Esta semana comencé con ganas
después de unos buenos días de pateo. El primer día un intenso debate en clase
que me dejó semi exhausto. Por la tarde, después de varios meses volví a hablar
con una amiga. Con ella realice un ejercicio realmente complicado. Es ver un
paisaje bellísimo y saber que nunca podrás pisarlo, que incluso la niebla no te
lo dejará ver. Ese paisaje lo ves…¿Por qué hablo de paisaje? Estoy hablando de
la belleza de mi amiga. Es enormemente guapa y atractiva… pero sólo es una
amiga. No siento nada hacia ella. Pero mi testosterona no piensa, sino que
ejerce su derecho a masculinidad. Y la cabeza de arriba dice: ¿Pero por qué? Lo
cierto es que hice un ejercicio de intentar impresionar a una persona que no
quiero, ni tengo por qué. Es lo que llamarían algunos ser un “macho alfa”
aunque de normal me suela conformar con ser macho beta o un “macho” a secas. También,
dicho sea de paso, aquella larguísima conversación improvisaba cortó de raíz
mis intenciones de comenzar a estudiar con fuerza para el examen importantísimo
del próximo día 25 de abril. Y llegué a casa exhausto.
El martes… El martes quien llegó
a mí fue otra persona. En esta ocasión un amigo que hacía que no veía mucho
tiempo. Tampoco pude estudiar porque intenté ayudarlo en cuestiones académicas.
Luego tuve que ir a clase de inglés y… bueno, tratar con la persona que hace
que esas tardes de inglés lleguen a ser insufribles y hasta me haya planteado
abandonarlo. Me molestó sobre manera que me escribiera mensajes justo cuando
nos íbamos a ver en unos pocos minutos. No lo hizo ni durante el fin de semana,
ni el martes, ni nunca jamás. Esto me dio pie a pensar que soy “el chico de
inglés”. Me sentí muy absurdo. Más si cabe cuando nos sentamos juntos y no
realmente porque quiera, al final es de nuevo por quedar bien. ¿Y por qué he de
quedar bien? Es absurdo. La llevé a casa porque…bueno, porque aún aspiraba a
que algún brillo sujetara la nefasta primera y única cita que tuvimos y
tendremos. Sin embargo me decepcionó con su conversación. Fue bana,
intrascendente, vacua, sin ningún tipo de contenido por el que yo pudiera
aplaudir. Todo lo que habló en la cita se diluyó por completo.
El miércoles fue, con toda
seguridad, el día más agotador. Fue el día clave. En el mismo lugar se juntaron
la hermosa amiga del lunes, con mi amigo del martes. Estábamos en la sala de
estudio. Comencé a explicarle cuestiones académicas a la hermosa chica y al
cabo de un rato llegó mi otro amigo. Fue entonces cuando dije: otra vez me
quedo sin estudiar. El ambiente fue extraño. Al cabo de las horas mi amigo hizo
un esbozo de psicoanálisis hacia mi pasión academicista que… lo clavó, para qué
voy a mentir. La cosa es que yo lo sabía pero no quería verlo tal cual.
Ese mismo día por la noche me
contradije, me contravine y le mandé un mensaje a mi cita de este año –después de
ponerme digno y decir aquello de ‘No me apetece' (nota mental, dejarme de
dignidades estúpidas. Si ya nos conocemos…)-. Estuvimos hablando a través de
esos mensajes y al final llegamos a una conclusión –valga la redundancia-: yo
no le sirvo como chico sino como amigo –oh, poderosísima casualidad- y yo estoy
resignado a no encontrar a nadie que cope mi verdadera pasión soslayada en
asuntos académicos. Comencé a pensar y recordé a mi última ex. Fue entonces
cuando las palabras de mi amigo encontraron todo el sentido. Después de
Marruecos, después de haber perdido amistades, después de haber desperdiciado
toda la confianza de numerosas personas me refugié en mi carrera. Toda la
rabia, el amor, la atracción, los instintos más básicos, la pasión pasó a mi
carrera. Y yo sé que es la forma subliminal de esconder mis frustraciones
amorosas, en particular la última. Herméticamente cerrado, cada mujer que ha
pasado por mi lado ha sido un NO por sistema porque ninguna se parecía a aquella
“luz de la mañana” del pasado. Y
ciertamente es así. Todo lo que ha sucedido después, que básicamente es
ocultarme en mi carrera y tratar de encontrar la satisfacción personal en ello,
ha sido… una excusa.
Aquello me deprimió
completamente. El jueves fue espantoso. Sí, tanto que fue ayer y parece que fue
hace dos semanas. Cuando salí de inglés casi lloro. No sé por qué…bueno, sí, lo
sé. Seguía pensando en “mañana”… Porque decidí que intentaría, esta vez sí,
poner en orden y escribir todo lo sucedido comenzando por los sms, los e-mails
y todo lo que pudiera encontrar que de cuerpo a algo difuminado. Y tengo que
decir que copiar los sms que ella me mandó es un ejercicio mental y sentimental
tremendamente doloroso y sobre todo agotador. Tanto que ahora estoy sin fuerzas. Sin ningún tipo de
fuerza ni para estudiar, ni para ensalzar mis buenas cosas.
El comentario psicoanalista de mi
amigo, unido con las palabras de mi cita y el recuerdo de “mañana” me dejaron
de bajón. Tanto que hoy he sentido como si fuera un zombie. No soy yo. Incluso
me estoy planteando asesinar mi esfuerzo y –por decimoquinta vez…más o menos-,
dejarme ir y no acabar la carrera por miedo al vacío posterior. A descubrir que
después de ella –de la carrera-, no habrá nada y mi carrera, lo que amo de
ella, se esfumará. Que no lograré hacerla revivir fuera de la universidad. Y lo
que es peor, temo a que sin mi carrera, sin mis estudios, lo que subyacía
vuelva a la superficie y ya no tenga objeto de adoración y pasión… y entonces…
justo en ese momento, me encontraré vacío, desconocido, a solas conmigo mismo. Habré
averiguado que lo único que he hecho, quizás, no lo sé, es haber ocultado mi
cabeza bajo tierra.
Eso es, grosso modo, lo que ha
hecho que de nuevo la ambivalencia sentimental sea un arte ‘diacronicista’ en
el que, pese a intuir una frondosa vegetación, lo único que hay es millones y
millones de una sola especie, sin nada debajo…salvo las acículas caídas y secas
de una vasta vida malograda.
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