La espera, la lucha y el sufrimiento. Eso es lo que viene sucediendo
en mi vida de forma cíclica. Siempre la espera. Siempre luchando contra
imposibles que para los demás son posibles. Sufriendo los fracasos de no poder
conseguir lo que con tanto esfuerzo he buscado. Los acontecimientos suceden a
veces de forma lenta, soberana y amargadamente lenta. .
Si me pongo a pensar en todo lo que he sufrido desde los diez años me
doy cuenta de lo que soy ahora, de por qué soy tan fuerte. Porque derramé
tantas lágrimas en solitario, sin que nadie me abrazara, evitando asesinatos,
evitando desgracias, suicidios, sufriendo una adolescencia total y
absolutamente traumática, rebelde, solitaria y esperando que apareciera algo
que lograra alejarme de aquella locura llena de rencor, de incomprensión de
intransigencia. Tuve que crecer sufriendo. Y me aislé. Durante muchos años me
convertí en un maldito pusilánime que daba pena. Cierto es también que no
contaba con ayuda ni compañía de ningún tipo. Los amigos que tenía entonces me
utilizaban como paño de lágrimas, era sus oídos, era un guía en el que
depositaban sus problemas. Al final mi cabeza estaba llena de problemas propios
y de otros.
En un momento indeterminado me plantee la espera. Para ello me
sirvieron los sueños que comencé a tener sobre todo sobrepasados los veinte
años. Lo que ocurrió es que desde los diez años estuve esperando. Esperaba que
mis padres me quisieran como yo quería que lo hicieran, quería no sufrir
azotes, palizas, regaños, humillaciones. Esperaba que en el colegio y en el
instituto yo no fuera el apartado, al que siempre humillaban. Y tuve paciencia,
toda la paciencia. Busqué en la música y en la naturaleza lo más puro que
había. Cíclicamente las amistades iban desapareciendo porque objetivamente yo
no era un buen amigo en aquellas circunstancias. Les escuchaba, pero ellos no
querían escuchar mis historias y yo necesitaba hablar, necesitaba desahogarme.
Y pagué con su pérdida por hacerlo. Aprendí entonces a guardar más silencio y
ser menos transparente. También tuve que esperar por el amor. Si me pongo a
contar todo el tiempo que llevo esperando a que una chica me diera una
oportunidad, tan sólo una oportunidad os escandalizaría. Mientras que yo
suspiraba porque pensaba que yo era un chico perfecto que podía estar con otra
mujer. Y lo cierto es que necesitaba ese cariño, ese amor que en casa no tenía,
que no tenía y que no sentía en ningún lugar. Tuve que trabajar desde muy
temprano para poder ganar dinero y aspirar a salir de la Isla, para mí,
maldita. Maldecía a todo el mundo, a mi familia por abandonarme, a mis amigos
por prescindir de mí, a las chicas por traumatizarme. Y pude salir y por
primera vez en mi vida fui feliz. Sin embargo, tuve que volver a esperar por
razones que no vienen al caso.
A partir de entonces se entremezclan historias. Por una parte, las
adicciones. Perdí totalmente el sentido de la realidad, de los días, de las
cosas en muchos momentos. Durante mucho tiempo mis adicciones fueron ocultas y
aún hoy pocos saben de esas adicciones que me llevaron a estar a punto de
acabar con todo. Pero pasó algo. En una de las adicciones decidí romper por mi
mismo. Tuve la valentía de dejarlo. Me costó, pero logré superar aquella fase en
la que sólo yo supe lo cerca que estuve del abismo. Seguí luchando, y al mismo
tiempo sufriendo y esperando por otra mujer. Fueron momentos duros porque se
juntaron muchas cosas. Además de asuntos sanitarios, jugué con varias mujeres,
me porté realmente mal con ellas, las hice daño, probablemente nunca le he
hecho más daño que a esas tres mujeres. Y no pongo excusas. No soy un chico
bueno como todos creen. Como dije, fueron años de espera, de lucha y
sufrimiento, todo al mismo tiempo.
