Revolución de Marzo (IX Parte)


Desencantos y desencuentros
La noche en el hotel fue infame. Me acosté pronto pero enseguida fui a comprobar que aquel lugar me haría más mal, que bien. Sólo tenía una especie de mantel como “abrigo” y nada más. Huelga a decir que pasé una noche de perros, pues aparte del frío, la humedad se colaba por cada rincón. Mi inestimable chaqueta de cuero fue mi salvavidas casi puntualmente me despertaba cada dos horas hasta que a las siete de la mañana no aguanté más y, venciendo al frío y al dolor, me levanté, Al rato apareció un hombre con chapela y con un híbrido de tono vasco pero acento francés me preguntó si iba a Roncesvalles, yo le dije que no que iría a Irún o Donostia., Le dije que yo no era un peregrino. Él me contestó: “Ah, vas a hacer el camino del norte!” Ante mi incredulidad no le quise quitar de su error y le afirmé con resignación pese a que le había dicho que iba a coger un tren. Habiéndole dicho ambas cosas se despidió diciéndome “ánimo al peregrino”. El camino de Santiago es algo indeleble a este pueblo. Aunque yo dijera repetidas veces que no era peregrino, casi todos se empeñaron en hacerme peregrino y no pude evitar sentirme un farsante pero no por haber mentido que a San Juan no lo hice, sino que era más bien que allí no se imaginaban otro tipo de caminantes que no fueran peregrinos.

Cuando salí a la calle seguía lloviendo, igual que cuando comenzó a las cinco de la tarde del día anterior. Me fui a la estación de tren y compré mi billete a Bayona primero, y Hendaya después. Allí tendría que coger un tren llamado “El topo”. Hacía casi tres años justos que no montaba en tren Quien me conoce sabe de mi amor por este medio de transporte. Estaba esperando en la estación de Saint Jean escuchando “La pluie” de Zaz y veía las montañas de fondo. Sentí nostalgia porque lo que viví fue algo que en mis escritos más personales tendrán todo tipo de detalles. Había pensado que sería fabuloso coger un tren y plantarme en Praga o buscar un camino o un sendero que atravesase toda la campiña francesa y que llegara hasta Los Alpes. Lo pensé sin mucho detenimiento sin sopesar nada. Mientras veía el billete a Hendaya y me observaba a mi mismo escribiendo estas palabras, con boina, chaqueta y una mochila repleta de ilusiones, no podía evitar emocionarme. Me hubiese encantado que alguien grabase aquella escena y que mis pensamientos salieran de mi cabeza y llenaran toda la pequeña estación. Estaba convencido de que cuando al día siguiente llegara a Alicante me iba a arrepentir de no haber seguido más al norte pero el chico responsable y cuerdo había decidido que era hora de volver. Lamentaba no saber cuándo volvería a sentirme tan especial, pero sin apuros, en aquel momento lo dediqué a no pensar, sino a sentir lo que el bucólico paisaje me gritaba sin palabras.

¿Qué iba más lento, el tren por su vía, la lluvia cayendo, el divagante trayecto de las nubes por las montañas o la melodía de Joe Purdy “I love the rain most”? Había tal coordinación, era tan perfecto que sabía que en cualquier momento se rompería esa armonía. El tren me enamoró y me congratuló con todo. Era un tren pequeñísimo, moderno, un solo vagón, asientos azules acolchados y calefacción. Cuando el tren llegó a Ortzaiza-Arosa (St. Martín de Arrosa) pensé que seguía viviendo en un cuento y necesitaba que no acabara, que el tiempo fuera despacito como el tren. Oh Dios, tenía los pelos de punta. Eran tan precioso lo que veía como lo que sentía. Y pensaba más: “¿Y ahora qué, Lyon, París…Praga, por qué no? Mi yo viajero campaba a sus anchas en el tren y quería dejarlo salir porque hacía mucho tiempo que estaba guardado. Nadie me esperaba, sólo muchas horas delante de un PC haciendo informes, trabajos y una investigación que se había convertido en tan irrelevante como insulsa. ¡Al carajo las obligaciones! Mi cara por primera vez en mucho tiempo no podía expresar nada porque sólo quería captar la esencia de cada cosa, tanto del paisaje como de mi mismo y el futuro…ya lo veremos Me sentía libre y desnudo de todo cuanto me ataba y el ignorancia de no saber las últimas declaraciones del político de turno o las últimas noticias me hacían aún más libre porque no me sentía intoxicado, ni indignado, ni impotente. Allí no estaba más que mi propia historia entre un cielo de nubles de prados verdes y montañas.

Algo se rompió cuando llegué a Bayona. Sentí que algo se moría con un frío tal que más parecía que estaba apareciéndose un ectoplasma. El tren con destino Hendaya era de los clásicos. En ese momento fue cuando desperté del sueño. Debía regresar. El por qué es fácil. A diferencia del tren con origen Saint Jean Pied de Port, a diferencia del hotel, de la crepería y de casi todos los lugares por donde fui o anduve, este último tren estaba lleno de gente. En los anteriores lugares había estado casi completamente solo. De ahí, lo obvio de mi regreso. De repente sentí una mezcla entre miedo, resignación, tristeza y desencanto. No es que sintiera todo eso, sino que habría que inventar un sentimiento que reuniera todos esos ingredientes.

Cuando el teléfono móvil revivió al entrar a España por Hendaya, recibí dos mensajes, uno de mi amigo de Cartagena, el otro de mi hermana. Echaba en falta un mensaje de ella. Al principio me sentí triste, pensé en lo fácil que le había resultado obviarme y no decirme nada cuando una semana antes no podía pasar ni medio día sin contarme alguna cosa. Le pedí a mi razón que lo explicara y le pusiera coherencia a todo este asunto. Diez minutos más tarde, la tristeza dio paso a resignación y cierta sensación de pena. Pude seguir. Los planes una vez cambiaron y desistí de ir a Madrid para pasar en Bilbao una noche con mi amiga “Azul” que me estaría esperando con los brazos abiertos. Tuve que esperar dos eternas horas, creo que fue más llevadoras dos horas de dolor físico de pateo que dos horas esperando en los andenes de guaguas de Donosti. Hacía frío pero no tanto como para sentir aquella gélida sensación. Tenía la sensación de que el tiempo “invertido” (y no lo digo en términos económicos) pensando en ella o que el haber estado alejado no había supuesto nada para ella, que no me estaba echando de menos. Objetivamente sí, ¿cómo alguien me va a echar de menos sin apenas conocerme? Pero con el corazón y las palabras en el corazón, sí que pasamos tres semanas que hicieron que, al menos para mí, fuera importante. Al cerrar los ojos podía volver a verme en las montañas, caminando en solitario por aquellos prados, feliz por estar allí y feliz por tener en alguien en quien pensar, alguien que me motivase a pensar románticamente. Sin embargo, había algo que yo me resistía a creer pero que pensé. En realidad allá arriba estaba totalmente solo. Quizás mi hermana, o mi amigo de Cartagena pudieran estar muy pendientes de mí, pero en realidad estaba solo aunque pensara en ella y viera señales por todas partes…ella, no estuvo en cada paso. Y no lo estuvo, porque su corazón estaba con otro. Eso me dio pena y me bajó de la nube. Y tocaba Bilbao, de nuevo, con amiga “Azul”, en el final del viaje… (continuará)

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