Este viaje está siendo muy
tranquilo y me está ofreciendo diversas perspectivas de las cosas. No puedo
decir que sean cosas halagüeñas para mí, pero en mi afán por buscar cosas
positivas, he “soportado” la esclavitud de mis palabras. Sé que volver sería cobarde
y estúpido. Ha habido un montón de buenos y grandiosos detalles: la sangre
derramada a espuertas gracias a la recogida de moras, el baile del pueblo donde
pude volver a bailar después de más de medio año con alguien, las bromas con mi
prima y vecina pero sobre todo la nada. Y es que en un lugar donde no hay ni
televisión, ni Internet, ni teléfono, ni periódicos, ni radio ni nada con lo
que comunicarme la música, los libros y los apuntes de la carrera que me he
traído son mi única compañía. He logrado acabar de leer “Walden” de Thoreau, he
logrado leer con ganas y paz. He recapacitado sobre todo lo que he logrado,
cosas que los demás no le dan ni la más mínima importancia.
Sobre todo he pensado y he pasado
tiempo “al natural”. He vuelto a reconocer al niño que antes soñaba con las
cosas más simples y lo veía como lo más bello del mundo, el estar en compañía
de otras personas, de una mujer, de las noches de verano sin tiempo
determinado, sin cortapisas ni muros que tener que derribar. Al sentir esto último
me sentí demasiado extrañado. Me gustó reconocer aquella sensación pero era tan
ajeno al ser que soy ahora, que era como si alguien intentara invadirme.
Aquellos tiempos no volverán. Hay muchos muros, poca compañía y ninguna fémina
con la que aderezar esa sensación.
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