Llega la madurez. ¿Cuándo te das
cuenta? Te das cuenta cuando en una conversación tus opiniones no van dirigidas
hacia las sentencias taxativas y rotundas en pos de cuestiones banales como la
elección o, ¿cómo llamarlo? Mmmmm, la alabanza sólo de la presencia física y
estereotipada de las mujeres. Cuando los chicos y las chicas con las que te
sientas hablan de ese tema, y tú, lejos de seguir un asunto en el que no crees,
trazas una tangente y te atreves a decir que “cambio la belleza física por la
belleza del cariño interior porque la belleza física se marchita, pero la de
dentro perdura en el tiempo”. Cuando alguien asevera ¡¡¡ufana y
jactanciosamente!!! que “en el amor hay que ser cabrón y egoísta” tú piensas:
(pues yo quisiera regalar amaneceres y lunas tan sólo por ver una sonrisa).
Entonces te das cuenta de que maduras y sabes lo que quieres.
Cuando en esa mesa hablan de una hermenéutica del cortejo basada en el
mero acto sexual así por así, degradando el amor o reduciéndolo a una cuestión
sexual y tú dicientes con la cabeza alta, es que sabes lo que quieres. Cuando
esa mesa se ríe de tu escala de valores y tú te reafirmas, lejos de
avergonzarte, acabas sabiendo perfectamente que tus ideas son las adecuadas. Pero
es que mis ideas son esas ahora, las mismas que hace quince años atrás. Soy
maduro sentimentalmente. Teniendo un “prototipo” de mujer, éste cliché puede
ser perfectamente roto si en unos ojos, en una sonrisa, si palabras, o en
explicaciones eruditas noto algo especial y único. Cuan difícil es a veces
hablar con personas sobre amor, sobre la honestidad, el altruismo del amor.
En esa mesa hay dos chicas.
Entonces comienza un cortejo en el que al parecer, todo vale con tal, ya no de
conocer a la persona –y repito esto: PERSONA-, sino de llevarla de forma
efímera a yacer en una alcoba. A veces somos así de básicos. Lo que ocurre es
que proyectamos y esas proyecciones nos llegan a los “adultos” (llamarme esto a
mi mismo me da vergüenza asumiendo, como asumo contradictoriamente, mi alto
grado de puerilidad), y acabamos siendo hechizados por ese espíritu basal. Y no
me voy a rasgar las vestiduras al decir que eso tan básico lo tenemos todos,
pero incluso yo tengo algo de especial en ello. No soy de los que se lanzan a
por todas, pisoteando y engañando lo que haga falta para conseguir una noche
efímera de sexo y lujuria. Nunca lo he hecho y no quiero. Ese valor, tan
sumamente criticado, es si acaso lo único “virgen” que queda en mí.
Pero sí, un adulto en ese estado
básico, tras conocer bien a una mujer por la que se siente atraído, puede
ejercer de simpleza total y soltar toda la fuerza a base de palabras por una
caricia carnal exclusiva, tan exigua como eterna. Más, no me engaño, al final
lo que acabo queriendo buscar es yacer no una, sino cientos de noches con una
misma. En esa mesa te separan muchas fronteras y trabas para poder expresarte
sin que te tilden de mojigato o directamente se rían de ti.
Porque yo soy de los que sueñan
con sorprender a una mujer con regalos originales, caros, muy caros, no de
precio, sino de valor sentimental incalculable. Sueño con que unos ojos, una
sonrisa sean indelebles. Sueño con tatuarme en los oídos una voz tan bella que
la inspiración brote cada día con fuerza para que cada día sea una conquista
sin esfuerzo, sólo porque su sonrisa, su conversación, su intelectualidad, sus
inquietudes, su zalamería, sus contradicciones y, por qué no, sus defectos,
sean el país en el que quisiera vivir.
Y da igual su peso, edad,
estatura o demás trabas físicas. Lo importante es lo que reflejas a viva voz,
en persona, intercambiando ideas. Y claro, luego está algo que es absoluto en
esto, ya que, si bien prescindimos de la “física”, no podemos obviar la
“química”. A veces no hace falta ser poeta, sino todo lo prosaico que uno pueda
para decir simplemente, que tienes unas ganas locas de hacerte el amor cada día
dos o tres veces y que no quieres dejarte un rincón de su cuerpo sin besar, con
una mecha larga, muy larga, que dure al menos lo que biológicamente se nos deje
vivir.
No es que quiera contravenirte. La atracción física es algo muy relativo. Por ejemplo, yo puedo decir que tal mujer es guapa, es muy guapa o, siendo un poco peyorativo, que "está buena", sin embargo, si algo me ha enseñado la experiencia, es que la belleza, o el atractivo, si no va acompañado de algo más, no sirve de nada, y esa belleza externa acaba siendo efímera o insuficiente. Por el contrario, lo que sí he podido comprobar empíricamente, es que a la inversa es posible ver a alguien que a priori no te atrae físicamente, y que tras conocerla en profundidad, encuentras algo que algunos llaman química. Esto no es taxativo, ni una verdad absoluta. Yo me suelo referir en el físico a detalles tales como la mirada, los labios, la sonrisa, la cara a nivel más genérico... El caso es que, al menos para mí, la belleza o la atracción física per se, es como la manzana envenenada de Blancanieves, puede ser muy jugosa y apetitosa, pero por dentro puede esconder lo peor.
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