No me he podido resistir...

Y no es que no tenga fuerza de voluntad, que sí, la tengo. Pero escribir es un placer demasiado cautivador como para dejarlo pasar en este blog y compartirlo.

Historias
Ni de lejos
Ha sido una semana con altos y bajos, normal, supongo. Puede que no la recuerde dentro de un mes, sin embargo, es otra semana dentro de la que yo he llamado “Revolución de marzo”. Hay una cosa en la que no puedo dejar de pensar casi las 24 horas y es, cuando acabe el máster, ¿qué? Tengo que reconocer que volver a las islas me rompe el corazón y me deja sin respiración. Volver a esas islas, no es una decisión, es una obligación. Si pudiera elegir, no volvería ahora mismo. Lucho, y nadie sabe de qué manera, por encontrar algo que me salve de tener que regresar. Allá volvería a ser alguien que no me gusta ser. Hay demasiadas historias, demasiadas personas del pasado que no serían un problema sino fuera porque no me motiva tener que regresar a abrir puertas que allí nunca existirán, a recorrer lugares que ya he recorrido, a inventarme una vida que no me satisfacerá. No hay nada allá que me motive a volver. Familia, amigos tengo, pero cada uno tiene su vida y ellos están bien sin mí, y yo sin ellos porque objetiva y empíricamente así viene sucediendo durante muchos años. Casi cualquier alternativa es mejor que volver a Santa Cruz de Tenerife. Y dios sabe que agradezco el cariño que me dan desde allá, pero desde muy pequeño sé que ese no es mi lugar, aunque infinidad de veces he creado sueños en los que acababa allí, esos han sido por la obligación y la resignación de quien no tiene alas y se conforma con andar. 

Trivialidades
Esta semana volví a escribir de puño y letra y me sentí como si tuviera un gran secreto guardado que nadie, absolutamente nadie leerá (Y así será). A veces viene genial hacerlo para valorarlo todo. Echo de menos tener a alguien a quien escribirle una carta de esas en las que cuentas hasta cuánto te ha crecido una uña pasando por el recuento de las hormigas que tenías en el patio trasero de tu casa o simplemente divagar o soñar hasta que duelan las muñecas de tanto escribir. No contemplo volver a hacer eso a corto plazo pese a que me parece un gesto de lo más “romántico”, pero algún día me gustaría sorprenderme a mi mismo carteando a alguien importante. El más parecido es mi amigo “El más sabio” que siempre me manda algún mail (supongo que son las cartas modernas) contándome cosas y se lo agradezco en el alma. He de reconocer que he tenido de nuevos muchas ganas de hacer lo que mejor se me da: salir improvisadamente al lugar menos pensado. Sé que si me dan la beca, lo haré, y que si no me la dan, con un presupuesto ínfimo y pobre, también lo haré porque necesito volver a escuchar, oler y palpar el tren, necesito volver a ver el verde, una montaña, e incluso pasear por una playa. A propósito de esto último esta semana he tenido una incursión por una playa, fue breve, muy breve, pero valió la pena porque hacer feliz a alguien a veces sólo cuesta un par de céntimos y robarle tiempo a un día apretado. La mejor recompensa desde luego no es recibir nada a cambio –digan lo que digan-, sino la satisfacción de que has removido algo dentro de alguien con ese gesto.

Académicamente
En cuanto al máster, mientras más light se está volviendo, paradójicamente más me agobio. Como soy muy contradictorio, estoy comenzando a echar de menos esas clases maratonianas de mañana y tarde, pero al mismo tiempo cada vez soporto menos estar allí. Tengo que decir que, pese a que me he separado voluntariamente de mis compañeros por nuestras manifiestas diferencias ideológicas, los admiro. Admiro su sabiduría, su capacidad para aprender. He visto a algunos de esos jóvenes ser mediocres y acabar siendo grandes estudiantes e, incluso, superándome. Y me alegra que lo haya hecho. Me gustaría decirle a alguno de ellos que me siento orgulloso de ver que por fin ha aprendido el valor del aprendizaje y la docencia, pero sé que decirle esto para ellos no supondrá nada importante y yo no tengo la necesidad de decirlo. Por mi parte, creo que esta esponja ya está saturada de agua y que necesita imperiosamente un descanso para poder admitir algo más de conocimiento. Comencé al 200%, transigiendo presas enteras de agua, cargándome el trabajo de otros a la espalda, trabajando muchos días y semanas 20 y incluso 30 horas en días infinitos en donde la cama y el sueño era casi utópico. Hoy es normal que apenas pueda rendir un 75% tirando por lo alto. No estoy rindiendo bien, pero aunque me exija –que lo hago, y mucho-, ya mi cabeza vuela y piensa en montañas, playas y otros lugares más relajantes. Creo que hoy soy menos inteligente que hace un tiempo o quizás lo sea más, el caso es que mi cabeza necesita con urgencia no volver a esa aula, no volver a ver a mis capaces, inteligentes y sagaces compañeros y desde luego que no tengo ganas de estar casi 24 horas pegado a un ordenador o viendo 24 horas días los post-it de mi pared que me recuerdan los informes, trabajos, tareas y demás cosas que debo hacer antes de que el tiempo se consuma y sea demasiado tarde.

