Aunque suene triste, he
reflexionado sobre lo hecho en mi vida. Aquí todo queda minimizado. Queda todo
como si no fuera nada. Lo que importa aquí son otras cosas. Sientes lo poco que
puedes aportar porque no has estado realmente en la naturaleza. El sonido de las
ranas de noche, musicando con los grillos bajo la contumaz luz de las
estrellas. Esto último ha sido excelso. Definitivamente no hay lugar en el que
haya estado donde la bóveda celeste se vea mejor que aquí. Ha sido enriquecedor
volver a ver todas esas estrellas y sentirte menos que una hormiga. Pasarte un
tiempo indefinido mirando cada una de esas féminas luminosas.
Aquí la naturaleza importa más
que el ser humano. Cosas como la pulcritud, el orden o la monotonía no ha
lugar. Cada día es diferente si quieres lograr sobrellevar la eterna soledad de
este lugar donde nadie da cuartel. Hay un clima negativo de lucha contra los
elementos, un concepto darviniano entre los propios seres humanos. A veces me
los he imaginado blandiendo sus hachas de noche a la espera de asesinar al que
pase para que sus vidas cobren el sentido que la misma naturaleza le quita al
hombre. Por eso la nada que es, aquí cobra un sentido más prosaico.
Sí, he creído que lo que haces en
la vida es lo único relevante porque después de la muerte, no hay nada más, no
existe la reencarnación ni eternidad, ni Dios, aquí lo único que puede valerte
es el proselitismo de tu capacidad para que la vacuidad no te desmorone y
acabes fruto de las drogas, alcohol o depresión. En mi caso este lugar me ayuda
a aislarme, que mis sentidos se sientan totalmente desolados.
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