Algunos motivos de mi felicidad

Ana María (Alumna de unos 6 años de 1º): Profe yo tengo miedo a los fantasmas
Profe William: No te preocupes, los fantasmas sólo existen para los niños.
Ana María: Pero yo no soy un niño. 
Profe William: Bueno, sí, pero eres una niña. 
Ana María: Que no soy una niña, que yo ya soy mayor. 
Profe William: Pues mejor, no tienes por qué tenerle miedo a los fantasmas, no existen, y si existieran serían muy feos. 
Ana María: ¿Cómo de feos?
Profe William: Más o menos como yo de feo. 
Ana María: Pero profe William si tú no eres feo, tú eres muy lindo.
....

Clarisa (Alumna de unos 7 años de 2º): Profe William, ¿Me puede dar una hoja?
Profe William: No, no te voy a dar una, te voy a dar 2 hojas. 
Clarisa: Qué bien, así puedo hacer los dos regalos para el 14 de febrero.
Profe William: ¿Qué dos regalos?
Clarisa: Uno para una amiga y otra para ti, profe.
Profe William: Oooooh, ¡No me digas! ¡Qué ganas tengo de verlo!. 
Clarisa: Me voy ya para casa a hacerlo. 
Profe William: ¡Vaya rápido entonces! para que pase rápido el tiempo. 
Clarisa: Hasta la próxima semana profe (hablando a lo lejos mientras camina).
Profe William: Hasta la próxima semana alumna.
Clarisa: Te quiero mucho, profe
Profe William: Yo también a ti, Clarisa. 

Y luego me preguntáis por qué soy tan feliz. Es por cosas como estas, y que a diario tengo como 20. Os prometo que grabaré un video de varias de mis clases para que veáis que no miento, que la ternura que existe aquí es suprema y que estoy "matao" de amor y cariño, que lo tengo para toda la vida y que los niños ya me han ganado hasta el día de mi último aliento. Los amo de una forma soberbia. Ser profesor aquí es una de esas cosas para jactarse y decir: ES LO MEJOR.

2 Historias. II - Una sonrisa afable y una lágrima agradecida

Tengo algo que decir sobre las actuales circunstancias que atravieso en este país, como inmigrante aventurero metido de lleno en una ONG y en una selvática situación. Las despedidas son duras en todos lados, lo es en Guatemala como en España, lo es sobre todo cuando sientes una emotividad como la mía. Sin embargo, los años han hecho que ya te tomes las cosas con esa resignación de quien ya sabe lo que ocurre con estas cosas en la vida. Unas despedidas son para siempre y otras son para un momento. Pero nunca sabes si en esa despedida volverás o no a ver a esa persona por la que sientes tanto. Y esa no es la cosa. La situación en cuestión es la constante despedida. Al final te haces de piedra o te vuelves un poco una roca porque has derramado tantas lágrimas de tantos colores diferentes que te sientes demasiado frágil. En menos de un año te has despedido de tantas personas, tantas se han despachado a gusto contigo, se han enojado, enfadado, dicho hasta nunca que tu vida acaba por parecer un duelo constante. Recuerdo a mi otrora amigo Dani, Agoney, Néstor, Estefanía, Bego en mi vida española, recuerdo a mis amigos Marta, Héctor, Silke, André, Micah, Adam, Bori, recuerdo a otros amores sin amor como Estefanía o Kari. Personas que en mucho menos de un año me he tenido que despedir y con todas ellas derramando muchas lágrimas, justas o injustas, pero lágrimas al fin y al cabo. Y yo no tengo madera como hombre llorón, soy más bien de los que prefiere ocultarlo por vergüenza o por vaya a saber usted qué cosa. Sólo te queda levantar muros o moralejas o algo que te haga sobrellevar el dolor de no tener amigos cerca, ni familia cerca, ni tan siquiera un amor de cerca. Un año más tarde todo esto parece definitivamente alejado, como una moraleja de la vida que te dice: “William, no te esfuerces tanto, majo, nunca vas a tener amigos cerca, ni tan siquiera vas a tener una novia, nada va a ser como tú esperas”. Toda la satisfacción y felicidad que sentirás dependerá tan sólo de ti, de tu capacidad para aguantar el chaparrón tu solo, para disfrutar de todo lo bueno como el abrazo de un niño, la satisfacción del deber bien hecho, de estar haciendo algo sin esperar nada a cambio y aprendiendo a que realmente no merecerás nada por ello porque no estás haciendo nada excepcional en tu escala de valores, simplemente te estás guiando por tu hoja de ruta, por unos principios que te rige la vida, aquellos que pocos entienden, que algunos comparten y que todos interpretan de forma diferente. Pero al final, después de un tiempo, y a pesar de esos momentos de compañía, en la soledad oscura total de la noche, siempre acabas solo, intentando reconciliar el sueño imaginando que no hará falta que digas nada para que alguien que te quiere sepa de verdad lo que te pasa, y que nadie interprete que si lloras, necesitas estar solo, sino que sepa que si lo haces es en ese momento cuando más necesitas la compañía. Mi vida no es dura, ni mucho menos, no lo es pese a tantas despedidas y a otras muchas cosas. MI vida es la que yo he decidido que sea. Sigo pensando que no soy más ni menos, sólo un hombre más que, como mi buen amigo Micah decía, no merece nada excepcional, simplemente una vida que mis padres me regalaron para intentar vivirla de la mejor forma posible, intentando aprender lecciones de ella y poder llegar, al momento de mi final, con una sonrisa afable y una lágrima amable. 

