No hay explicación


En ese ejercicio de beber un vaso medio lleno cada día, hoy he tenido que hacer grandes esfuerzos para ver tan sólo agua. Pero el caso es que lo he visto, incluso he llegado a ver, en visiones, un vaso rebosante de agua. Es sencillo optimismo. Es de noche cuando llegan las sensaciones. Esta tarde fue diferente. Me sentí muy orgulloso de mi mismo en una de esas banalidades que para mí suponen todo un hito. Y como algo importante que fue, lo trato con orgullo. Caí no menos de veinte veces. Me lastimé la rodilla derecha, el codo izquierdo, la cara en el asfalto que me abrasó, los brazos doloridos, la boca hinchada… Hoy fue la metáfora perfecta de los golpes del destino. En un momento dado me dije: “No me tirarás, no me tumbarás, no caeré, no ahora, no hoy”. Sin embargo, pese a los muchos esfuerzos el destino me dio una paliza. Pese a la sangre, al dolor, a las numerosísimas caídas, lo intenté… pero el ocaso final no fue el que yo albergaba. Quizá, sólo quizá, todo para mí se acabó y lo único que tengo es una fe tuerta –por aquello del optimismo-.

El cuerpo roto, los brazos pesados pero lo peor no es el dolor físico, sino el dolor de dentro, aquel que nadie ve, el que nada puede sanar. De nuevo –y no van pocas veces precisamente- me bofetearon. Quedé desnudo, desvestí mi alma y me ridiculizaron, me mandaron directamente a un infierno QUE NO MEREZCO. Estos últimos días, cuan libro abierto de par en par, he contado todo lo sucedido sin pelos en la lengua. Y parece que ese peso, mi peso, ese que crea mi mundo, para el resto es apenas un grano de arena. Siento que cada vez soy menos y menos. Puede que estos días haya regalado todas mis fuerzas a diestro siniestro a todos aquellos que me pedían fuerzas –que han sido unos cuantos- y yo, en un ejercicio de altruismo, regalé lo poco que me quedaba de ánimos, de esperanzas.

Jugué a la ruleta rusa con el escaso dinero que tenía y volví a perderlo todo, de nuevo estoy sin blanca, sin nada bueno que dar. Será porque de nuevo esta noche, como tantas,  me siento demasiado solo. Es curioso como ayer me sentía en la cumbre y hoy creo estar de nuevo a la cola del mundo. Estos vaivenes no son nada buenos. ¿Qué necesitaría? Un abrazo, una mirada, comprensión, saber que aunque sea un bicho raro, en realidad hay alguien tan raro como yo…y compartir nuestros granos de arena para ser playa, enjuagados en olas, revueltos por el azar del viento.

Lo que quiero son días desordenados y desbordantes como ayer, lo que me sobran son días de silencios, en los que quedo en evidencia sólo por no haber “follado” cincuenta veces con 25 personas. En los que me siento más tonto que nadie, en el que mi inteligencia es apenas un cigoto. Me gustaría poder entender, comprender este sinsentido. De nuevo el tiempo se me escapó de las manos. Hoy me dieron una paliza, la sangré física y metafórica manaron. Pero no pienso parar. Prefiero mil huesos rotos, que esperar a que alguien venga a mi casa a partirme la cara. Más, ¿Seré tan valiente como para continuar con esa vacua lucha? Quiero serlo.

Quisiera dar marcha atrás…sí, ya sé que no conviene, que no se puede, que es absurdo…pero se me escapa el tiempo, se me escapan los conocimientos, se me escapan las ideas, me roban los sentimientos. Mañana será otro día que no entienda, otro día en el que sentiré cosas ambivalentes, antagónicas. Ayer no quería subir demasiado alto, pero la felicidad es algo a lo que te acostumbras cuando lo saboreas bien y a menudo. Y mi felicidad es estar acompañado, es sentirme querido, apreciado, poder mostrarme tal y como soy, poder querer, amar sin medidas, sin cortapisas, es poder equivocarme, pedir perdón y ser perdonado…son muchas cosas demasiado extensas para poder explicarlas.

Quiero sentirme bien cada día. Quiero no sentirme tan sólo y abandonado cuando no me siento bien. Quiero sentir que aún queda una oportunidad. Será que esta noche tengo muchas ganas de un cuerpo que no existe, de unos recuerdos perdidos, de hacer algo extremo, de que mis palabras narradas no acaben como hoy, en un saco tan roto y hondo, que sea absolutamente insondable.

