Meciendo sentimientos


Cuando pasan tantas cosas es complicado explicar con palabras lo que estás deseando que todos sepan y no sabes cómo dibujarlo, expresarlo. Es la cosa más normal y sencilla del mundo. Es algo que no debería ni debe costar. Aparece y desaparece. Eres tú y en verdad no eres nadie. Lo único que sé es que ya he sentido esto antes. Sé lo que es. Sé cuáles son los pasos previos, y sé en lo que va a desembocar. Lo se perfectamente. Igualmente sé que puede que la caída sea desastrosa y me lleve a los avernos más profundos. Hace unas semanas decidí que ya no volvería a perdonar, nunca jamás, lo que la última mujer me había hecho en mi vida. Todo lo que provocó, todo lo que sufrí por una persona que jamás me demostró un pesar por haberme hecho sentir tan pésimamente. Decidí dejar de ser esclavo de su recuerdo porque sencillamente nunca jamás va a existir un reencuentro y mucho menos una explicación en la que ella no salga ganando y yo perdiendo. Y como no me gusta sentirme perdedor sempiternamente, me dije: “sabes perfectamente el camino, ahí está la puerta, ciérrala”. Y eso hice. Me plantee darle vida a base de palabras y que fuera algo eterno. Pero me pareció ensalzar algo que ya había sido enfermedad. Cerré la puerta.


Pero pronto, muy pronto me di cuenta de que había demasiado espacio. Demasiado aire que respirar. Y pasaron cosas imperceptibles. Habló el destino. Me mostró regalos, recuerdos, aparecía y desaparecía. Tan sólo tenía que interpretar lo que ponía delante de mí. No es fácil hacerlo. Vaya que no lo es. Quizá no lo estoy haciendo bien. No lo sé. Lo que sí sé es que ayer fue un día emocionante. La Laguna se secó. El viento dejó de golpear para convertirse en brisa. Lo cierto es que vi el sol en plena noche. Había desaparecido todo el mundo. No había nadie. En una mecedora estaba. Y las palabras fueron mecidas como una melodía inaudita, inverosímil. Nada nuevo bajo el sol de media noche. Como si cada nocturnidad fuera consumida por la luz del día. La diferencia estribaba en la capacidad de interpretar al destino, hablar el mismo idioma, ponerse de que sí. De fondo, Cranberries, aunque las últimas horas volvía a sonar con fuerza la sonrisa que provocaba pérdidas que tan bien siempre ha tocado Rulo. Mi chaqueta dejó de ser mía. Por primera vez la vi con su verdadero dueño.

¿Qué es lo que pasó? No lo sé. Sinceramente, lo digo de verdad. No sé que pasó. Como diría una canción “Fue como hechizo lo que pasó”. Lo peor es la dura realidad. Que hoy, acostumbrado a la ventiscas, tras la calma nocturna y haberme podido guarecer, la fría realidad ha atizado con fiereza. Acostumbrado, lo único que pensé en que la noche había sido excelsa pero pésima. Imágenes que no se me van de la cabeza. Sueño guardado que no logra desvanecerse. Ganas de cerrar los ojos, revivir y revertir situaciones. Sencillamente fue un sueño del que desperté resacado esta mañana.

Tengo ganas de llorar, de escuchar una guitarra amiga. De ver ojos, de sentir ternura, bondad y maldad, facilidad y dificultad, sentimientos ambivalentes que maten el palimpsesto acumulado.

Como digo, nada nuevo. Una niebla espesa. Ojos cerrados. Pelos de punta. A flor de piel. El romanticismo que despierta y que se despereza para olvidar al indomable hombre yerto que había pintado la fachada.

Supongo, sencillamente que ayer fui un poco más feliz. Extraña sensación ésa, igual que otras a las que no estoy acostumbrado. Ojala supiera adivinar lo que mi cerebro intenta transmitir.

Quiero que me quieran como yo creo que merezco. Y quiero poder tener la posibilidad de dar mi amor, mi cariño, mi devoción a esa persona que logre en mí ser un hombre absolutamente completo.

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