Tranquilidad. Paz. Quizá excesiva serenidad. Estas son algunas de las cosas que siento en estos momentos. Por segundo fin de semana consecutivo volví a la montaña. Volví y esta vez no me llamó ningún ser humano. Me llamó el espíritu de la naturaleza para acabar lo que no había acabado justo una semana antes. Podría haberlo dejado ahí, pero algo en mi interior, algo vehemente me lo pidió… Y así fue como logré alcanzarlo. Para millones de personas lo que hice no es nada más allá de una tontería. Estoy convencido que millones y millones de personas hubiesen hecho lo que hice este fin de semana como algo normal y sin problemas. No es mi caso. Numerosas veces he estado en el hospital desde hace varios años. En la cama de ese centro he sentido que toco fondo. Que la soledad inundaría toda mi vida. Que no volvería a sentirme vivo. Sin embargo, cosas como la que hice me hace sentir orgullo. Para mí nunca nada es sencillo. Lo más sencillo como es dar un paso es sumamente complejo.
Ese fin de semana no pensé. Sólo tenía entre ceja y ceja llegar a lo más alto. Unos 2.350 metros aproximadamente. El médico me lo prohibió. La cabeza no iba más allá. Dejé de lado la medicación y sólo tenía un objetivo: llegar. Durante las primeras dos horas fue sólo volver a andar lo andado una semana antes. Sin embargo al llegar al que yo particularmente llamé “El vallito” que no es más que la base del Pico, comenzó la verdadera aventura. Las siguientes cuatro horas fueron un órdago que lancé con fuerza a ver si esta vez lograba sostenerlo. Hubo momentos en los que pensé que no llegaría, o que no debía llegar. Que el destino era que no llegara. Que el universo me estaba soplando algo. Más si cabe cuando me caí. Manaba sangre con intensidad de la palma de mi mano. Me dolía muchísimo. No fue nada excepcionalmente grave. Pero para siempre quedará esa pequeña e imperceptible cicatriz que llevaré con orgullo. Volví a caerme sin consecuencias físicas. Paraba cada diez minutos en busca de oxígeno. No pensaba en absolutamente nada. Sólo iba paso a paso. Sin prisas. Si llegaba tarde, no pasaba nada. Si tenía que no volver, no volvería. Estaba dispuesto a las últimas consecuencias con tal de llegar. Cientos de personas me pasaron por la cabeza. Quedé atrapado en el primer canal lávico de lluvia de piroclastos sálicos. Pensé que no saldría de allí si no sería rodando. Sin embargo fui por el muro de enfriamiento del gigantesco canal. Pese al sol y a que sudaba, lo cierto es que sentía frío. Soplaba un viento muy fresco que en parte ayudaba.
Necesitaba escalar los muros laterales de enfriamiento para no sentirme atrapado en aquellos canales lávicos. No obstante, subir hasta aquella colada pese a la liberación, era harto peligroso. Cuando llevaba más de dos horas era consciente de mi inconsciencia. ¿En quién pensé? En mi última cita y su frase célebre que desnudó todo y acabó con el misterio. Ese “soy demasiado buena”, frase que implica banalidad, superficialidad y sobre todo inconveniencia, como de hecho me di cuenta de ello. Pensé, como no, en mi última mujer. La última que estuvo en mi alcoba, la última con la que compartí cama. Pensé en que ya no sentía rencor, sino frustración por saber que nunca se solucionaría todo porque… el daño fue mayúsculo. Pensé sobre todo en la felicidad de muchos: mi hermana, mi sobrino, mi familia en general, mis amigos, conocidos…en que todos podían ser feliz sin mí. Pensé en ‘Caraguapa’, en… en demasiadas personas. Acepté de buena gana que pasara lo que pasara, yo ya había vivido. Había llorado, habría gritado, había amado y depositado mi semilla amorosa, había sentido rencor, rabia, amor, había sido acariciado, había demostrado con gestos imposibles mi amor romántico, había tenido pareja, había sido un ejemplo, había sido odiado y amado. Había sido muchas cosas y pensé que estaba tranquilo. Había logrado el objetivo, aunque fuera efímero, de ser importante para alguien. En definitiva, había vivido.
¿Mi legado? El legado soy yo. Yo mismo soy mi propio legado. Ese egoísmo tan particular de ofrecer sin darlo todo… Y además me había centrado en conseguir ser Licenciado, el último objetivo. Así seguía ascendiendo. Miraba al cielo, alrededor de mí se me mostraba un paisaje único, irrepetible, que probablemente no volvería a ver en muchísimo tiempo. En numerosas ocasiones tuve que escalar por roca viva. No había camino, era sencillamente escalada pura hasta los pinachos que florecían. El tiempo se paró. Media hora parecía un día. Una hora, toda una vida, las cuatro horas hasta el final, algo intangible.
