“Estoy robustecido, vuelvo a creer en el camino. Esta mañana comencé a
caminar desnudo sobre la playa. La maresía vaporosa regaba el aire y el sol se
iba alzando poco a poco sobre la costa. ¡Qué bueno es sentir la arena mojada en
la planta de los pies! No hay un habitante en esta sutil línea en que la mar y
el desierto intercambian secretos. La ola llega muerta a mis tobillos y una
cálida temperatura de media mañana comienza a cosquillear en mi cuerpo. Los
rayos tibios me encienden los poros resecos de la piel. Me baño en el Pacífico:
toda la mar para mí, toda la playa para mis sentidos. Continúo viajando hacia
el sur. La sensual acupuntura solar me excita el cuerpo, que se va llenando de
un inexplicable placer que va creciendo, creciendo, creciendo… No pienso en
ninguna mujer, muchas veces me olvido de mi condición masculina en este periplo
continental pero, sin embargo, hoy la costa es una sabrosa mujer, costa
voluptuosa llena de arena sexual y rompiente apasionada. Me miro el miembro y
compruebo que ha entrado en una erección inevitable.
Estoy súper excitado y siento el deseo de copular con esta costa
afrodisíaca. Las colinas de arena son sus senos, la mar su flujo interno, la
colonia de arena son sus senos, la mar su flujo interno, la colonia de algas
sobre la que me recuesto es el mullido pubis que me recibe. Comienzo a
masturbarme lentamente y me revuelvo de gusto. Estoy haciendo el amor ¿con quien?...con
ella, con la costa. Jadeo con todo lo que de potencia da mi garganta y acaricio
mi cuerpo lleno de gotículas que la mar se encarga de embadurnarme. ¡Qué
exquisita temperatura! Quiero eternizar este momento en que estoy amando
sexualmente a esta naturaleza plenaria (…). Continuo la maravillosa
masturbación, no quiero terminarla, deseo seguir el coito inverosímil con esta
hembra marina llegada hasta mí con sus muslos salados y su amplio brazo. El
orgasmo cae sobre la tierra entre el feroz grito que libero. Es larga su
electricidad fascinante, larga y profunda…ha logrado besarme el esqueleto de la
soledad con su boca sabor de peces. Jamás he sentido mayor placer.
“Buscando el sur”, Román Morales (pp.
230-231)
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