Después llegó la segunda de las adicciones de la que aún menos
personas tienen constancia y de la que nunca hablaré aunque me lo pregunten a
no ser que exista y haya una confianza cien por cien. Pero me recuperé. ¿Cuándo
fue? No lo sé bien. Pero supongo que fue cuando dejé de sufrir. Cuando me
centré sobre todo en la lucha. Desde hace años lo único que hago es luchar. Y
luchar hasta dejarme el alma, el cuerpo, hasta dejarme las últimas de las
neuronas. Ya que me seguía sintiendo solo. Ya que nunca no he logrado que me
quieran como yo pienso que deberían quererme, aunque lo acepte, sentía la
tristeza de que merecía mucho más de lo que me daban con cuentagotas. Por eso
luché, y nadie, absolutamente nadie sabe cuánto luche. Y digo que nadie lo sabe
porque llevo los últimos cinco años luchando contra una soledad insondable. Me
hice a mi mismo, logré sacar lo mejor de mi mismo, sonreír yo solo, no tener
complejo e incluso no necesitar a nadie. Pero los imperativos biológicos, esos
que hacen que tengamos que respirar, comer y demás, nos exigen que nos
sociabilicemos y que tengamos relaciones sociales y sentimentales. Y lo intenté
pero sin éxito porque mi corazón no alcanzaba a sentir nada más allá. Era, como
decía la canción, un corazón “cerrado por derribo”. Y seguía solo, luchando y esperando
pero ya no sufría. recibir amor. Nada más.
En un giro inesperado de acontecimientos, decidí abandonar de nuevo
esa Isla maldita. La diferencia sería que estaría solo, pero con motivo y
razón, por elección, y no porque me sintiera realmente solo en un lugar donde
no debería sentirme así. Y seguí luchando por mí. Insisto en esto y lo recalco,
NADIE, sabe cuánto he luchado por mi mismo, cuántas horas, cuanto he
sacrificado por mi, por mi presente y mi futuro. Hacia el final uno necesitaba
un abrazo, que te trajeran un cola-cao, que te esperara alguien en la cama, que
la casa no fuera un continente inhabitado. Ya sabéis, esas cosas.
Y en otro giro aún más inesperado de acontecimientos, surge el amor.
Uno de ida y vuelta primero y luego unidireccional. Por primera vez en años una
mujer me caló y tocó las teclas adecuadas para convertir a un ser solitario,
huraño, asilvestrado, en una miga de pan. Rozó mi corazón y estremecí de
felicidad. Sin embargo, una nueva unidireccional del paradigma sentimental ha
hecho que de nuevo me toque esperar. Y me tocará además luchar por mí,
esperarla a ella y probablemente algo de sufrimiento que podré controlar toda
vez que la experiencia es un grado. De nuevo todo se complica. Como dice la
canción, “siempre tengo sueños sencillos como mujeres complicadas”. Yo tengo
fe, pero si aplico el empirismo, sé que esta espera será infructuosa, que no
cambiarán sus sentimientos. Pero, ¿acaso puedo hacer algo más? Desde mi punto
de vista mi vida ha consistido en perseverar, en luchar, en esperar que, quizás,
algún día, el destino se acuerde de que uno necesita no estar solo, que
necesita que las noches no sean eternamente solitarias, que tu mismo no seas
sólo el que se anime, el que se derrumbe y el que se levante, que necesitas a
alguien, no por esto último, sino porque te das cuenta de que tienes tanto,
pero tanto amor para dar, que huir a otro lugar por rencor hacia la vida es la
salida más cobarde, es la que requiere menos lucha.
Probablemente en pocos meses habrá otros giros de acontecimientos. En
lo que a mí respecta, me esperan muchos meses (como poco) de intentos baldíos
por conquistar a una mujer. Y tendré que luchar por mi mismo para encontrar el
equilibrio económico-laboral para que esta aventura no acabe en el último lugar
donde deseo estar: en la Isla maldita. A veces tengo miedo, a veces soy
hermético y opaco, a veces nadie sabe nada de mí, pero si hay que luchar, lo
haré, hasta que llegue un momento en el que el destino dicte sentencia, y me
sentencie a que toda esta lucha y espera no valdrá la pena. Y entonces me
retiraré y huiré a dónde quiera ir a través de mis caminantes piernas.
