Cuando escribo esto, un día ‘X’,
me encuentro en la segunda planta de la biblioteca general de la Universidad de
Alicante, desde donde puedo ver todo el valle y parte de su ciudad asociada. Al
fondo, montañas, cuestas, pliegues y un montón de formas estructurales y formas
de erosión. Aquí recomienza mi vida de forma inconsciente. No me doy cuenta aún
del calado de mis decisiones, no me doy cuenta aún de que en menos de dos
semanas, comienza mi último reto académico, probablemente sí, el último de
todos, la última oportunidad para mi gloria personal. Comienza sin avales, sin
redes y con mucha, muchísima incertidumbre acerca de lo que podrá suceder en
otros menesteres. Observo este lugar y su magnitud y me doy cuenta, aquí sí, de
lo absolutamente solo que estoy. Aún no he logrado hablar con nadie de este
lugar, lo cual es lógico. Ya he dicho que me cuesta relacionarme, que mi capacidad para sociabilizar es reducida. Todos se quedan con lo bueno –por suerte-,
que es lo mucho que hablo y algunas que otras cosas más. Pero no voy a quitarme
ahora la máscara de lo obvio. Estas sensaciones chocan, son ambivalentes,
buenas y malas, asertivas y terroríficas. No conozco este lugar y estoy todo lo
limitado que una persona puede estar. Después del viaje de gracia de casi tres
mil kilómetros desde Tenerife hasta Alicante, llegar aquí ha supuesto un
recomenzar como bien he dicho. Sí, ya lo sé. Que si los inicios no son
sencillos, que yo lo conseguiré, que estoy capacitado, que tengo que echarle
huevos, etc, etc, etc… Todas esas cosas que se suelen decir en estos momentos.
Lo cierto es que siento rabia por
no lograr disfrutar del momento todo lo que quisiera. No esperaba echar tanto
de menos mi origen. El hecho incluso de decirlo me desasosiega. Aquí paso
totalmente desapercibido. No soy nadie y me siento así. No me siento original,
no me siento especial por nada ni por nadie. Sí, buscaba en parte esto, pero no
esperaba esta amalgama de sensaciones. Estoy tranquilo, demasiado. Es seguro
que en unos diez días comience otra etapa de esta nueva etapa. El comienzo del
máster hará cambiar esta tranquilidad, este remanso de paz en otra cosa. No sé
si deseo seguir viviendo este impasse o volver a la acción. Uno puede llegar a
acostumbrarse a la insustancialidad de una forma, como he dicho, ambivalente. Escuché
que para nuestro desarrollo psicosocial necesitamos cierto grado de
insustancialidad, que es necesaria para poder tener una vida de verdad, empero,
algunas personas necesitan llevar un camino de importancia, relevante, alejado
de la sin sustancia al menos por un tiempo. Creo que mi etapa ‘sosa’, sin
cloruro sódico, desalada, tocará a su fin…en teoría o al menos eso espero. No sé
yo si soportaría tanta insustancialidad, no sentirme útil para los demás o para
mí mismo, sentirme tan despojo o parásito. Llevo más de dos semanas aquí y sigo
siendo forastero. Soy ese ser invisible para todo el mundo, que en parte quiere
seguir siéndolo, pero por otra parte, quiere formar parte activa del paisaje,
algún tipo de paisaje, da igual si humano o natural (me gustaría más el
segundo).
Llevo tiempo barruntando una idea
que igual es solipsista o precoz en este momento. La diferencia entre marcharte
de tu lugar –aunque no sé hasta qué punto Canarias es “mi lugar”- por motivos
sentimentales o por motivos personales. Entiéndaseme esta última afirmación. Es
decir, irme por razones de amante que ha encontrado otra amante y que se va a
otro emplazamiento para sentirse regocijado con la compañía sentimental
necesaria de otra persona. Por la otra parte, irte por ti mismo, sin una
salvaguarda sentimental que te espere en tu destino. Haciéndolo sólo por ti,
con tus seguridades e inseguridades –ganando más éstas últimas-. Es una
diferencia abismal que aún me cuesta explicar, ponerle las palabras necesarias
y probablemente pasarán meses antes de que pueda explicar bien las diferencias.
