Me considero lo suficientemente inteligente como para ser capaz de perdonar todo lo humanamente perdonable. Puede que sea porque no haya pasado realmente nada malo en mi vida o puede que haya sido tanto el rencor pasado que ahora pretenda descargar la tensión que provoca en la espalda el peso del resentimiento. Sin embargo, no soy tonto. No soy un santo y sé que puedo hacer daño. Sé que puedo herir con mis palabras y con mis hechos pero procuro no hacerlo. Quizás si a estas alturas hubiera actuado con mala fe puede que tuviera muchos adeptos o puede que no, ¿para qué pensar esta tontería?
Sucede que hay años en los que tu corazón es llama prendida de emociones y no haces más que enamorarse de una voz, de unos ojos, de una sonrisa, de un intelecto, de unos labios, de unos besos, de unos roces, de un imperativo biológico que no habías conocido. Es tanta esa emoción que te desbordas y el corazón derrama sentimentalismos cuan cataratas.
Pero siempre hay alguien que te dice cosas del estilo “das demasiado”. Creo que ser todo corazón nunca es malo si hay un cierto equilibrio. Sin embargo, las unidades de medidas personales son tan subjetivas como el sujeto que lo mide. Lo que para mí puede ser justo para otros puede ser tremendamente injusto, tanto por exceso como por defecto, y claro, así no hay manera de encajar las piezas. Es posible que sea por esto por lo que muchos están de acuerdo en que el amor es complicado. Sigo pensando que es más simple de lo que lo hacemos.
Y uno acaba por acostumbrarse demasiado pronto a esos abrazos de decenas de brazos, de sonrisas, de bromas y cuando te falta, sientes que de nuevo te han abandonado, que lo que has dado no se torna en lo recibido y resignadamente piensas que lo mejor que has podido hacer es dar sin esperar nada a cambio pero… siembre esperas algo a cambio, al menos un “para siempre” que no un “eternamente”, yo prefiero decir un “hasta que me muera” y declinar los políticamente correctos “gracias”. Porque lo das todo, das hasta tu alma, das lo material, lo intangible, lo intrínseco y lo extrínseco hasta que los sentimientos se convierten en una paroxis demencialmente racional pero con una vehemencia inusitada. Es cuando descubres que pese a las más de tres décadas de vida, ese viaje vital está resultando esclarecedor.
Lo es porque vuelves a tropezar en la misma piedra, porque vuelves a cometer los mismos pecados, porque los ciclos se repiten pero es diferente la circunstancia y el escenario. Son diferentes las personas y los mecanismos que te han llevado a estar donde estás.
El pelo se te cae y la alopecia es tapada con el vello de tu barba, y la tripa la has logrado controlar y no sabes ni cómo. Y descubres que sigues perdido pero que los caminos son incipientes y que en cualquier momento puedes subir a la cumbre con un sueño real o puedes bajar al averno en una realidad tópica.
Y sólo se te ocurre que es posible que estés haciendo el epílogo perfecto para una vida en la que te has dedicado siempre a dar a espuertas y ya repites demasiadas veces aquello de “ya puedo morir en paz”…
Porque has visto el enésimo concierto de Marwan
Porque has bailado la mejor pieza de baile con la mujer que quieres
Porque has vuelvo a amar como nunca pensaste que volverías a amar
Porque has vuelto a besar unos labios
Porque el sexo volvió a dejar tu pene enhiesto y quasi satisfecho
Porque has cambiado ya tus primeros pañales y te has sentido padre por primera vez
Porque los niños te necesitan y te llaman a todas horas
Porque los niños son una yuxtaposición inusual de tu sempiterno corazón roto
Porque has vuelto a reír como nunca y a llorar como siempre
Porque de nuevo has vivido al límite sin esperar que haya un mañana
Porque de hecho no crees que haya un mañana en el que esa mujer te quiera como tú deseas, porque no tendrás ese trabajo, ni esos hijos y porque puedes dar hasta tu sangre o tu médula que nunca será suficiente para ganarte una llamada, un recuerdo, un corazón o el amor de tu vida.
Sigues teniendo la certeza de que los pasos que das son por ti y no por otros, que tu felicidad es la tuya y que está en la de todos. Que la deseas compartir pero que nadie te reclama y anhelas ser propiedad de derecho porque…la libertad es una paradójica cárcel llena de anarquías y calles ambiguas con un sentido a veces extraño.
Así que acabas pensando que ninguna palabra que puedas escribir arreglará la amistad que perdiste por tonterías, que nadie se conmoverá por ti, que tú seguirás recordando a toda esa maldita gente que te ha hecho como eres, que en esas leyes no escritas tienes que seguir adelante porque dicen que el pasado no se puede remover. Es por ello que te reinventas pero…
Ya está todo inventado y no nos engañemos, ni todos esos niños, ni esos nuevos amigos, ni tu familia, ni nadie que hayas conocido rezarán por ti, ni se acordarán de ti, ni se compadecerán, ni estarán contigo el día en el que mueras. Ni ellos serán tus hijos, ni ellas te pretenderán de corazón, ni tus amigos asistirán a tu última fiesta con música y alcohol, ni te volverán a entregar ese cachito de pastel tuyo que le diste para que te lo guardaran.
Y la realidad es que te sostienes tú solo. Ya esa soledad es tan vieja que sientes perecer de nuevo. Y ahí es donde cada vez acaba todo. Y es ahí, ambivalentemente donde todo comienza. Es una moneda con dos caras o dos cruces. Dentro de una hora toca volver a girarla y nunca sabrás cuando el destino decidirá que aquí acabas tu camino y tienes que retirar tu contribución invisible a este mundo. Pero sabes perfectamente que te queda un día menos de vida porque te has vaciado hasta la sequía y la aridez más absoluta. No hay agua y sí mucha sed. Ahí…aquí acaba todo.
No os engañéis, sólo me castigo por mis malas acciones, por no medir consecuencias, por darlo todo, hasta lo irracional, hasta dejarme el ego aplastado contra un muro lleno de dagas y cuchillos. Sólo necesito retirarme de la vida, alejarme del todo hasta que todos me echen de menos o todos me olviden…lo primero que suceda y yo estaré siempre en paz conmigo mismo y con mis palabras.
Y recordaré a todos esos niños que me dieron la oportunidad de creer que podía ser un buen padre, un buen amigo, un gran compañero. Y recordaré a esos voluntarios que creyeron en mí y me hicieron mejor persona. Y recordaré a quien me hizo creer por tercera vez en mi vida que el matrimonio, los hijos y la prosperidad podían ser posibles.
Pero en el día de mi punto y final, ni los niños, ni mis amigos, ni los voluntarios ni esas tres mujeres que han puesto sus ojos en mí, se preguntarán, dentro de un año, dónde está William. Nadie lo hará… Y una de dos: o ya no estaré aquí para responder a esas preguntas; o si estoy, mis palabras invisibles escribirán sin pretensión ninguna sobre cada sentimiento benigno y bello que cada una de esas personas me hizo sentir cuando les entregué absolutamente todo lo que material e inmaterialmente tenía en mi persona.
Y en esa soledad absoluta, yo sólo, os tranquilizo y os digo que seré un hombre realizado y feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario