Revolución de Marzo (VII Parte)


Contra la corriente
A las seis de la mañana desperté en el albergue y a las siete y cuarto, con frío, mucha lluvia y niebla, me puse a caminar, el primer objetivo era coronar el puerto de montaña de Ibañate, el puerto que comunica España con Francia, un paso de esos no muy fiables. Sentí para mi satisfacción que las heridas en los pies no eran tan profusas como para no poder andar aunque claro, el frío ayudaba a insensibilizar bastante las heridas. El día no podía ser más desapacible. Llegué a lo alto del puerto pensando en que me sentía un farsante. Todos pensaban que era un peregrino pero en realidad era un caminante rebelde que hacía justo lo contrario que los demás. Más adelante me daría cuenta de que esta farsa tendría límites surrealistas. Encontré una senda fantástica que me llevaría a Valcarlos, a tres kilómetros de la frontera con Francia. La senda no podía estar peor: nieve, charcos y un terreno impracticable. Sólo una vez en mi vida había caminado por nieve y sé lo suficiente como para ver que se me da bastante mal caminar por nieve pero…¡¡Como mola!! Descendí con sumo cuidado con un paisaje que me parecí totalmente inverosímil. Enseguida las botas se me mojaron y el agua penetró, mojando las heridas. Malas, pésimas noticias para mí y mis heridas. En ese descenso pensé en mi amigo de Cartagena, en su novia, en mis historias del pasado ya superadas, en muchas cosas pero sobre todo alcancé un consenso conmigo mismo y mi extremismo con las relaciones de amor. Voy a poner un ejemplo que puede ser cierto o no…Imaginemos que a mí me gusta una chica y que yo a ella también. En un momento dado ella deja de sentir cosas por mí y yo me quedo solo en ese sentimiento. Yo le digo: “no puedo ser tu amigo porque te deseo” y quedamos en que toda relación se corta. Puede que exista un amago de uno de los dos por reconducir la situación para que no acabe y alguien dice, en este caso ella: “yo no te quiero causar dolor”. Ojo a esto último porque es el quid de la cuestión. Mi extremismo me ha llevado a decir: “se acabó” pero pensemos fríamente. ¿Qué clase de amor es aquel que dice “conmigo o sin mí”? ¿Qué tipo de amor es aquel que cuando no puede conseguir a quien quiere, se retira por el dolor de verla a ella con otro hombre? Ya os digo yo que ese amor es falso, no es amor. No se puede ser tan extremista como yo porque pensemos, ¿qué es el dolor sentimental? Aparte del rechazo y no poder estar con quien quieres, ya os digo que hay cosas peores que eso. Dolor es que alguien a sabiendas te saque todo el dinero, que se aproveche de ti, que te sodomice el alma y el corazón, que te torture y se aproveche de ti a sabiendas y que tú transijas por la esperanza de que eso funcione. El dolor son muchas cosas que no pueden ser evitadas y que no puede ser maximizado porque alguien sienta algo por otro. Nunca se sabe lo que podrá pasar. Es posible que, yo qué sé, nunca sea tuya, o que pase algo que haga que ella se enamore de ti, que alguien diga o haga algo que provoque que todo se acabe y que nada de ello tenga que ver con ese “dolor”. Así pues, resolví que no podía dejarla, que no podía ser tan egoísta, tan extremista sentimental. No podía serlo y entonces decidí que necesitaba tenerla en mi vida porque ella me hace ser de una forma que me gusta ser y al carajo si está con otro, me alegraré por ella porque seguro que él, es un gran tío (aunque yo crea que yo soy mejor).

Ah, sí, el camino. Creo que el dolor que sentí es inenarrable. Definitivamente no iba a llegar a Saint Jean Pied Port. No llegaría pero por lo menos había resuelto muchas cosas sobre mi mismo, sobre mi futuro, lo había planificado de tal forma que en cualquier momento se podía caer. Me habían dado beca, no iba a renunciar a las prácticas remuneradas y aunque resolví que el máster no era tan bello y tan fantástico como hasta hace poco pensaba, me ha valido para cosas, intangibles de los que no hablaré ahora. Cuando llegué a Valcarlos, me restaban tres kilómetros para la frontera y nueve más para Saint Jean Pied Port. Al llegar al pueblo fronterizo estaba totalmente deshidratado. Se me había acabado el agua y aunque tenía que comer, lo que necesitaba realmente era beber. Llegué a una tienda y bebí, me supo a gloria pero estaba desfallecido. Literalmente casi caigo rendido al suelo a falta de kilómetro y medio de Valcarlos. Llevaba la cabeza gacha, con todo el peso del morral sólo veía la carretera. Hubiera dado cualquier cosa por transitar por senderos, pero una pareja de peregrinos me advirtieron mientras bajaba, que el camino estaba impracticable y demasiado peligroso. De esa forma me encontré con un número incontable de peregrinos subiendo hacia el puerto mientras yo bajaba y pensé: “Yo yendo contra la corriente, como siempre”.

Que nadie me pregunte cómo hice los últimos tres kilómetros hasta la frontera porque ni tan siquiera vi el cartel que me daba la bienvenida a Francia después de Arnéguy. Llegué y pasé un pueblo llamado Bentas. Me faltaban aproximadamente seis o siete kilómetros para llegar a Saint Jean Pied Port. Caí exhausto en la cuneta con una alfombra de césped. Al arrodillarme, vi un diente de león. El único diente de león que había visto en todo el camino… (continuará)

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