Este lugar sigue sin tener la más
mínima sustancia. No tiene nada que me llame. No puedo caminar por el monte
porque está lejos y es de difícil acceso. Ir a cualquier lugar me recuerda a mi
canción, hecha por Marwan que dice “encuentro mil lugares donde irme pero
ningún lugar donde quedarme”. Creo que ahora mismo es una de las mayores
certezas de mi existencia. Da igual si esté en Alicante o China, ahora mismo no
necesito un nuevo lugar (necesitaba salir de Tenerife, es otro hecho cierto),
quizás tampoco necesite este máster. El máster era la excusa perfecta para
salir de la isla. Es lo que yo he llamado varias veces: Plan B.
Conste que esto que voy a decir
es un poco…pues eso, maleable según circunstancias y sobre todo tiene muchos
matices. Siempre me he considerado solitario, un tipo que ha estado más tiempo
a solas que en cualquier tipo de compañías (amigos, pareja, familia, etc…). Mi
máxima durante más de una década fue: “Si nadie está conmigo para hacer lo que
yo quiero, no dejaré hacer esas cosas”. Y por eso salí de noche, de fiesta o a
caminar. Por eso viajé sólo con mi mochila, recorrí y hasta hice cosas muy
locas en mi mundo. Siempre tuve un miedo, algo que todos tememos: acabar tus días
totalmente sólo y lo que es peor, sin una mujer que te ame. Mi máxima aspiración
fue tener una mujer que amase y que yo pudiera amar, pues creo que en lo más
personal, en lo más intrínseco, además de tus logros académicos e
intelectuales, lograr ser compatible con alguien es algo tremendamente difícil.
Al menos para mí lo ha sido así siempre porque no ha dependido de mí. No ha
dependido de mí en exclusiva que una mujer me amase pese a mi ‘promiscuidad’
sentimental. Así, me imaginaba y tenía fe en que todo saldría bien, que ese
miedo se solaparía fácilmente cuando llegase la mujer por la que lo diese todo.
Estaba convencido de que al llegar a la treintena todo estaría solucionado
porque además, siempre he puesto de mi parte…aunque haya cometido errores.
Me marqué un objetivo. Esto sigue
siendo real. Dije que no estaría esperando o buscando el amor toda la vida. Que
la vida sin amor es…como lo es ahora para mí: insulsa, insustancial, demasiado
poco importante para lo que yo requiero en mi mundo. El mundo no tiene color,
es una hoja en blanco, algo en blanco y negro, triste sin tener a una mujer por
quien expresarle todo lo que sientes. Es mi vida, así soy yo (o lo era hasta
hace poco). No estaba dispuesto a seguir doliéndome y maltratándome
sentimentalmente a mi mismo por el dolor que causa el ser rechazado siempre que
te fijas o sientes algo por alguien. Llegas, como llego yo ahora, a ser quien
no eras: un cobarde. Temes al rechazo, zozobras sólo con la idea de tener que
intentar borrar un sentimiento más si cabe si eres alguien como yo, que nunca
olvida del todo lo que siente por alguien. Aún sigo queriendo a mi primera
novia de verdad, la asturiana, quien está casada ahora mismo y que si algún día
me dijese algo, creo que no tardaría mucho en pisar sus terrenos. Y haría lo
mismo por las dos o tres mujeres que más y de verdad he amado en mi ida (porque
las sigo amando).