No hay blancos ni negros, no hay nada escrito. Sinceramente no sé qué
hacer. Sólo que esta persona ha hecho girar todo 180 º sin yo quererlo. Que
este máster se me está haciendo cuesta arriba pero que sé que puedo y que
lograré con este máster y lo que pase después del mes de julio…nadie lo sabe
pero yo me imagino un viaje a Asturias en coche escuchando Los Secretos y algo
de música más que mi copilota pinche para disfrutar y cumplir otro sueño.
Porque, ¿sabéis que es lo mejor de todo –además de hacer el amor-? La mejor
sensación del mundo es ver la sonrisa en la cara de la persona que amas tras
hacerla feliz con un detalle. Creo que esa sensación es casi insuperable. Y si
yo pudiera hacerla feliz de esa manera y ganarme su corazón con una palabra,
con un trozo de mar, con una mirada o con la fuerza de mi abrazo, me sentiría
el hombre más feliz y fuerte del universo.
Y en tanto mis fuerzas me acompañen y que mi paciencia me deje,
seguiré luchando, la mejor manera de demostrar el amor es amar bien, amar
mejor, algo que es difícil pero que con los años he ido puliendo. Lo que
aguante hasta que ella se vaya con otro y me diga definitivamente adiós y aún
con ello, lo más probable es que siga esperando un milagro porque… así de
obtuso soy. Un caso perdido. Esto tiene pinta de que ya lo he vivido y sé como
acabará pero no puedo resistir. Después de tantos años quiero esperar y sueño
con verla a los ojos, mirarla…mirarla a los ojos y decírselo todo con los ojos.
Y lo peor es que no sé si algún día llegará el día en el que pueda mirarla
fijamente a los ojos, cara a cara. Pero, ¿sabes por qué no me rindo y por qué
espero? Porque a diario mantengo conversaciones mentales con ella, imaginando
miradas, imaginando juegos, cosquillas, imaginando una vida...una vida que sin
ella no tenía (además del máster), y con ella, ya la imagino. Por eso y por lo
que siento, esperaré.
Sin embargo, lo más duro de todo, lo peor ahora mismo, es haber
disfrutado, haberme sentido feliz cuando aquello era de doble dirección.
Amanecer sabiendo que alguien pensaba en mí, y dormir siendo ella la última
persona que me decía cosas que me llegaban al alma. Lo más duro es que ahora
cuando me despierto siento un vacío atronador. Ella ya no piensa en mí por las
mañanas, ya no me despierta dándome los buenos días. Ya no me dice cosas que me
hagan estremecer. Ya todo se ha vuelto gris, oscuro, negro. Y la soledad me
invade, me come, se apodera después de haber sentido que no lo estaba. Eso me
da un miedo voraz. No creo que nadie sea capaz de ponerse en mi pellejo y
sentir esta soledad. Mirar a las paredes de tu casa, mirar al horizonte y saber
que por mucho que digas o que hagas, su cuerpo será de otro, sus palabras de
otro, y tú te quedarás esperando a que quizás, algún día, se acuerde de que la
esperas con el corazón abierto. Mientras, la soledad te araña, te carcome, te
desespera. Y sientes que de nuevo no tienes vida, sólo el máster y ya estás
agotado. Volver al “antes de” es sumamente difícil. Y en esta historia, quizás
lo que más se repita es eso, la soledad, a la que me han sometido, la que yo he
elegido y a la que me vuelto adepto para no esperar que la vida me maltrate
más. Tengo fe, y tengo esperanzas, pero ya no tengo veinte años. Sigo siendo un
niño tímido, timorato y desconfiado que sólo desea dar y recibir amor
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