Quizá haya sido irreverente con
el destino, con el Universo. Puedo que haya faltado el respeto al sentido común
y a otros muchos sentidos, más, cuando la ilusión y el coraje se vuelve
irracional, no hay nada que hacer. Pero puede que en esta ocasión hubiera
tenido que hacer caso. La primera aventura del año –y espero que no la última-,
fue un duro palo a mi cuerpo, a mi orgullo y a algunos principios. Principios
como el papel y el bolígrafo. No los llevé conmigo y fue como si me faltara más
que la misma agua. Cuando mi habitual compañero de aventuras locas y con escaso
sentido me propuso justo un día antes subir a uno de los picos más altos del
Archipiélago canario (8,5
kilómetros ), y hacer además 47 kilómetros del
canal de Vergara… no me lo pensé, dije sí. “Loco”, decían algunos. Con una
advección de aire sahariano, y calor, parecía un poco estúpido hacer 55 kilómetros entre
trekking al Pico Cabras y Canal de Vergara. Sin embargo, como dije, no lo pensé.
Ya a las primeras de cambio, al
comenzar a subir hasta el canal, unos dos kilómetros de añadido a esos 55,
comencé a sentirme mal. El cuerpo no respondía, las piernas, los muslos. Hacía
más de un año que realizaba algo similar. En una hora aproximadamente llegamos
hasta el canal. A menos de diez minutos, la llamada “Comunidad de Las Nieves”,
lugar por donde comenzar a subir hacia el Pico de las Cabras, también llamado
Echicere. Para sorpresa mía, la galería de las nieves estaba abierta, y
aproveché para adentrarme unos diez o quince minutos. Fue fantástico, pero tuve
que salir para comenzar a subir. El camino, si podía llamarse así, era durísimo.
Estaba lleno de escobones. Prácticamente buceaba entre ellos. Como suele ser
habitual, quedé como hombre escoba, último y muy rezagado en un camino rompe
piernas. Numerosísimas piedras y un suelo inestable. Comenzaba a sentirme cada
vez peor. Le dije a mi habitual compañero de camino que por primera vez no tenía
buenas sensaciones. De hecho, comencé muy pronto a tener calambres. La intención
era llegar hasta la pista forestal. No obstante, comenzamos la ruta muy tarde
(sobre las seis de la tarde), así que pronto nos cogió la noche. De hecho, ya
con linternas en mano, aparcamos nuestras mochilas y montamos la caseta de
campaña. Entre pinares, la primera sorpresa nos llegó de repente. Contra todo
pronóstico no sólo no había calima, sino que pude observar la bóveda celeste. Las
estrellas, eufóricas de luz, jalonaban todo el espacio que se podía ver en la
noche. Estaba henchido de felicidad.
Al amanecer, arranqué primero a
sabiendas de que no sólo me alcanzarían, sino que me superarían. Y así fue.
Pero primero me dio tiempo a gritar con todas mis fuerzas al ver la estampa de
la meta final. Seguí y nos encontramos ya en la falda del Pico. Entonces comenzó
lo verdadero duro, el principio del final para mí, que no llegué hasta el final
debido a la excesiva inclinación y el fuerte ritmo que pusieron mis
acompañantes. Acabó el sueño…¿o no?
Cada paso fue, en parte tortura,
en parte gloria. Sangre por dentro, heridas por dentro. En días en los que
millones de personas corren riesgos, aventuras, en días en los que caminar y
descubrir la montaña y el monte ya no es, ni mucho menos lo mismo que en el
siglo XIX, con fines conquistadores y políticos.
En mi cabeza hubo muchas cosas.
Realmente había mucho guardado. Había gritos, había lágrimas, había risas,
orgullo, había recuerdos. Ahora recuerdo aquel lugar como idílico pese a no
haber llegado hasta final. Recuperé esa locura tan cuerda, ese esplendor que me
encanta. Recordé a personas, sin embargo me preguntaba por quién me había
ganado realmente. Pensé en mi madre, en mi sobrino… pensé incluso en mi
hermana. Y todo lo que no he sido con ellos. Pero también pensé en las personas
que han dejado huellas. Las mujeres de las que me he enamorado –no muchas-, las
que me han provocado un daño indeleble, la tristeza de saber lo perdido, el
amor depositado que no obtuvo su respuesta, no fue respondido, correspondido,
encontrado, hollado. Amores que se perdieron. Más, igual es una cuestión de
perspectiva. Era cuestión de ver que realmente había vivido mucho en pocos
espacios de tiempo.
Me acordé de “Caraguapa”, pensé:
ojala todas las mujeres vieran el amor de forma tan sencilla. Ojala no
existiera el orgullo, el rencor, y cosas negativas que provocan la ruptura de
las relaciones sociales y sentimentales. Me acordé de mi amiga de color
Violeta. Me acordé de que todo se acaba, que al final quedan fotos, escritos,
queda poco más que eso. Que moriré, y que mi legado no será heredado. En
aquella subida no había nadie –no porque no hubiera ido solo, sino porque me
dejaron allí-, mi sufrimiento no fue compartido, lo aguantó la montaña, fue
sostenido por la música. Recordé que así había sido casi toda mi vida. Allí no
había en alma nadie, nadie estaba pensando en mí. Lo sentí. Sentí que estaba
allí por motu propio. Que realmente así es cada día en mi vida salvo en
excepciones. Una llamada a las diez de la noche diciéndome un “Te quiero” al día
de corazón. Una princesa para este príncipe, un sostén que aguante todo lo que
se cae abajo cuando no tiene báculo. Subir hasta allá arriba e inacabar me dejó
claras muchas cosas que día a día no veo:
-Que la política, la crisis, el
dinero, las cuestiones materiales y otro sinfín de cosas como el mismo orgullo
por acabar una carrera no valen nada ante la maravillosa grandiosidad de estar
volviendo a volver a ser como era.