Como decía, no estaba dispuesto a
seguir la espera, la búsqueda o mejor dicho, no estaba dispuesto a superar un
Everest en cada rechazo. He tenido mucha suerte, la verdad sea dicha. He amado
con pasión, con cabeza, y he recibido muchísimo amor, mucha devoción, me han
dicho palabras que nunca me creí, que me hicieron sentir el hombre más dichoso
del universo. Tuve suerte de ser amado y de amar. He conocido además, a mujeres
con las que no he tenido nada, pero que estoy seguro de que, en un mundo justo,
hubiesen sido ese tipo de mujer que, cuan arquitecto, diseñas como “perfecta”
con sus imperfecciones. No sólo eso, sino que me he sentido bien tratado por
ellas, he albergado ese amor maduro de quien sabe que, quizá en otro momento,
en otras circunstancias, todo podría haber resultado. Siento esa tranquilidad,
la de haber sido bendecido con esas suertes.
Pero no fue suficiente y la
suerte no se alió de mi lado. Por eso, no hace demasiado planteé lo que crípticamente
definí como Plan B. En mis tres décadas he experimentado muchas sensaciones que
han soslayado –por suerte- la ausencia de amor (que creía lo más importante de
la vida). Ayudar a otras personas necesitadas, ver la pobreza de los pueblos,
incluso aferrarse de forma descarada en la ciencia que amas –la Geografía-; son
cosas que me han enriquecido como persona, aunque no es, ni mucho menos, un
camino ya recorrido. Todo lo contrario. No es que el amar a una mujer esté
reñido con esto último, se trata de prioridades. A partir de ya mi prioridad es
lo que acabo de decir. Ayudar a los necesitados, aprender a hacerlo, dejar de
sentir temor por ello y, como de hecho estoy haciendo, dar mi vida por la
Geografía, en este caso el máster, que está definido para geógrafos. De ahí que
mi destino final, salga o no salga bien el máster –dependiendo de becas-, mi
destino ha de ser Centroamérica y el trabajo con una ONG que me brinda la
posibilidad de establecerme allí al menos medio año. Me dicen, sé, aunque no de
primera mano, que el lugar a donde voy es peligroso, uno de los países del
mundo con mayor índice de criminalidad y homicidios del mundo; que es una
aventura total. Sé que yo, como soy ahora aquí, un nadie, en Centroamérica seré
eso mismo elevado a la décima potencia –como mínimo-. Y sé que hay
probabilidades, si no me cuido, de que mis días acaben por aquellos lares. No
busco un desenlace prematuro ni un suicidio. Mi idea es poder estar allí mucho,
mucho tiempo, años inclusive. Ver la otra cara del mundo, no por un ratito,
sino estar, mascarla, convivir con ese estado permanente de grandiosidad que
supone las circunstancias. Ser feliz y estar a bien en un lugar totalmente opuesto
al que estoy es la antítesis de lo que soy ahora.
Y no es un camino sencillo. Aún
creo que llegará alguien que me ‘salvará’ en una explosiva paradoja, pues creo
que mi salvavidas es lo que estoy haciendo ahora, este sueño. Aún creo que
llegará alguien; pero en el fondo sé que esto es sólo lo que dije, un impasse,
Alicante, el máster. Alguien me dijo no hace mucho que en realidad yo era un
inconformista. No estoy de acuerdo…o no del todo. Hay muchos tipos de
inconformismo. El mío pasa por unos mínimos, y no he logrado los mínimos. No quiero
pasar veinte años en casa de mi madre buscando un trabajo imposible, esperando
o buscando una opción para no estar sólo. Prefiero estar sólo que con cualquier
compañía que solapase unas necesidades, hoy día controladas. No sé si logro
explicarme.
Yo planteo esto de una forma
cruda, con palabras que suenan a frialdad, pero no es así. En mi cabeza hay
demasiada frustración, muchas lágrimas ocultas de las que nadie sabe nada. Hay
una enfermedad que se ha enquistado, convertida en crónica y que difícilmente
tiene cura. Se llama soledad y me ha llevado a mirarme al espejo y a sentirme
extraño con una mujer o en compañía. Mi estado natural es la soledad, es estar
sin nadie al lado. Lo contrario sería una rara
vis. Esa es mi realidad ahora mismo desde esta biblioteca, desde Alicante. “The
final countdown” ha comenzado.
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