Pamplona, el Pretérito perfecto
Le dije a mi amigo de Cartagena que me acompañara a la capital
navarra, pero no quiso/pudo/atrevió. No lo culpo, nada de eso. Pero el ir solo
no me iba a detener. Fueron unas once horas de viaje en guagua. Di pequeñas cabezadas
pero fue en Teruel cuando casi todo se fastidia. Comencé a sentir unos dolores
horrorosos, tanto, que comencé a hiperventilar, a marearme. Pensé que no
llegaría a Pamplona y si lo hacía, me iría directamente a urgencias del
hospital más cercano. Estaba totalmente solo con un dolor inimaginable y esa
visión mía me parecía de lo más absurda y me criticaba mucho por ello. Ese
trayecto lo recuerdo con mucho dolor. Después de todo, volvería a tener la
misma visión de mí: sólo y dolorido en un hospital. Esa imagen se ha repetido
tantas veces… Al llegar a Pamplona el dolor había menguado algo, pero me sentía
fatal, tanto así que resolví volver a Alicante por la mañana. Sin embargo, de
madrugada, cuando el dolor volvió de nuevo con fuerza, salí de la habitación y
me fui a una farmacia porque conozco mi cuerpo lo suficiente como para saber
qué es lo que estaba ocurriendo. Después de tomarme las pastillas, horas más
tarde ya me sentía lo suficientemente mejor como para no querer volver a
Alicante.
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Y ahora es cuando debería de explicar por qué elegí Pamplona. Hace
casi un mes mi tutor de TFM, hablando de olas de frío y de nieve le vino a la
cabeza algo sobre Ernest Hemingway, al parecer había hecho famoso un hotel o
una casa porque se había quedado allí cierto tiempo (no sé qué tan verdad es
esto). El caso es que yo, siempre soñando e imaginando pensé: “Guau, sería
espectacular seguir los pasos de Hemingway, sería tan…” Y entonces en aquel
momento me imaginé yendo a tierras navarras. Una parte de esta historia tiene
que ver con eso, aunque no voy a mentir, la parte correspondiente a Hemingway
es, si acaso un 25% de su responsabilidad. Y allí estaba, callejeando por
Pamplona y de repente tras algunas cosas me sentí realmente feliz. En aquellas
calles encontré respuestas que hacía tiempo que buscaba. Las ciudades
importantes nos dejan clavados recuerdos en nuestra cabeza. Recuerdos que
podemos obviar en el día a día. Hay quien piensa que revivir el pasado, hacer
retrospectivas dolorosas es absurdo y nada recomendable. Hay miedo al dolor, y
hay un fuerte rechazo hacia lo pasado, hacia lo ya vivido. Pero creo que, como
dicen algunos historiadores, es necesario conocer el pasado para entender el
presente. Y de aquello podremos entender muchas cosas. La calle Descalzos, las
calles Jaureta, Estafeta, San Fermín
Txiki, y rincones sin nombre pero con recuerdos. Entonces me hallé allí, como
un día volví a Gijón. Hay quienes dirán, ¿Por qué esas ganas de volver a
lugares que te traen esos recuerdos? (…) Siempre querré saber el por qué aquel
18 de noviembre no sucedió lo que debía suceder (…). Pero esos por qué ahora en
mi vida son superfluos (…) Yo sentía que el tiempo había degradado muchas
cosas, no quise ser egoísta, ni ganador de una batalla que no me haría mejor. En aquella plaza, en aquellas
calles me sentí frío, con la cabeza tan helada pero al mismo tiempo
sobrecogido. Me sentí solo. Solo yo, nadie más.

Y objetivamente así era. No había ninguna presencia, ningún alma,
nadie. Yo con mi propia historia. Y de soslayo apareció en mi recuerdo la mujer
que ha logrado que el corazón vuelva a palpitar como otrora. No quería llamar
al corazón, ni a la emoción, ni a la vehemencia. Pensé que cuando pase un
tiempo prudencial volvería a ver todas las palabras que pretéritamente habían
hecho de ella una mujer que me merecía, que aparentemente el destino estaba borrando
y que en el futuro sería otro monstruo que recordaría el por qué estoy solo, y
por qué esta soledad mía es la mejor compañía que pueda tener. Que no haya
espacio para nada que no fuera intentar dar mi vida por mí mismo, aunque
necesite en el fondo pensar en otros antes que en mí. Entonces no me fue nada
difícil volver a esa imagen mía en América. Como ya decía a principio de esta
historia, el destino es un cabrón por ponerme delante a una mujer excelsa para
hacerme ver la fragilidad de mis huidizos planes. Y su rápida “ausencia” (avalada
por mi extremismo) confirmó que intentar a mi edad seguir luchando por alguien
es un ejercicio de vacuidad tan trivial y prosaica que no me llenaría. Hace
quince años, quizás, podría haber supuesto algo, hoy día no quiero ir de mujer
en mi mujer, de experiencia en experiencia, de puerta cerrada en puerta cerrada
para convertir mi camaleónica esfinge en algo irreconocible, como dice Marwan
“No estoy buscando noches fáciles, lo que yo quiero es aprenderte”. Mentiría si
dijera que no estaba pensando en ella,
porque lo hice, y mucho. La verdad es que la imaginaba a sabiendas de que ya no
estaba en su corazón y que éste había sufrido una invasión de otra masa de aire
local, que está muy cerca de ella. Y yo me sentía perdedor, pero no me sentía
mal, ha sido algo tan habitual que me lo tomé de la mejor de las maneras
posibles. Pero aún me quedaba mucho por vivir y descubrir de mí, de mis sentimientos
y de ella. Esto es sólo el principio de esta historia… (continuará)
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