Son cuatro letras…
…Que conforman una palabra que no pienso escribir y que casi ni pienso en su significado. En este absurdo de los absurdos, ha surgido algo que no deseo hacer público. Tiene que ver con una mujer. Si, ya sé que alguno pensará “Si es que ya se te veía venir….” Pues no, imposible porque desde hace tiempo ni busco ni pretendo encontrar a nadie que venga a “salvarme”. Que yo soy mi propio salvavidas (creo). Cierto es que si me pusiera a escarbar en este blog quizás me contradeciría…o quizás no. Yo lo veo así: yo soy un muro de bloques o ladrillos con la puerta cerrada y precintada. Pero esta persona está consiguiendo dejar huellas. Tengo que reconocer que desde hace un mes he conocido a un par de mujeres en persona pero que ninguna de ella si acaso me ha llegado a hacer pensar en nada o no me ha removido nada. Lo contrario sucede con la mujer a la que me refiero ahora mismo. Esta semana ha sido la de los mails equivocados, la de los mails “informativos” y el cruce de información, el de los mensajes de buenos días a los que ya me he acostumbrado, el de “vamos a lanzarnos a por todas” pero “poco a poco” en una exquisita paradoja, el de “no necesito saber cada detalle de tu día” pero quiero saber que estás ahí al final del mismo. Lo cierto es que tengo ganas de coger un transporte y plantarme en su ciudad sin pensar en si es o no un error. Que no sé lo que pasará dentro de tres meses, ni de tres días, pero que si duele o no, estaré preparado. Quiero asumir este ¿error? y si resulta que ella no está en el mismo punto o no siente lo mismo, tengo recursos de sobra para superar lo que sea porque hasta antes de ayer, ni tan siquiera albergaba la posibilidad de besar a nadie o que el corazón me latiera de nuevo deprisa sin sospechar que fueran taquicardias. Que ella está loca y me encanta, que no para de reír, es feliz y muchas cosas más que no pienso decir, que hay un montón de cosas que me atraen y que me he encontrado hablando solo por la calle pensando en ella e imaginándola en el aula donde voy a clase. Pero voy a ser racional y aparcar a un lado las emociones que casi cada hora me sobreviene y lo cierto es que ahora mismo, en este preciso momento sólo me mueve el ansia de saber, qué tan verdad y real es esto y deseo saberlo antes de que en un impasse peligroso lo traspapele todo y confunda mis sentimientos buenos con otros que no quisiera ni recordar.

