Realidad, sueño o ambos


Un día. Fue sólo unas horas durante el tiempo que dura la luz solar sobre mi cabeza. Me paré en aquella playa, una de tantas y tantas que pisé, en las que dormí. De pronto escuché de nuevo aquella voz y viví un sueño escuchándola a cada hora. Soñé que despertábamos juntos, cogidos de la mano. Soñé que hacíamos el amor tres veces seguidas por la mañana. Soñé que teníamos una conversación sublime, que haría que me sintiera el hombre más afortunado del mundo siendo tan sólo uno más. Soñé que escuchábamos música, que nuestros descubrimientos nos maravillaban, que nuestras vehemencias vencían a nuestros razonamientos. Soñé que nos dábamos la vida durante al menos unos pocos días para luego ir a morir en el mar de la rutina acompañados de la soledad de cualquier alcornoque. Soñé con que escrutaba cada milímetro de su cuerpo, sus ojos verdosos. Incluso soñé con algo más a largo plazo. Al pensar en todo aquello sentí una bonanza espectacular. Hollé una felicidad intrínseca en mi imaginación, sólo con el fondo de una voz que me devolvió a mi ser romántico. El sueño fue sencillo, duró no más de lo que dura un día a principios del mes de septiembre en el sur de España. Y fue fantástico estar en aquel lugar donde, aunque caminara hasta la línea del horizonte, el mar nunca me llegaría a cubrir más allá de mi cintura. Porque así era el sueño imposible que se hizo realidad. Un océano en el que yo era tan grande, tan gigante, que le ganaba la batalla al mar, y como tal, aquel sueño era posible. Y lo fue…vaya si lo fue. Lo viví. No, no fue un sueño, todo aquello lo recordé, como recordé aquellas tres palabras que lo iniciaron todo: Te quiero…conocer. Y entonces vivimos los momentos más inolvidables. Nunca la odiaré porque nunca la olvidaré. Quisiera haber hecho de aquella vivencia algo efímero, más, para mí durará toda la vida. 

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