Errar EL camino


No voy a arrepentirme. No lo haré. ¿Servirá de algo? Ya te digo yo que no, no servirá. Cierto es que apenas escribo porque… Bueno, porque no tengo la cabeza para imaginar palabras y éstas no salen, no fluyen porque apenas tengo inspiración. Eso da igual. No me arrepiento. Sé que dentro de diez meses estaré echando de menos este momento porque la vida me dirige irreversiblemente hacia un averno ya conocido en un territorio aún mas cavernoso, a una vorágine que conozco perfectamente. Sencillamente es el fin de un sueño, de una era. No resulta ser malo esos finales, ni mucho menos. El problema es cuando lo has dado, cuando has sido más que valiente, has dado todos los pasos correctos siendo objetivo. Y sin embargo el destino ha decidido por adelantado que no existen puertas, que la única es volver por tus pasos a ese sitio al que no quieres regresar ni en pintura.

Recuerdo que hace ya más de una década soñaba con poder viajar, con poder hacer realidad muchos sueños. Y bueno, no puedo negar que en parte, una pequeña parte se ha hecho realidad. Pero no imaginaba que fuera tan sumamente complicado, tan imposible escalar hasta tocar una nube, tocar el azul del cielo. Es algo más, es imposible. Nadie lo sabe pero ya te digo yo que no habrá sido por intentarlo, por llamar a puertas, por darle bola a todo lo que se mueve por intentar mantener con vida el sueño, el último de mi vida. Me lo he creído y lo he seguido a pies juntillas contra el mundo y contra el ‘establecement’. Pero ya vislumbro el final de este sueño.

¿De qué sirve valiente si todo se pierde, si serlo no te lleva a donde te corresponde? Sé que la vida es injusta y que su baremo de medir es harto retorcido. Unos dicen: "Levántate". Eso ya lo he hecho una vez cada día de los 365 días durante los más de veinte años de conciencia intelectual. Porque sí, soy un pseudo intelectual que despertó tan temprano, que ha ido y venido, he recorrido la vida, la muerte, la alegría máxima, la tristeza más honda. He trabajado con el sudor de mi frente hasta la enfermedad, me he ganado el pan con honra, he disfrutado de alegrías, de besos infinitos e inolvidables, de pasión, de orgasmos, de sexo con amor, el mejor de todos. He subido y bajado las escaleras que llevan consecuentemente al éxito y al fracaso, porque el fracaso es eso, a veces, no intentarlo. Y a veces, en algún momento, he dejado de intentarlo. Pero me he reconducido, he triunfado, grandes logros, mayores logros, los más inalcanzables que alguien puede soñar y luego he bajado a las catacumbas. Me considero un afortunado por haber vivido tantas cosas buenas y malas, por tener mucho que contar con la gracia de que no necesito hacerlo para decir que he vivido. Lo sé yo y me basta. Otros dirán que no me rinda, que ante una cachetada, hay que poner otra mejilla. Ya lo he hecho. Por eso soy más difícil que fácil, por eso reitero que ya las frases que se recetan en la farmacia de uso tópico conmigo ya poco o nada sirven. Necesito un especialista de vidas acabadas en las que ya tú no estás metido porque tienes un pie en un lugar de fantasía en la que tu camino, tu elección es buena porque logras perpetuar tus ideas y aprender de los fallos, pero sobre todo piensas que todo ha salido bien. El orgullo personal provoca que niegue toda evidencia de arrepentimiento o de que algún sendero no era el correcto…que alguno era errado…sí, lo era.

Creo que no es justa la vida para personas que van con la honestidad por delante, que van con la idea de cambiar las cosas. Sólo existe la justicia de quienes siguen un camino particular, no existe una ramificación en la que la justicia sea divina y universal. Quiero cambiar el mundo aunque sea una piedra, aunque sea una piedra, aunque sea una y nada más que una. Pero no me dejan avanzar. El viento sopla demasiado fuerte. Estoy en mitad de una tempestad y logro supervivir a base de experiencia y de rememora viejas moralejas. Intento mantenerme alegre, vivo, feliz, lo intento pero…

Si se mide el fracaso por dejar de intentarlo, yo ya he fracasado, pues he dejado de intentarlo. Hace unos días leí en un blog algo relacionado con esto. Esta persona hablaba de la creación de un “mapa mental” que otorgase la posibilidad de enamorarnos. Pues bien, la carencia de esa figura en la cabeza puede ser que haya provocado la desidia, el ya no imaginarte con nadie, aunque lo desee con todas mis fuerzas, los recurrentes desencuentros amorosos y las puertas cerradas casi siempre han operado un sentimiento de inseguridad o…bueno, quizás una aceptación de que lo mío es descubrir otros niveles de madurez sentimental, de independencia.

Pero claro, ¿qué es el éxito? También depende de lo que quieras alcanzar. Si lo que quieres, como yo, es ganarte la vida y encontrar un futuro persiguiendo un sueño, entonces no he alcanzado el éxito. Y no me sirve lo de la crisis, para mí, exigente al máximo, no es una explicación válida. No lo es porque yo ya contaba con eso.

