Interiorizo todo lo que ha pasado en estos más de dos meses que he
pasado en Guatemala. Vine con una intención y he acabado cometiendo los mismos
“errores” que en el pasado. Desde aquí la perspectiva de las cosas es
totalmente diferente. Igual pretendo una redención de los errores pasados, de
las vidas consumidas en una sola. Pero creo que aquí en líneas generales he
aprendido a dejar de tener miedo a aspectos cotidianos. Vine a buscar vidas
humanas, a buscar el cara a cara, y lo encontré. Las relaciones sociales aquí
son diferentes porque trato con niños, pero en otros aspectos también son
diferentes. Hacía muchos años que no trataba tanto con las persona.
Acostumbrado a estar encerrado en bibliotecas y habitaciones estudiando para la
Universidad, ahora me hallo en otra perspectiva diferente. Y no estoy
acostumbrado a estar en el lado de la vida que se vive de esta manera.
Aquí he pasado y sigo pasando miedo pero este miedo no lo conocía. Es
un miedo al que puedo hacer frente de una manera nada estratégica. Un miedo en
el que no se piensa, en el que actúas o caducas o demuestras que este no es tu
lugar en el mundo. No es un cara o cruz, es simplemente otra cosa que hay que
vivir. Porque si hay algo que sé es que se vive. Pero, claro está, depende
sobre todo de quién seas. Si eres noble, humilde, pasional y quieres dar, este
es tu sitio. Si no tienes estas características, el cuadro queda en un borrón.
Pero esto no es una obra de arte, o un paraíso. No es un lugar ideal. Tampoco
es el infierno. Más, yo, al menos yo, cada vez que acaba el día tengo ganas de
decirle a Yobani, a Rosaria, Catalina, Edi, Jessica, Chana, Flori, Gladys,
Eric, Félix, Yoshua, Vilma, Shirley, Cristian, Virgilio, Heidy, Larisa, Blanca
que los quiero hasta el final. Que me gusta imaginar que nunca se irán de mi
vida aunque haya distancia entre nosotros. Que sentiré el orgullo de ver que el
futuro es de ellos y que pueden salir adelante. Guatemala ya está en mi
corazón. En él caben muchas personas. A algunos voluntarios, los mejores y de
las mejores personas, a las que admiro profundamente, sabéis quienes son:
Marta, Silke, André, Héctor y Kari, por supuesto… Ellos hicieron que el principio
fuera espectacular, y que el resto mereciera la pena. Pusieron el listón tan
alto, que fue imposible que nadie pudiera volver a superar lo ocurrido durante
más de un mes. ¿Gracias? No, a ellos les debería algo más que no se me ocurre
qué podría ser. ¿Mi casa? Todo mi yo. Todo lo mío es vuestro porque me habéis
ganado para otra vida más. Guatemala ha provocado en mi un efecto
tranquilizador y al mismo tiempo me ha otorgado un aprendizaje casi diario de
cosas que serían imposible de resumir.
He comenzado a aprender a tratar mejor a los niños, desde 1 hasta los
14 años. He aprendido a cambiar pañales y limpiar el “popó”. He comprobado que
soy un gran tipo a la hora de convivir con otros. He aprendido que no soy un
desastre en la casa y que no soy ni el más sucio, ni el más desordenado y que,
lejos de ello, puede resultar muy divertido convivir conmigo. He aprendido que
aún puedo enamorarme. Y levantarme si hace falta a las cinco de la madrugada
para hacerle el desayuno a la mujer de la que estoy enamorado. Y he aprendido
que en mitad de la selva se puede hacer una cena romántica a pesar del viento,
de la lluvia y de una pretendida semi dormida. He aprendido que soy capaz de
dar amor, mucho amor, a muchos niños y que no se me gasta. He aprendido que
puedo llegar a ser tan generoso que me puedo quedar sin nada material o
inmaterial, que me puedo vaciar porque sí, porque me da la gana y que me siento
bien haciéndolo. He aprendido que puedo discutir y gritar y tener razón, a
defenderme bien de las personas que piensan mal de mí. He aprendido que la
profundidad de mis sentimientos no son fácilmente entendibles para los demás y
que esa es una gran virtud. He aprendido que puedo hacer reír a los niños casi
con nada. He aprendido que soy un buen profesor de teatro; y de Geografía, y de
Informática, y de casi cualquier cosa que haya que hacer. He aprendido a
soportar malos olores, a vivir en situaciones de higiene bastante
cuestionables. He aprendido a que se puede vivir echando de menos pero sin
torturarte pertinazmente. He aprendido a disfrutar de los buenos momentos como
si fueran únicos e irrepetibles y sabiendo que aún queda la otra parte de la
balanza…Y que esa balanza con lo malo puede ser relativa y que no será tan mala
como para morir de la pena. He aprendido que soy un tipo optimista, capaz de
ver lo mejor en lo peor. He aprendido a regresar a etapas inocentes, a tener la
mitad de la edad que tengo y aparentar el doble de la que padezco. He aprendido
a vivir lejos de mi tierra y que mi hogar puede ser cualquier en el que me
corresponda al amor e ilusión que doy. He aprendido a retrospectivar para no
negarme a volver a tener esos inefables sueños paternalistas y conservadores.
He entendido, sino lo sabía ya, que soy un auténtico privilegiado y que la
persona que no me apoye o no se acuerde de mí, no merece nada de mí… Y que si
no se acuerdan del día en que nací para felicitarme o estar ahí aunque sea en
la distancia, tampoco quiero que sepan el día de mi muerte ni que vayan a mi
funeral (todo cuenta, todo importa). Aún no he aprendido a decir que no….pero
he aprendido, en definitiva, a estar entre seres humanos.
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