Lo que tengo ganas es de arrancarle la ropa de nuevo, una vez más, mientras nuestros labios se besan eternamente, que su boca muerda mis labios, que su respiración palpite al son de su corazón. Tengo ganas de que esta pasión inagotable, desbordante, desperdiciada en vanos oficios sea entregada a su dueña, no a cualquiera, sino a la merecedora. Quiero volver a hacer el amor cuatro veces al día, cada día, todas las semanas, que despertar sea una fiesta en la que las invitadas sean las sábanas, que el único calor sea el de nuestros cuerpos. Quiero  que sus besos vuelvan a curar todas las heridas. Quiero poder acariciar cada milímetro de su cuerpo con mi lengua, quiero que se encienda una hoguera que sea visible en el otro extremo del universo…que no se apague ni cuando nuestros cuerpos mueran. Quiero volver a escuchar su voz leyendo ‘El Principito’, dominar de mentira su vida cuando en verdad, es ella la dueña. Quiero volver a ensañarme con su cuerpo mientras me grita “quiero más, dame más”. Nunca tuve suficiente, nunca fue demasiado tiempo para esperarla, nunca existió el ‘te olvidaré’. Fue la mujer que más me ha marcado, la que me convirtió en lo que soy hoy, la que me atrapó, la que me hizo reo de su sexo, de su cuerpo, de sus pechos. Ella es la culpable de que ninguna mujer sea lo suficientemente buena como para superarla. Ella es la culpable de que mi vida sea sin ella porque ella ya no existe. Creo que no existe un día sin que lamente que feneciera. Ojala pudiera volver a aquel septiembre de 2009…Ojala nada hubiera muerto, ojala nunca hubiera sucedido aquel accidente. Ojala cada canción no me recordara a ella. Ojala pudiera extirpar este sentimiento de mi corazón, ojala pudiera apagar este deseo que me mata y que nunca jamás volverá a ser saciado porque sólo hay un cuerpo, unos pechos, sólo hubo una mujer que supo morder mis labios, sólo hubo alguien a quien podía decir que era el sol que daba calor a mi vida. Sólo hubo una mujer que me hacía perder la cabeza y al mismo tiempo obrar con corazón y razón. Ella era conmigo, era sin mí y viceversa. Pero murió…más, en mí quedó...

Quedó el orgullo de querer superarlo, el orgullo de seguir adelante, de no estar encerrado, drogado, alcoholizado, de estar enfermo de amor hasta seguirla. Quedó el orgullo de poder volver a sonreír, de vivir días como el de ayer, como el del lunes, el del sábado, el de tantos otros. El orgullo de querer encontrar sus ojos en otros ojos, de que me miren como me miraba ella, de que me besen como me besaba ella. Pero nada ocurre así. Nada es nunca como uno quiere. Las palabras caen por un precipicio y ya nadie las recoge. Ya no hay paracaídas.

Supongo que es el agotamiento de pasarme más de 24 horas sin dormir, de no parar, del sufrimiento, de las caídas, de la sangre, de un cuerpo roto de dolor. Yo sólo quiero poder querer y que me quieran como yo deseo que lo hagan…como ella lo hizo. No…aún no la he podido olvidar, y nunca, nunca jamás la olvidaré. Ojala algún día pueda borrarla…porque entonces significará que habré dejado de vivir, sentimentalmente hablando, en la más absoluta de las MENTIRAS.

Lo bueno de todo esto, es que después de mucho, muchísimo tiempo, me he vuelto a congraciar con las letras, con las palabras, que los pensamientos se convierten en hojas y hojas que escribir, que de nuevo puedo VIVIR…porque no existe la vida para mí si no puedo escribir verdadero o falso, mucho o poco, razón o sinrazón.

¿Una conclusión? Pese a todo, sigo identificándome con aquella frase de Barney Gumble, el alcohólico de Los Simpsons cuando hizo un corto: “No lloréis por mí, ya estoy muerto”… y bueno, no estoy muerto, pero sí que una parte de mí, una parte que está en el fondo de tu ser y con la que rara vez hablas con alguien, está comenzando a morir. Porque esta noche, como ocultamente cada noche, quisiera poder revivir la vez que nos vimos en Madrid y nos comimos a besos. Me dio la mejor experiencia de mi vida. Y eso no hay nada –ni todas las palizas que me den-, ni nadie –ninguna mujer o ‘chica de inglés’- que lo pueda superar…aunque mis ojos optimistas quieran ver en cada persona, en cada experiencia, algo único e irrepetible. La verdad, la triste verdad es que tres años después, no la he olvidado y aún sueño con que dormimos cada noche abrazados y despertamos cada mañana haciendo el amor para desayunar.

A veces siento que esta vida mía sólo es inflada por mí. Y que lejos de mis idiosincrasias, no es valorada…no es querida. Hoy, si tuviera fuerzas, gritaría, volvería a aquel cementerio para ser enterrado con ella. Hoy quiero ser nube, soñar, divagar…ser una tempestad de arena. 

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