-Que anhelo besar unos labios con
amor. Besaría a cada mujer de la que me he enamorado, tanto a las que me han
correspondido, como a las que no.
-Que ser valiente no cuesta nada,
que decir “me atraes” o “me gustas” es más sencillo que hollar un pico a 2.500 metros .
-Que necesito una caricia
secreta, una distancia pública, una convergencia nocturna, una advección de
humanidad hacia mis territorios.
-Que nadie valorará lo que
pienso, lo que digo, lo que hago más que yo mismo. Y no lo suelo recordar.
-Que podré morir de hambre, pero
nunca debo traicionar ni mi libreta, ni mi bolígrafo que contarán todo lo que
acaece allende mis dominios.
-Que aprender cada día es algo
necesario
-Que pese a todo, la Geografía me da la vida,
pero será el complemento perfecto si llega la Princesa.
-Que jamás, nunca jamás podré
olvidar a las personas que quise, que amé y que tengo mucho amor que dar…pero
no sé cómo darlo.
-Que necesito más orden en mi
vida cotidiana.
-Que estoy intoxicado por
prejuicios de otras personas y por una presión que yo mismo me autoimpongo de
forma absurda.
…Y demasiadas cosas que se me
quedan en el tintero de aquel lugar seco y extremo. Hace muchos años, más de
una década había una fuerte contradicción dentro de mí, porque amaba y amo los
paisajes de esta isla, sin embargo las personas con las que crecí no me dieron
el respeto por esos paisajes, fue algo que creo que fue innato, que yo mismo le
di el valor como una vía de escape de lo malo que había en la capital. A veces
hay etapas en las que se me olvida el valor y sobre todo lo que me transmiten
estos lugares, por eso lo ocurrido me ha dado fuerzas y sobre todo tranquilidad.
Poder gritar, poder admirar un paisaje único es algo que...bueno, igual está
hoy día al alcance de todos, pero en el núcleo en el que me muevo por lo menos,
es un hito. Y no quiero que se me olvide. No quiero que lo inefable que me
transmite este sitio se me olvide. Eché mucho de menos una libreta y un
bolígrafo porque es demasiado inspirador todo. El mar de nubes, los pinares, la
topografía, el volcanismo, todo aquello que interacciona, el clima, las
personas... Pasé mucho miedo, muchísimo. Sobre todo cuando estaba sobre aquella
montaña y el cuerpo me pedía llegar hasta arriba pero pensaba que si lo hacía,
era muy probable que no volviese.
No creo que llegue a escalar
nunca el Everest, los Alpes o los Pirineos, pero me conformo con descubrir de
vez en cuando paisajes que sólo he soñado. Porque lo que vi sólo lo podía
imaginar en sueños. Esa visión del Teide como un frontón pegado se me quedó
clavado en la cabeza, me sentí como el Apolo XIII, que giró en la órbita lunar
y no llegó nunca a aterrizar. Para mí un paisaje recóndito como ese es algo...
que no está al alcance de casi nadie. Yo no conozco a nadie de mi entorno que
haya hecho lo de Vergara o Pico Cabras.
Esta isla tiene algo, no sé qué,
que hace que la ame y que la odie al mismo tiempo. En el sufrir de la montaña,
en la compañía de la montaña, me sentí como en casa. De hecho si tuviera que
elegir un lugar donde perecer o acabar mis días, prefiero que sea en un lugar
como aquel, que en cualquier otro accidente o sala de hospital. Me parece que
es un lugar perfecto para comenzar a vivir, para hacer un punto de inflexión. Quiero
creer que aún me quedan galerías por entrar, montañas que subir, lugares donde
perderme, paisajes con los que sobrecogerme, playas desiertas y sentirlo como
lo sentí cuando tenía 15 años. Con ilusión.
Tenerife, sus alturas y medianías
son algo que no se puede explicar con sencillas palabras. Necesito volver...la
montaña me llama, los pinos...no sé si alguna vez esa llamada fue tan salvaje,
tan voraz, tan vehemente, pero estos días desde que llegué lo único que hago es
pensar en volver, en llegar a la cima y que no haya tiempo de vuelta, que no
importe el perderme...y además intentar poner en práctica lo poco que se de la
carrera, aplicarlo... pero me encantaría ahora saber mucho, muchísimo más para
que no se me escapara ni el más mínimo detalle de una planta, de una colada, de
una formación rocosa. Quiero creer que en la naturaleza hay algo que aún me
tiene que enseñar y no logro captar. Y es ese estadio al que me gustaría
llegar... y que el tiempo se pare, o que no exista. Entonces Tenerife dejará de
ser la isla donde sólo he respirado, para ser la isla donde realmente he vivido
lo mejor.
Si todo sale bien, en un par de
días no sólo volveré, sino que llegaré hasta el final. Y entonces…esta
historia, será distinta…¿o no?