Sólo fue un sueño pero él sabía que detrás había mucho más. Para
un ser tan volátil como él tener una visión semejante significaba mucho. Y más
teniendo en cuenta las circunstancias “complejas”. Una situación compleja que
no era tal, pero él, que era aún bisoño actor en ciertas lides, lo veía como
una regurgitación vacuna. Sus vivencias no habían sido más singulares que la de
cualquier otra persona de la calle. Era uno más, pero no así sus ideas, su
forma de ver el mundo, sus ideologías. Ahí es donde él era especial.
Tras su última ruptura se prometió que jamás volvería a
enamorarse de otro hombre. Había jugado sexualmente con él. Se quedó metido en
un bucle de negatividad tal, que enfermó sentimental y físicamente. Por eso, cuando vio
en aquel jovial hombre algo anexo, algo que sentía como una imbricación de
ambos le entró miedo. Lo catalogó como “imposible”. Él era una hormiguita y el
esplendor del jovial chico que había conocido era una muralla que le
proporcionaba sombra. Un parapeto que necesitaba, más, el no rehuía de aquella
especie de báculo sentimental que provocaba que fuera en ese terreno como un
barco en la peor de las tempestades, a merced de los fenómenos atmosféricos, no
tenía control sobre su embarcación. Para él, tener alguien a quien amar era como
atracar en buen puerto hasta demostrarse, llegado al caso, que el puerto estaba
en una villa hostil como le sucedió otrora. Era un reo del amor, pero aún más
esclavo de su última experiencia que le había traumatizado tanto, que sentía
miedo de adentrarse mar adentro. Andaba anclado en una cala pequeña en calma,
no había puerto, no podía pisar tierra firme. Pero al llegar ese muro "gigante",
quiso atravesar la tormenta que le sobrevenía para llegar hasta aquel atractivo
puerto. Pero no estaba para riesgos, así que tomó el camino más largo, el de los
cobardes para acercarse hasta él. Logró navegar en cabotaje hasta las cercanías
de los dominios de aquel vivaz hombre.
Un día, utilizando como la experiencia le había enseñado,
malas artes, logró conocerlo. Utilizó subterfugios reprobables en cualquier
otra situación, más, el lo justificó por aquello del dolor que le habían
provocado. Se decía, como una canción del cantautor Luis Ramiro “Me merezco un
amor sin estrenar…caminar sonriendo entre la gente, basta de llorar y arreglar
cuentas pendientes”. Él seguía lejos, muy lejos, a años luz de conquistar su
amor. No tenía armas con las cuáles poder atracar en su puerto. Ése hombre
vivaz era un sol, mientras él era un pequeño satélite que orbitaba sin rumbo
fijo. Hasta donde supe, sólo fue algo platónico debido a la gran cobardía que
se apoderó de él. Un día me contó aquel sueño. Soñó que estaban los dos en una
misma mesa –cosa que no se había producido porque no habían adquirido tanta
confianza-. Estaban con más personas pero me contó que había sentido en aquel
sueño que sus miedos habían muerto. Él se acercó, lo recostó en aquel especie
de sofá de aquel bar. Le besó en la espalda y le dio un abrazo. Él sabía que
ese “gigante” era un ser cariñoso que esos actos eran normales,
pero él vivió aquel sueño entre la realidad y la ficción. Me dijo que cuando se
levantó aquel día se sintió enamorado perdidamente de él. Me contó que aquella
mañana no sabía bien si estaba viviendo en la realidad o en la ficción.
Más, el sueño súbito acabó de forma intempestiva. Me lo comentó a modo de anécdota, pero infiero, dado lo sucedido con nuestra amistad
posteriormente, que aquel sueño se hizo realidad hasta el último e
insignificante detalle. Me contó que lo más raro del sueño es que dentro del
mismo había tenido un sueño inserto en una pesadilla. Estaba en un coche con un
hombre fallecido, tenía que atravesar con su automóvil un incendio. El hombre
fallecido despertó de repente, y acto seguido él se quedaba dormido, inerte. Despertó
aquella mañana como una hoja en blanco. Fue como quien se tira al mar, bucea lo
más posible hasta el fondo y luego se deja llevar hasta llegar a la superficie.
Lo más inexplicable de todo fue el sonido que dijo haber escuchado. Ese sonido
de cuando no escuchas nada porque estás sumergido en el mar, hasta que poco a
poco llegas a la superficie, abres los ojos y escuchas…. La beldad de una
mañana en la que has tenido el sueño que has deseado tener desde que conociste
al que creías, otra vez, que iba a ser el amor de tu vida. Y la hoja en blanco
comenzaba de nuevo a reescribirse.
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