De copa en copa íbamos todos en
aquel lugar lejos de cualquier territorio que antes hubiera conocido. El olor a
ron inundaba por completo aquel terruño frágil y arenoso. Y entre tanto
alcohol, la posibilidad de bailar se volcó del imposible a lo realizable. Y así
fue. Aquellas carpas repletas de bellas y voluptuosas mujeres, era el Edén para
nuestros ojos. Los bailes etílicos con la copa en la mano tan sólo pretendían
buscar la solución al paradigma de toda la senda de mis tres décadas de
existencias, el amor, la mujer que siempre se resistió. Aquello era casi un
océano de damiselas y yo estaba dispuesto a todo por el amor de una de ella, de
una que solapase, que soslayase todo el sufrimiento adherido a mi vivir. Pero
nunca valió una sola razón para optar a aprobar la reválida del amor aunque sea
tan bien intencionada como errante la posibilidad utópica de acabar, aquella
noche, además de la borrachera, con unos carnosos labios de mujer que besar. De
fondo, un hilo musical que bien podría haberse adherido a una vana
circunstancia, pero pude reconocer algo que antes no tenía sentido. Hoy aquel
olor arranca de mí un recuerdo febril de noches llenas de pasión…
Esas noches es las que ponemos la ilusión de comernos el mundo y surcar algún que otro cuerpo y corazón destrozado. Un saludo.
ResponderEliminarBuenas Marisa!!! Bienvenida a mi blog. No te falta ninguna razón. Algunas veces creemos que podemos comernos todo el mundo y no llegamos ni a comernos un cachito de península porque nos hace más los ojos que la barriguita, pero en general la intención es lo mejor que uno puede tener, luego ya si logramos recorrer algún cuerpo o rozar algún labio o sentir incluso algún corazón si la diosa casualidad lo quisiera, entonces sería ya una noche perfecta.
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