cara”, al menos en Tenerife, resultara tan desolador. Feliz, super feliz fui en Bilbao con mi amiga “Azul” y el resto de su cuadrilla. Descubrí que su mundo, como el de mi amigo de Cartagena era genial porque no estaba sola y eso era lo más importante. Allí, en confidencias le hablé a mi amiga de la chica que me había robado el corazón. El viaje estaba llegando a su fin y yo lo único que deseaba a esas alturas era que llegase el día siguiente y saber si podía o no ver a esta mujer. Abandoné Bilbao en el último asiento de la guagua rumbo a la capital del Reino de España. Sonaba de fondo una versión especial de “Semilla en la tierra” de Carlos Chaouen. Hacía calor y yo cerré los ojos pensando que esa noche en Madrid sería otra historia más de un batacazo anunciado.

Y llegué a Madrid. Lo hice con la idea de estar una noche e irme al día siguiente. Tenía otras intenciones, todas ellas muy sanas pero todas pasaban por hablar con la mujer que, sin darse cuenta ella, había estado conmigo. Si ella supiera cuántas horas estuvo, cuántas historias le conté, cuántas veces la besé, cuántas veces le hice el amor y cuántas veces nos enamoramos en tan sólo tres días…si ella lo supiera…nada cambiaría porque ella finalmente no está en el mismo punto que yo. Pero yo en ese momento no lo sabía. Al llegar a Madrid no me sentía bien porque no sabía nada de ella. Estaba en la misma ciudad y aunque había gente, para mí no había absolutamente nadie. Me pasaron mil cosas por la cabeza, a cada cual más irracional. Sólo podía escuchar canciones de Marwan. Me sentía…enfadado porque lo único que quería era verla y poder decirla todo lo que le había dicho en las montañas. El viaje había llegado a su fin y sentía que todo era gris. No me sentía bien. Quería tenerla en mi vida y la echaba de menos. Yo sólo podía imaginar que estaba con otro hombre y eso…me llenaba de pena y resignación. Di una vuelta por Madrid sin mucho rumbo y ya de noche volví al hotel. Estaba escribiendo todas estas aventuras que no sé si alguien habrá seguido hasta el final cuando recibí dos mensajes suyos. La llamé. Hablamos. Dos horas. Lo aclaramos todo.

Al día siguiente tenía que volver a Alicante. Yo había entendido que iría a la estación a verme, pero entendí mal, ya que antes le había dicho que no. Durante mi recorrido me la imaginé llegando a la estación en el último momento, o con tiempo para escrutarnos de arriba abajo. En esas imágenes no había nada que me hiciera pensar que todo fuera a salir bien. Lo que sabía y tenía claro es que si aparecía por allí yo iba a actuar como si no hubiera mañana, con todo el corazón y sin nada de cabeza, sólo demostrándola que lo mío, no eran meras palabras. Pero ella no apareció en la estación, aunque sí hablamos a través del móvil. Yo me sentía fatal porque estaba en la misma ciudad y no podía verla, el tiempo se echaba encima y yo quería verla esa misma tarde. Ella no me lo pediría, jamás lo haría. En ese momento me vino a la cabeza el instante cuando quería irme a Praga yendo camino a Bayona y no me atreví. Comenzó un torbellino imposible de explicar: “Tengo que irme pero tengo que intentarlo hasta el final, tengo que intentarlo. ¿Seré capaz?” Y jugué todo lo sucio que un hombre en el amor puede hacer. Rompí mi billete, le mandé la foto del mismo y decidí quedarme en Madrid aquella tarde esperando a que ella quisiera estar conmigo. No quería arrepentirme de nada que no hubiera hecho. Sabía perfectamente que quizás no habría otro momento semejante, así que después de muchas vueltas, me sentí liberado al romper el billete sin pensar en nada más que no fuera la ilusión de estar en la misma ciudad y pensar que podía verla…si ella quisiera. Ya pasara lo que pasara me sentiría orgulloso de mi mismo porque me demostraría que no soy un autómata que escribe palabras y que fanfarronea. Que no soy sólo un tipo solitario o duro, que también soy vehemente y que soy capaz de darlo todo si en ello consigo el fin buscado. Y yo buscaba ese sábado estar con ella. Jugué sucio y la puse en un brete complicado y lo sé. ¿Hubiese sido más fácil irme sin luchar o quedarme y esperar que algo cambiara? Entré en el metro con un subidón parecido o igual a cuando estaba en mitad del valle de Aezkoa. Y bueno…