Cuando después de más de tres horas logré vislumbrar el cráter en herradura de mi objetivo, no estuve satisfecho. No me conformaba con verlo, quería llegar hasta el mismo centro, lo alto del cráter y poder sentirme Dios, pudiendo observar absolutamente todo a mi alrededor. Que por encima de mí sólo estuviera el Teide, y el Sol. Los últimos metros fueron quizás los más sufridos. No sabía si llegaría, tampoco sabía ni como llegar. Tuve que coger el flanco derecho más escorado, donde apenas un resbalón podría provocar una caída fatídica. Nadie sabía dónde estaba, no tenía comunicación. Volvía a mis orígenes, esto es: la montaña y yo. Sin más.
Pensé en las ganas que tenía de recobrar la amistad perdida de aquel chico increíble, de los mejores que he conocido. Pensé en tantas personas… que escribirlo ahora sería un ejercicio de futilidad. En mi cabeza, hueca de dolor, convertida en ánima inconsciente, sólo perseguía llegar a lo más alto y poder retozar con la roca viva. La zozobra por el final de este ciclo interminable, la posibilidad de no acabar la carrera, las posibilidades todas quedaban minimizadas por el dolor que sentía mi cuerpo, a cambio de la limpieza de un alma que necesitaba saber de nuevo qué era sufrir físicamente por cuestiones para mí nada baladíes.
Y sonó “Maggot brain” de Funkadelic. Canción de casi diez minutos de duración. Dejé la mochila aparcada. Lo que tuviera que pasar ya sólo era entre lo alto de la montaña y mis fuerzas vivas. Sin más. Un mp3 con “Maggot Brain”, la cámara, bolígrafo, papel y nada más. ¿Perder la mochila? Un mal menor. Sentí vértigo. Estuve en dos ocasiones a punto de caer por aquella caída infinita llena de piedras afiladas como cuchillos. El corazón se me aceleró. Esta vez no apareció la taquicardia. Con cada paso iba aprendiendo algo más. No sabía qué, pero era consciente de que la montaña tenía algo que me susurraba desde dentro. Que yo estaba hecho para estar allí, en ese momento, para aquello. Desde los trece años me inventé a mi mismo de esa forma. Una manera para que mis psicopatías no llegaran a provocar asesinatos de almas y cuerpos. Antropológicamente tendría su explicación. Era un ser primitivo. Sin más.
Sonó unas cinco veces más “Maggot brain”. Me metí por una especie de canal minúsculo labrado sobre colada masiva que llevaba a un precipicio. Escalé por encima, y subiendo hasta el último paso, logré llegar: 2.363 metros de altitud. Cuando estuve en el mismo centro de la gruesa arista del cráter grité…grité muchísimo. Me dejé literalmente la voz allá arriba. Luego me mareé… me recosté y cerré los ojos. Minutos más tarde me puse en pie y comencé a fotografiar cada detalle que pudiera. El cansancio, la deshidratación, unido a la altura y la falta de alimentos hacían de mí un pequeño fantasma lleno de ilusión, un pelele, una marioneta a merced de la naturaleza.
Al pensar en la bajada me daba miedo. No sabría si tendría las suficientes fuerzas. Había tardado cuatro horas y trece minutos en hollar la cima. Tenía vértigo, miedo. Había pasado por demasiadas cosas durante la subida y esas mismas circunstancias debía pasarlas durante la bajada…y sin un camino claro. A lo lejos se vislumbraban nubes. Sin referencias claras del lugar donde se ubicara la base, sería relativamente sencillo perderme y no llegar hasta mi destino. Estuve cuarenta y cinco minutos arriba, en lo más alto. Quería estar más tiempo, pero comenzaba a tener más frío y la congoja me paralizaba.