2 Historias. I - Tarde en el tiempo

Parece que se va a hacer tarde. Ya lo cantó Ricardo Arjona, aquello de “Tarde”. Porque parece que el tiempo se detendrá y que mañana estaremos allí. Parece que todo será igual, incluso parece que seremos fuertes para soportar que esa persona no esté. Parece incluso que sabremos por quien no lo pasaremos mal y por quien sí. Esto último es cierto al ciento por ciento porque nunca faltan momentos para sufrir y si sabemos que sufriremos por alguien, eso pasará porque así lo programamos en nuestro cerebro. Pero, ¿y qué hay de esas personas que nosotros pensamos son prescindibles y luego nos damos cuenta de que son importantes? Pues pasa que cuando te das cuenta de lo que pierdes es seguro que llegas tarde. Y no te das cuenta de que ella te sonríe cada vez, y no te das cuenta de todos los sueños que ella te genera, no te das cuenta del recuerdo de ayer, del de hace dos horas, de todo lo bueno que genera en ti, incluso no te percatas del tatuaje que tienes ahí por ella aunque lo tendrás ahí toda la vida, no te das cuenta. Pero cuando lo ves recuerdas exactamente el amor incondicional con el que lo hiciste. Igualmente comienzas a ver que siempre estás solo. Que cuando duermes siempre la imaginas a tu lado, que cuando vas a casa en la oscuridad absoluta de aquel lugar ya querrías un abrazo o unas palabras de amor, ya querrías un beso, una sonrisa. Y tienes ganas de decirle a ella que quizás dentro de un tiempo ya será tarde para soñar con bañarse juntos en el río para enseñarla a nadar, o para un masaje de noche en el mulle a la luz de las estrellas, para tomar juntos alguna copa, para bailar con pasión como antes, para ver alguna película juntos o quizás, no sé, para retozar en algún lugar como una hamaca o una cama a solas los dos. Y poco a poco te vas dando cuenta de lo lejos que va quedando eso, que te quedas ahí, esperándola a ella, a que se decida a dar el paso. Cierto, vamos a ser justos y decir que ella hace esfuerzos por demostrar que tú le importas. Lo hace y hasta eso parece que va siendo tarde. Lo es porque necesitas que te devuelva las lágrimas que has derramado, que te devuelva el tiempo invertido, que te devuelva las noches, los sueños, que te diga que ella también piensa en ti, que ella también te necesita. Y sigues pensando que poco a poco se va haciendo tarde para generar otros recuerdos posibles o imposibles. Porque quisieras saber que es cierto que tú y ella no podéis estar juntos porque, yo qué sé, porque ella duerme ocupando toda la cama y te tira al suelo, o porque ella pone la tele a todo volumen, o porque se la pasa el día entero jugando a videojuegos, o porque le encanta discutir por cualquier cosa, o enfadarse cada cinco minutos o porque no compartís sueños en común o vete tú a saber qué. Lo cierto es que tienes unas ganas terribles de averiguar qué de cierto hay entre tú y ella pero sobre todo quieres saber si no será tarde para que haya un “tú y yo”. El tiempo es importante porque hay tiempo pero éste se acaba como si fuera un reloj de arena. El amor no se acaba, eso nunca, el amor puede soportar todos los defectos que haya, el amor perfecto permite colocar dos piezas de puzle exactas. Pero para hacerlo hay que creer. Yo creo hasta en los imposibles pero muchas veces te preguntas si ella estaría dispuesta a entrar por la puerta de tu clase y mirarte y decirte tan sólo con los ojos, o a viva voz: “Te quiero”. O si le nacerá algún día acompañarte a casa, sin que ello suponga para ella un sacrificio mayúsculo. Te haces demasiadas preguntas y en casi todas ellas la respuesta resignada es un no. Y lo piensas no porque ella te lo haya dicho, sino porque no lo hace. Como si fuera la posdata de una carta te preguntas si ella te demostrará algún día que significas algo para ella. Más, ves que sus demostraciones son vacuas o a cuenta gotas y te preguntas si ya no es tarde para intentar algo que parece demasiado forzado o esforzado. Yo no sé si es tarde, sé que nunca es tarde para amar, para perdonar, para abrir puertas y tumbar muros. Yo quiero tener fe en que el amor podrá con todos los puntos negativos, con todos los “no puedo” y que triunfará y ganará la batalla de la solitaria soledad de una vida siempre a expensas de esa pequeña cosita llamada amor.