Revolución de Marzo (III Parte)

Pamplona, el Pretérito perfecto
Le dije a mi amigo de Cartagena que me acompañara a la capital navarra, pero no quiso/pudo/atrevió. No lo culpo, nada de eso. Pero el ir solo no me iba a detener. Fueron unas once horas de viaje en guagua. Di pequeñas cabezadas pero fue en Teruel cuando casi todo se fastidia. Comencé a sentir unos dolores horrorosos, tanto, que comencé a hiperventilar, a marearme. Pensé que no llegaría a Pamplona y si lo hacía, me iría directamente a urgencias del hospital más cercano. Estaba totalmente solo con un dolor inimaginable y esa visión mía me parecía de lo más absurda y me criticaba mucho por ello. Ese trayecto lo recuerdo con mucho dolor. Después de todo, volvería a tener la misma visión de mí: sólo y dolorido en un hospital. Esa imagen se ha repetido tantas veces… Al llegar a Pamplona el dolor había menguado algo, pero me sentía fatal, tanto así que resolví volver a Alicante por la mañana. Sin embargo, de madrugada, cuando el dolor volvió de nuevo con fuerza, salí de la habitación y me fui a una farmacia porque conozco mi cuerpo lo suficiente como para saber qué es lo que estaba ocurriendo. Después de tomarme las pastillas, horas más tarde ya me sentía lo suficientemente mejor como para no querer volver a Alicante.

Y ahora es cuando debería de explicar por qué elegí Pamplona. Hace casi un mes mi tutor de TFM, hablando de olas de frío y de nieve le vino a la cabeza algo sobre Ernest Hemingway, al parecer había hecho famoso un hotel o una casa porque se había quedado allí cierto tiempo (no sé qué tan verdad es esto). El caso es que yo, siempre soñando e imaginando pensé: “Guau, sería espectacular seguir los pasos de Hemingway, sería tan…” Y entonces en aquel momento me imaginé yendo a tierras navarras. Una parte de esta historia tiene que ver con eso, aunque no voy a mentir, la parte correspondiente a Hemingway es, si acaso un 25% de su responsabilidad. Y allí estaba, callejeando por Pamplona y de repente tras algunas cosas me sentí realmente feliz. En aquellas calles encontré respuestas que hacía tiempo que buscaba. Las ciudades importantes nos dejan clavados recuerdos en nuestra cabeza. Recuerdos que podemos obviar en el día a día. Hay quien piensa que revivir el pasado, hacer retrospectivas dolorosas es absurdo y nada recomendable. Hay miedo al dolor, y hay un fuerte rechazo hacia lo pasado, hacia lo ya vivido. Pero creo que, como dicen algunos historiadores, es necesario conocer el pasado para entender el presente. Y de aquello podremos entender muchas cosas. La calle Descalzos, las calles Jaureta,  Estafeta, San Fermín Txiki, y rincones sin nombre pero con recuerdos. Entonces me hallé allí, como un día volví a Gijón. Hay quienes dirán, ¿Por qué esas ganas de volver a lugares que te traen esos recuerdos? (…) Siempre querré saber el por qué aquel 18 de noviembre no sucedió lo que debía suceder (…). Pero esos por qué ahora en mi vida son superfluos (…) Yo sentía que el tiempo había degradado muchas cosas, no quise ser egoísta, ni ganador de una batalla que no me haría mejor. En aquella plaza, en aquellas calles me sentí frío, con la cabeza tan helada pero al mismo tiempo sobrecogido. Me sentí solo. Solo yo, nadie más.

Y objetivamente así era. No había ninguna presencia, ningún alma, nadie. Yo con mi propia historia. Y de soslayo apareció en mi recuerdo la mujer que ha logrado que el corazón vuelva a palpitar como otrora. No quería llamar al corazón, ni a la emoción, ni a la vehemencia. Pensé que cuando pase un tiempo prudencial volvería a ver todas las palabras que pretéritamente habían hecho de ella una mujer que me merecía, que aparentemente el destino estaba borrando y que en el futuro sería otro monstruo que recordaría el por qué estoy solo, y por qué esta soledad mía es la mejor compañía que pueda tener. Que no haya espacio para nada que no fuera intentar dar mi vida por mí mismo, aunque necesite en el fondo pensar en otros antes que en mí. Entonces no me fue nada difícil volver a esa imagen mía en América. Como ya decía a principio de esta historia, el destino es un cabrón por ponerme delante a una mujer excelsa para hacerme ver la fragilidad de mis huidizos planes. Y su rápida “ausencia” (avalada por mi extremismo) confirmó que intentar a mi edad seguir luchando por alguien es un ejercicio de vacuidad tan trivial y prosaica que no me llenaría. Hace quince años, quizás, podría haber supuesto algo, hoy día no quiero ir de mujer en mi mujer, de experiencia en experiencia, de puerta cerrada en puerta cerrada para convertir mi camaleónica esfinge en algo irreconocible, como dice Marwan “No estoy buscando noches fáciles, lo que yo quiero es aprenderte”. Mentiría si dijera que no estaba  pensando en ella, porque lo hice, y mucho. La verdad es que la imaginaba a sabiendas de que ya no estaba en su corazón y que éste había sufrido una invasión de otra masa de aire local, que está muy cerca de ella. Y yo me sentía perdedor, pero no me sentía mal, ha sido algo tan habitual que me lo tomé de la mejor de las maneras posibles. Pero aún me quedaba mucho por vivir y descubrir de mí, de mis sentimientos y de ella. Esto es sólo el principio de esta historia… (continuará)

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