¿Qué coño nos pasa a los seres humanos con esto de complicarlo todo?
¿Qué cojones nos pasa a la hora de crucificar, de olvidar? ¿Tan deshumanizados
estamos que somos rencorosos, que somos insensibles, que ponemos todos los
muros del mundo cuando alguien nos ha entregado el corazón por entero? ¿Por qué
diablos somos tan imperdonables con los demás? ¿Por qué carajo nos pasamos la
vida removiéndonos entre el lodo para disfrazarnos de seres bondadosos y nos
vestimos como si fuéramos lobos con piel de corderos? No hablo de terrorismo,
ni de asesinatos, hablo de ejercicios amatorios, sociales, de ejercicios
humanos que por misericordia, esa palabra tan bíblica y cristiana, podemos
llegar a parecer seres excelsos y sin embargo, lejos de eso, parecemos
auténticos desalmados incapaces de perdonar, incapaces de atrevernos a inventar
y reinventar las cosas. Morimos. Fallecemos cada minuto, cada hora, cada día.
Fenecemos cada año que nos pasamos incubando rencor, incapaces de tender una
mano y hacer posible que eso que nos concede la humanidad, nos vuelva seres
fantásticos, que sea posible todo aquello que sólo ocurre en novelas, o
cuentos. Pero nos movemos entre olvidos, entre máscaras, entre sonrisas banas,
entre la incapacidad para perdonar, para volver a empezar, para seguir
adelante. Y no vale entregar el corazón, todo lo intrínseco, todo lo físico y
lo material, no vale demostrar con actos, que las palabras no son vacuas. Esa
es la sensación que me dejan la mayor parte de los seres humanos. Que todos son
capaces de olvidar. Eso pensé antes de venir a Guatemala y sigo pensando
exactamente. Me pregunto qué pecado absolutamente capital provoca que los seres
que me conocen acaben absolutamente decepcionados y me echen de sus vidas. Hace
ya más de dos meses que me encuentro en otro país, con otras personas. Y
resulta que sólo dos personas se han acordado de mí con asiduidad. El resto,
nada. La decepción es grande. Me pregunto qué tan imperdonable acto habré
cometido para que, a las personas que amo con toda el alma, se les olvide que
en este mundo existo. Algunos, si acaso intenta matar ese gusanillo en algún
momento y escribe una frase con la firme intención de saber si estoy vivo y así
librarse de la culpa propia de saber que en verdad lo que estás haciendo es
obviar. Claro, esto se llama relación social en la que, cuando cruzas una
línea, sabes bien que tras esa línea no van estar esas 20 personas que
desearías ver en la mesa de tu fiesta o tu boda, sino que sólo están dos
personas. Al final, en ese acto imperdonable, quizás sea yo el rencoroso y
entonces sea yo el que no avise el día de mi muerte o el de la fiesta. Quizás
cuando sepan que ya estoy muerte el acto de perdón se convierta en una fiesta.
Pero creo que en ese momento, el de mi boda o el de mi muerte, no quiero que
estén aquellos que no estuvieron ni cerca, ni lejos, quiero que estén sólo
aquellos dos que he sentido de cerca. Y ya os digo yo que en esos días, el
mejor o el peor, me sobran aquellos que no me han dado un abrazo sabiendo o sin
saber que he estado mal o bien. Me sobran los que no han sabido perdonarme por
ser un hombre nada más, si acaso me faltó ser excepcional para ser un hombre al
que hayan sabido cómo querer.
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