En mi estantería siempre hay libros. Algunos fundamentales: Walden, La triste historia de tu cuerpo contra el mío, Buscando el sur y alguno más. Los de ciencia, que no falten. Un montón de papeles para escribir, otros que leer, artículos científicos, bolis, un lápiz, mi carpeta de más de diez y quince años…Veo y observo fotos del pasado, tristes y felices. Me pregunto si levantarme mañana no será un error. Me refiero a que si levantarme y seguir con este “sueño” realmente no será el error. Quizás es ahora cuando deba más que nunca echarme a andar. Y es que esta idea cobra cada vez más fuerza dentro de mí. La de irme al último lugar del mundo, la de caminar hasta que mis piernas revienten llenas de heridas, hasta que el frío y el calor me hayan calcinado en el camino. Probablemente en ese camino vaya a descubrir todo lo que estos meses me faltó.

El amor no resultó ser justo. No lo fue porque entregué todo de mí, fui todo lo valiente que otros no se atrevieron. Lo sé, otros me contaron sus cobardías. Yo prediqué con el ¿ejemplo? Transigí todo lo que pude y más. Acepté errores de los demás. Hice todo lo que creo que debí para amar bien, para ser experto en el arte de amar. Sin embargo, a estas alturas no entiendo la cruda penalización de mis errores.

El camino laboral fue incluso más injusto, ya que mi devoción por lo que me gustaba no sólo no obtuvo su lógica, sino que me penalizó para siempre en una historia tan larga, cruda y descrita con dolor como la del amor.

El camino académico fue, desde luego el más justo. Soy lo que soy, si realmente lo soy gracias a esa justicia. Pero como si fuera un selector de lo bueno de lo malo, la justicia académica no conoce de devociones, conoces de corrupciones, de nombres, de calificaciones, y no de idealismos. Ese es el problema, que el camino llega a su final. Mi sueño de ser investigador llega a su fin. Esto se acaba y lo peor no es que se acabe porque todo tiene su final, lo peor es que había puesto todas mis ilusiones, toda mi fuerza, toda mi verdad, toda mi valentía. Puse todos los arrestos que hay que ponerle para luchar contra los “no lo conseguirás” y contra la jactanciosa y ufana mirada de quienes creían que esto era un absurdo. Quizás, después de todo, mi presente y futuro sea volver a perderme en una isla sin posibilidad de hacerlo, en una isla en la que el mundo para mí ya está hecho y recorrido, una isla que no puede enseñarme nada. Pero incluso esa posibilidad tan cercana provoca que mis ilusiones queden cercenadas. Mi último intento por trazar la tangente perfecta de la verdad invisible que sólo puedo ver está a punto de quedar en un boceto. Le pasó a Thoreau, le pasó a Emerson, le pasó a Reclús, a Koprotkin, les pasó a muchos idealistas que nadaron con todas sus fuerzas para encontrar su lugar en el mundo y después de tanta lucha, de tanto aprendizaje, el mundo no les supo recompensar como fue debido, al menos no a mi juicio.

A diferencia de ellos, no he descubierto nada nuevo, no he logrado sino sentir mucho orgullo, un camino de muchos nada, y pocos todo. No. No te esfuerces en emitir un juicio peyorativo contra mí, de eso ya me encargo yo. Y no, tampoco intentes levantar una moral que no está precisamente enhiesta, y no por no haber inyectado dosis de ego, sino porque para el caminante no hay mayor bofetada que creer que se ha orientado mal en el camino y darse cuenta de que se ha equivocado, que tiene que volver por sus pasos, desandar lo andado. Ese es el castigo, luego viene la penitencia. Y en los momentos secretos pensarás en las cosas que tú y sólo tú viste, en lo que alcanzaste, en lo que pudiste llegar a ser y el destino no te otorgó.

Ahora lo que deseo es degenerar, delirar, gritar, desahogarme, errar en todos los caminos en los que ya erré, desgastarme ya todo lo poco que queda para que se fume todo en un instante y ya no quede nada, para dejar de controlar lo controlable y que el descontrol mueva un mundo que no gira, que siempre es de día, que siempre hace sol, que siempre el calor es tórrido, que derrite, deshidrata, que agota un camino sin mover un pie y mucho la cabeza. Y en esas suena esta canción…:


...Y deseo volver a hacer el amor tantas veces seguidas que no pueda más. Deseo ser vehemente y mentir, por ejemplo, diciendo que te deseo, y que tu no salgamos de la cama en un suspiro que bien podría durar una vida. Una vida en la que cada micro milímetro de los poros de tu piel lleven escrito una historia. Leer cada libro de tu dermis con mi lengua y que dure en un orgasmo tan infinito que vuelva a la Edad Media, donde el final del mundo era una línea imaginaria, tan imaginaria como el sentimiento, el amor...Quizás esté mi cordura esté a punto de fenecer. 


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