Vaya semanita
Que si ahora no embalsaman a Chávez y que si le inocularon el cáncer ¡Ay, Dios mío! Ah y hablando de deidades, hay Papa, cosa que a mí me importa tanto como la procreación diaria del escarabajo pelotero de Centroamérica, pero fue noticia. Y se llama Francisco I (palito) y ya ha soltado la primera demagogia, más barata que las rebajas de enero en un país con economía deflacionista (no me critiquéis por no saber de economía). Dice que ya quisiera tener una iglesia para los pobres. No voy a comentar algo que pueda herir a los católicos que haya pero es demasiado obvio como para decir nada. En Canarias, en la isla de Tenerife a finales de la semana pasada el “populacho” se volvió loco y comenzó a sacar (o saquear) dinero de los cajeros de La Caixa por un problema informático en el que pensaron que no se les tendría en cuenta en sus extractos bancarios. Este sacar dinero en plan “no hay mañana” es gracioso si no se piensa, pero como somos racionales y para mayor escarnio, hay gente con carrera, pues eso, tendemos analizarlo todo pero lo peor: con cinismo y perversidad. Porque hubo quien se apresuró a descalificar a esos ciudadanos por su moral de “robar” un cajero, claro que surge el ¿quién roba a quién? Pero hay algo que es lo que más me gusta y es: ¿Quiénes son los demás para juzgar esta acción? ¿Es que La Caixa les da comisión? ¿Es que son accionistas? ¿O es que para ser civilizado hay que ser además esquirol? Yo no justifico lo de los ciudadanos que, quizás al grito de “Carpe Diem” o “Libertad cuan William Wallace, decidieron ser Robin Hoods egocéntricos y onanistas pensando en su bienestar (acabo de hacer un juicio pero es jocoso, no me lo tengáis en cuenta tampoco). El caso es que ya he leído demasiado sobre lo de los ciudadanos que “quieren una vivienda sin haber trabajado” o “sin haber ganado dinero” o “tener derechos sin haber hecho nada”. Creo que hay mucho currito resentido que pretende que todos sigan su ejemplo de trabajo 6-8-12 ó 15 horas para pagar X cosas y ser un ciudadano más e incluso considerarse honrado por ello. Que existen otras realidades, otras vidas, que no todos somos “modélicos” y podemos presumir de poder o, mejor, QUERER hacer eso. Que hay que sumergirse en cada realidad y comenzar a fomentar la empatía, a ser más comunitarios, a aceptarnos los unos a los otros. Que la injusticia es el asesinato no juzgado, y no el estar desempleo o una casa de Protección Oficial o “saquear” equivocadamente un cajero. Que un hippie no es mala persona, que un ex convicto o ex drogadicto, no tiene menos derechos. Que yo he trabajado muchos años, cada día, de doce a quince horas al día y nunca le he exigido a mi vecino que haga lo mismo que yo. Que la suerte nos la buscamos y luego nos podemos encontrar más arriba o más abajo, pero consiste en aceptar. Que nos creemos el discurso de “arrimar el hombro” o que pecamos de decir “vagos” peyorativamente. Es más reprobable las declaraciones de periodistas, algún político y seguidor de ambos (licenciados) tachando la moral de los ciudadanos, que la de estos últimos. Todos tenemos algo que guardar, algo muy reprochable, pero nos gusta dar clases de falsa moral y sentirnos por encima del bien y del mal. Y todo esto dicho así, no mola nada y me he cabreao...
Pensé que ella me la había dedicado pero no fue así. Da igual, ella es una pesadilla a la que quiero sellar en sus labios los míos a primera hora de cada mañana y la última de cada noche. 

Templos sagrados (Cuento)
Creo que siempre he tratado de respetar los recintos más sagrados por otros. En eso creo que está ser civilizados, respetar esos espacios sagrados. Pero hay lugares donde rara vez alguien penetra. Rara vez porque es un altar y esos altares son innegociables. Pero religiosos hay pocos, por eso los templos sagrados son aún más extraños de encontrarlos. No voy a hablar de todos los altares y púlpitos en general sino sólo el de los más sagrados. ¿Qué es eso de sagrado? Son aquellos que son únicos porque casi nadie entra en ellos porque cuando alguien entra, ese alguien, que quizás entraba de improviso ve una beldad tan grandiosa dentro de ese altar, que no sólo se queda, sino que se convierte a esa religión. ¿Por un altar? No, porque esos altares son difíciles de hollar, hay que buscarlos y en algunos casos escalarlos enconadamente para poder llegar hasta allí, así que cuando uno llega, sólo puede pasar dos cosas: que te arrepientas y te enfades mucho, o que te quieras quedar allá arriba. Se han dado casos de personas que, habiendo tenido que bajar de esos altares, han adoptado esa religión y han estado toda la vida soñando con ese altar. En mi caso, yo pensaba que mi altar era sagrado y muy, muy alto, probablemente el más alto e inaccesible. Sí, ya sé que es difícil imaginarse que alguien como yo tenga un altar pero es cierto. Con los años uno aprende a construir sus altares con dignidad, con pilares sólidos para que nadie te profane ese lugar reservado para los más fieles. Sin embargo, pronto me di cuenta de que los feligreses que se acercaban y entraban no eran buenos fieles ya que era relativamente sencillo cumplir y profanar, así que aunque duela, tengo que reconocer que mi templo era otrora bastante asequible pero tras caerse muchos pilares, quedarse casi destruido por vándalos, extremistas y terroristas religiosos, tuve que irme con el templo a un lugar más alto, mucho más alto. Tan alto era, que tardé muchos años en encontrar un lugar reservado a esa mística de quien valora encontrar algo así en el lugar más inesperado. Pero cuando logré volver a construir los cimientos de nuevo, por fin me di cuenta de que mi templo era tan, pero tan sagrado, tan oculto y tan inaccesible, que aunque muchos hablaran de él, nadie conseguía llegar.

