Yerto


Nunca pensé que lo haría. Es cierto, no miento. Cuando era pequeño, adolescente, cuando era un joven adulto me decía que yo no valía para esas cosas. Sólo el pensarlo me daba repugnancia. Más, existe algo interior en todo ser humano, algo que nos hace desconocedores de toda norma, regla o principio establecido que nos hayan inculcado.

Ahora en frío lo pienso y hasta me puedo llegar a reír de lo absurdo que soy yo en particular y el hombre en general. Creemos que nos conocemos hasta que nos ponen entre la espada y la pared. ¿Cuántas veces habremos dicho eso de “me volví loco”? Pero en realidad nadie enloquece realmente hasta que el dolor llega a un punto que va más allá de tus entrañas, te subyuga el cerebro, te nubla la vista, la capacidad de tener el sentido común y sólo ves sangre y dolor físico. Es en ese momento cuando estás mentalmente enajenado, cuando no existe un ápice de cordura. A ese punto llegué yo.

¿Arrepentido? Creo que no, o si acaso esa palabra es extraña. No existe un sentido que se pueda adherir a esta sensación porque es algo tildado, adjetivado y creo que hay nociones de nosotros mismos que son absolutamente inexplicables con una palabra pese a que la ciencia, los literatos, los realistas, los buenos o los cartesianos quieran ponerle.

Si todo tiene un principio el mío sería: nací, crecí y en esto me convertí. Nada especial, todo mundano, común y corriente salvo un detalle: el conocimiento de mi mismo. Y en ti, ves a los demás, ves las diferencias y estableces entonces en qué has fallado para hallarte aquí. Tal vez por haber cometido y sentido tantas veces esta cosa me encuentre en esta libertad tan rea de mi realidad.

Fui incidioso, manipulé a varias personas. El camino no era recto, sabía que en algún momento todo se torcería pero no sabía cuándo ni de qué manera. Aquella tarde de verano en que ella me dijo aquellas duras palabras al sorprenderla in fraganti en su engaño hacia lo que había sido toda mi existencia vital lo concatenó todo. Más, no la culpo. En muchas ocasiones había pecado de haber sido un mastuerzo que no hacía más que provocarle infelicidad. Le mentí. Esa es la primera verdad de toda. Pero ella también lo hizo, lo confesó. No la valoré como merecía, pero ella jugó conmigo. Sentía amor, algo lujurioso, paroxial, llevado a la deidad. Sí, en mi caso el amor no caduca, muta y se reconvierte en cosas en las que aún me encuentro averiguando que son. Tengo toda una vida por delante, vida perpetua en esta libertad.

Cuando pierdes el sentido como decía al principio, nada tiene sentido y todo cobra un cariz inane…obvio por otra parte. El día siguiente de saber los hechos tanto de su palabra como a simple vista el mundo se tornó en un ambiente lóbrego y funesto. La caída de las ánimas al Hades fue como una advección sorpresiva. La había amenazado en el pasado, pero nunca le puse una mano encima, ni tan siquiera sabría que algún día pudiera ser capaz de hacerlo… pero lo hice.

Cuando rompió su promesa vehemente de amor, cuando sufrí su vil engaño todo el egotismo oculto se apoderó de mí. Esperé toda la noche, velando mi venganza ante su impasibilidad, la frialdad de unas ingratas, despiadadas, simples y vacuas “disculpas”. No me servían. Esa palabra no tenía sentido. Salí de aquella casa, como dije antes, sumido en un mundo entre tinieblas. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo sé. Era de día y volví a casa. Ella estaba como siempre que llega el verano, completamente desnuda, andando por casa sin hacer demasiado. Ella me vio y me sonrió con compasión.

-Sabías que esto estaba acabado. Siento que te enteraras así –me dijo en tono de conmiseración-.

Vino hacia mí y me abrazó. Su cuerpo, como siempre desbordaba calor hasta que se oyó aquel ruido que nunca imaginé que se produciría. Cayó inerte al suelo. No la miré. Salí como había entrado, en estado robótico y sin saber exactamente qué o por qué había pasado aquello. Ahora sé que enloquecí. Más, se lo merecía. Rompió nuestro pacto sagrado, rompió lo más grande que tenía en mi vida y después de su engaño, después de aquella ruptura, sabía que no habría vida.

Pasaron un par de días. Yo estaba en mi antigua casa de soltero. Esperaba que de un momento a otro todo sucediera con rapidez. Entre tinieblas y en una espesa habitación que rezumaba calor, las gotas de sudar se mezclaban con los tragos del ron seco que veía tan lentamente que tuvo tiempo de coger personalidad propia.

Ni tan siquiera me sobresalté cuando llamaron amablemente a mi puerta. Y tampoco recuerdo demasiado después de que el hombre que había sido mi báculo durante más de 30 años apuñalara con saña tres veces mi pecho. Caí al suelo y no recuerdo nada hasta varios días después en el hospital.

¿Qué hay después de todo eso? Nada. La vida no es nada. Ahora escribo y no temo a nada. Nadie lloró por mí al estar aquí, más hay una cosa que sí lamento como es el no entender cómo es posible la ambivalencia de sentimientos de tristeza, tranquilidad y drama que siente mi cuerpo, la cordura y la enajenación sentimental. Esta zozobra, esta beligerancia interna que hace que cada día me despierte con los brazos atados y vea todas las paredes de color blanco. Esa es mi situación hasta cuando me muera con el punto y final de las últimas palabras que he podido escribir cuando he cometido el último delito de mi vida: robar un lápiz y un papel. Para plasmar estos insanos pensamientos en unos garabatos que no expresarán perdón ni condolencias, sino que sentenciarán mi conclusión. Haré exactamente lo mismo que hice en aquella mañana calurosa de agosto cuando sentí por última vez el cuerpo desnudo que durante más de quince años me amó. Después del amor, de la locura, de asesinar con alevosía varias vidas, ya no queda nada. Nadie me llorará como nadie me defendió cuando me trajeron a este frondoso valle blanco. Así que con estas palabras abstrusas e inconclusas acabo. En mí, el amor nunca muere. Por eso estoy tranquilo. Adiós.

1 comentario:

  1. ¡Que relato!, uff, tendría que aplaudirte, es muy bueno, creo que deberías intentar mandarlo a un concurso de relatos, tendría muchas posibilidades. Es duro, pero está muy bien resuelto, te felicito.
    Un beso
    :)

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