Alcancé el décimo lugar más alto de esta isla. El Teide, el Pico Viejo, Montaña Blanca, Guajara, Topo de la Grieta, Pasajirón…Pico Cabras. Allá arriba todo lo que sucedía a diario aquí abajo parecía algo absurdo. Cualquier situación, por extrema que fuera era insignificante. Lo importante, lo realmente crucial era tener salud, piernas, y tener algo que te haga recordarte a ti tal como eres. Allá arriba volví a sentirme orgulloso. No había dejado de sentirme así, simplemente me había olvidado…
Como olvidé lo vivido. Olvidé las historias que hicieron de mí un hombre-niño ilusionado. El amor, la pasión, la vehemencia, el volverme loco positivamente. Hace unos días soñé que dentro de no mucho mis labios volvían a besar otros labios. Recordé a las dos mujeres con las que he estado de verdad, igual todos los desencuentros. Ser como soy es complicado, todos lo critican, nadie lo entiende pero yo sé que ha merecido la pena. En lo que a las mujeres se refiere, la cabeza la mantengo alta, algo que quiero y deseo no olvidar, aunque sé que será complicado que lo mantenga presente. Los actos “heroicos” vinculados a la montaña deberían estar más presentes, pero entonces, ¿cómo valoraría lo hecho? Me va la aventura, no cualquier cosa, y si tengo que elegir, repetiría todas y cada una de las cosas hechas en ese sentido. Los asuntos familiares nunca jamás me han ido mejor que ahora. Me enorgullezco de mi hermana, de mi sobrino, puedo decir que amo a mi madre y quiero intentar que se sientan ellos también, muy orgullosos de mí. Y mi carrera… esa amante-esposa secreta. Da igual lo que pase. Me sienta como sienta, logre o no sacarlo dentro menos de dos meses…esa es otra historia. No va más. Estoy en el deber, en el derecho, estoy preparado para este momento, y si en junio logro ser licenciado sólo sé que lloraré, me emocionaré y que ese día… será igual a los grandes días de mi vida en que he sido feliz: estaré solo. No habrá un beso de amor de una mujer, no habrá una celebración multitudinaria de amigos y familia. Será un día normal al igual que para millones de personas que ese día también obtendrán un título. Pero para mí…para mí no será un día más. Será especial.
Y mientras volvía, pensaba, leía el cielo, si hubo una canción que me acompañó en la bajada, en todos mis pensamientos, en todo lo bueno que tengo que decir, en la tranquilidad de todo ello, aquella sólo tenía una cosa que decirme: “Vente”.
SUBIDA – TIEMPOS
Salida en el Barranco de la Arena: 7.48
Canal de Vergara: 8.12
Comunidad Las Nieves: 8.23
Pista Forestal: 9.10
Collado-Puerto. Primera vista Pico Cabras: 9.23
--descanso de 15 minutos—
El ‘Vallito’ – Base Pico Cabras: 10.00
Cedro en el canal lávico: 12.15
Primera vista del cráter: 12.38
Llegada. Hollado Pico Cabras: 13.01.
BAJADA – TIEMPOS
Salida en Pico Cabras: 13.45
Vista última del cráter: 14.01
Cedro en el canal lávico: 14.08
--descanso para comer—
El ‘Vallito’ – Base Pico Cabras: 15.15
Collado-Puerto. Última vista Pico Cabras: 15.30
Pista forestal: 15.44
Comunidad Las Nieves: 16.30
Vergara: 16.30
Llegada a Barranco de la Arena: 16.47
¡¡Llegaste!! Cómo te admiro: la mochila al hombro, buenas canciones en la cabeza, mucho esfuerzo y alá, pa arriba, ¡y eso que el médico no te lo aconsejó! Yo no hubiera podido subir y eso que mi salud no está resentida, es sólo que me marean las alturas, me dan vértigo, además la altitud me sienta fatal, me mareo mucho. Pero esas vistas valen la pena, así que hiciste bien... a pesar de las caidas y la sangre, puff, y por lo que parece la montaña te inspira...
ResponderEliminarMe alegro de que estes bien con tu familia, y bueno espero que el día en que te entreguen ese apreciado diploma sea muy especial, ¡lo va a ser! Ya sabes que Anita te envia todo su poyo y amistad.
Un abrazo grande
;)
Fue bárbaro Ana. No quiero olvidar ni un solo paso que di. Cuando me acuesto intento recordar lo vivido, lo que pensé, lo que traduje de mi mismo. Me da serenidad, paz... Es algo increíble. Junio está a la vuelta de la esquina y estoy con unas ganas que no te puedes imaginar. Por mi cabeza no pasa nada que no sea sacarlo todo y al pensar en ello se me escapa alguna lágrima. Pero he de contenerme y trabajar duro porque además me gusta y lo hago con sumo placer.
ResponderEliminarNo pienso dejar esto aquí, en los albores del verano o cuando tenga algo de tiempo pienso en subir de nuevo a lo más alto del Teide. Y si se me mete en la cabeza, lo haré. Además de alguna otra cosa aún más loca y dura. Si no consigo ser Licenciado la montaña será mi refugio y desde luego que mi terapia. Si lo logro será mi lugar de celebración. Pase lo que pase quiero que sea el lugar donde celebrar todo.
No imaginas como me siento... es una sensación incontrolada y que no sé si alguna vez he sentido.
Gracias por tus palabras Anita, espero que dentro de un par de meses nos veamos y nos demos un abrazo gigantesco.