Había que salvar demasiados obstáculos y escollos y no había personas tan locas como para llegar hasta él. Hubo escarceos de personas que casi logran alcanzarlo. ¡Aventureros locos! Llegaron a mis oídos que esas personas casi lo vislumbran, pero el trayecto, duro trayecto, podía con las ganas de casi todos. No me importaba no tener adeptos y acólitos porque a diferencia del pasado, nadie destruía mi templo sagrado, nadie lo avasallaba y lo maltrataba. Allá arriba, en aquella indomable montaña me sentía a salvo. Por eso respeto hoy día esos altares que están por todo el mundo, unos a 4.000 metros, otros cerca de los 8.000 metros, incluso algunos a apenas a 2.000 metros pero llegar a ellos resulta realmente una tarea harto compleja. Y aquí sigo, con mi altar, después de muchos años, sin ser profanado y sin feligreses que mancillen o no respeten su estatus (…)

(..) Hace poco hubo noticias de alguien que había hecho una incursión por estos montes ya descritos antes. Precisamente ayer vislumbre a esta persona. Por la noche vi el fuego que hace para calentarse. Estos días la  he observado desde la lejanía y tengo un poco de miedo pero al mismo tiempo ganas. Me pregunto si logrará llegar a entender lo sagrado y lo especial que resulta llegar hasta aquí (…) Han pasado ya quince días desde que ví a aquella persona caminar y ascender por aquellos tortuosos puertos y degolladas. La suelo perder de vista pero en la noche, si me concentro bien, puedo ver la luz de su fogata. A diferencia de otros tiempos, las personas se agolpaban para entrar a mi templo y aquello perdía emoción. La sensación es extraña y excitante al mismo tiempo. (…) Ha pasado un mes desde que la viera por primera vez, permanezco con mi rutina habitual pero no puedo evitar ponerme nervioso absurdamente. Cada vez la veo más cerca pero me pregunto si este templo tan humilde y austero será de su agrado o si esa persona no causará el mismo efecto que antes hicieron otras personas en los anteriores emplazamientos (…) Día 47: por primera vez no vi a ese ser que con arrojo y gallardía comenzó a ascender. No lo vi y pensé que había desistido cogiendo el camino de la retirada. Día 84: Definitivamente aquella aventurera desistió en su intento.

Poco después de esta última afirmación me senté en lo alto del monte Thanatos. Allí siempre hay ventiscas o cuando no, se alcanzan las temperaturas más bajas. Me puse a pensar sobre todo en los años que no veía a nadie. Ante la perspectiva y certeza de que aquella persona no llegaría, decaí. ¿Acaso había puesto mi templo tan inaccesible? Nunca me arrepentí de haber puesto mi altar en sitio tan insólito. Nunca nadie llegó. Ni tan siquiera escuché que nadie se aventurar por caminos tan tortuosos. Ello pese a que el templo estaba inmaculado, cuidado y estaba mejor conservado que nunca. Años más tarde resolví que en verdad, no necesitaba que nadie adorara mi templo. Descubrí que era yo mi propio seguidor. Que la razón por la que había aislado todo tanto es porque aquel iba a ser para siempre mi reino, mi principado, en el que oraría cada día, el que cuidaría porque había sido ultrajado y mancillado demasiadas veces. Sólo con canas supe que el templo más sagrado, el que conservaba el amor más salvaje y puro, el único, era el mío. Y no me hacía falta nadie más.

Ella me lo dedicó y yo quise hacerle el amor toda la noche (siendo sutil)

No hay comentarios:

Publicar un comentario