Me encantaría contaros que hubo un final feliz. Que nos declaramos amor, que nos vimos, que nos besamos, que comimos perdices y que fue genial. Pero mi vida es como el meandro de un río. Para que desaloje mejor el agua no hace falta que vaya en línea recta, sino que describa curvas. Al escribir estas palabras, hasta que vea la luz, habrán pasado muchas semanas y yo no sé qué habrá o no pasado para entonces. Le dije absolutamente todo lo que he puesto en el blog…y lo que no he puesto en el blog. Sigo siendo pesimista, sigo pensando que no saldrá bien. Sigo pensando que es una mujer impresionante, que me desarma por completo, que lo daría todo por ella, que no acabaremos juntos porque su corazón le pertenece a otro, y que su cuerpo está lejos del mío. Como ya he expresado en este “serial”, amar mejor para mí consiste en aguantar y soportar porque de lo contrario, no estaría demostrando nada. Puede que cuando esto se publique ella ya haya hecho algo con otro hombre. Hoy día estoy preparado para cualquier cosa porque sólo deseo tenerla en mi vida de alguna forma. Es un mínimo, es algo que muchos pensarán que es inconsolable, migajas. Pero, ¿Quién es capaz de decirle al corazón que deje escapar a una mujer entre mil…entre un millón? Quiero amar mejor, porque sí, hoy no se lo he dicho pero la quiero y al decirlo me siento…bien pero es triste. Después de muchos años puedo encontrar y querer a alguien que es especial, que tiene mucho de lo que busco. Yo…volveré a viajar, y no estaremos juntos a no ser que ella me lo pida y sólo Dios sabe cuánto DESEO que me lo pida y estaría a su lado sin desfallecer porque hasta cuando grita la quiero –como lo hizo anoche-, hasta cuando saca a relucir sus defectos me fascina.

Si la vida fuera justa, yo tendría trabajo de geógrafo, tendría novia y una vida sencilla con una mujer como ella. Pero la vida no es justa, ella tiene problemas, yo no tengo una vida más allá del máster y cuando mañana llegue a Alicante voy a estar solo, muy solo. Mientras, esta noche duermo en Madrid por segunda noche consecutiva y esta vez sabiendo que no nos veremos debido a mi impetuosidad…y pienso en las montañas, en los prados, en las mujeres que conocí, en las cientos de horas que pensé en ella, en las penurias, en los sueños, en las esperanzas, en las sonrisas y gritos de felicidad. Yo no sé qué pasará en tres meses pero apostaría todo a que ella acabará con el hombre que ama, yo me alegraré por ella y marcharé lejos de España y nuestra posible historia de amor (la que yo querría tener) será una utopía tal como el de ver dos soles juntos en un mismo día. Y es que no, no podemos estar juntos, iluminamos demasiado como para estar juntos. Siento que somos una entelequia. Algo que no podrá ser pero que deseo de una forma que nadie, absolutamente nadie imagina. Pero yo me conformo con poder decirle cada día que me encanta, que me tiene, que me puede y que si quiere moveré el mundo para que sea más fácil para ella. Y lo haré porque no sé otra forma de andar que no sea por las montañas. Y sí, esta historia es totalmente verídica, pero un paralelismo perfecto de mis pateos por las montañas es el amor que siento por ella, tendré que subir, tendré que desgastarme, tendrá que doler hasta que sangre para poder llegar y cuando lo haga, me sentaré en esa crepería de Saint Jean Pied de Port y la próxima vez, la silla de enfrente no estará vacía. No lo estará en mis sueños, que para realidades, ya les he venido contando. Que esto, en verdad, no ha sido la narración de un viaje, esto, en verdad, ha sido el relato de una historia de amor que, como todas en mi vida, no saldrá bien aunque haya puesto, como en el camino, el corazón, la cabeza y todo el alma. La vida, como la montaña, es así de dura. 

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