José Luis, Pepe para los amigos era un apuesto hombre, canoso, buen cuerpo y cara de buena persona. Justo antes de cerrar el bar y no sé cómo, acabé junto a él y sus dos amigos, Javi y Belén. Tampoco sé por qué, acabamos hablando. Me dijo que le gustaba una chica de aquel bar pero que ella no le hacía caso. Yo le dije: “No pasa nada, yo te ayudaré si quieres, ¿quieres?” “por supuesto, hombre”, dijo él. Antes de que ella -Patricia- abandonara el bar la abordé. Ella pensaba que quería ligar pero nada más lejos de mi intención. Enseguida le quité esa idea. Le pregunté si estaba soltera y me dijo que sí.
-¡Perfecto!, lo celebro - le espeté yo.
-Oye que lo siento pero que me tengo que ir, me están esperando.
-Vale, vale seré rápido. ¿Ves a aquel chavalote tan guapo?
-Sí
-Es mi amigo, se llama José Luis y quiere conocerte. ¡¡José Luis, ven!!
Pepe apareció con su cara de chico bueno y comenzó a hablar con ella pero lo 'despachó' enseguida y el hombre cayó en depresión. Salimos porque había que salir y le dije: tío, esta noche no te vas a casa sin que conozcas a una chica y te de su número. Puesto manos a la obra sólo se me ocurrió 'atracar' a aquella mujer que Pepe me dijera, y así aparecieron Alba, María y otras...Ya hacia el final le daba igual y me comenzó a decir como un reto más hacia mí que hacia él, pero realmente yo sólo perseguía que alguna mujer quisiera conocerlo en una obsesión absurda y sin ningún tipo de argumento sólido. Al final fue Érica, en un parque. Los dos se sentaron en un banco y se quedaron hablando. Ahí los dejé. Pepe con una sonrisa como la de un niño de doce años y Érica anonadada por la situación. Me sentí super bien. Nunca más los volví a ver.
Frida era una niña mexicana. No, no era la famosa Frida Calo pero no me cabe duda de que era el homenaje de su madre. Con fleco de cortina estaba en la calle con doce añitos a las cuatro de la madrugada. Allí acabé yo junto a Ana, y otras mujeres que estaban hablando. Yo realmente buscaba conocer a Ana, sin embargo ella pasaba mucho de mí y yo acabé sentado con Frida. Estaba aburrida. Su madre había salido de trabajar y ella la estaba esperando porque no tenía con quien quedarse. De repente apareció Roberto, un tuno con dos amigos. Le pregunté a Frida si quería que Roberto le cantara. “Claro”, me dijo ella, “me gusta la música”. Con franqueza, ni recuerdo de qué estuve hablando con Frida. Lo que sí sé es que yo le preguntaba cosas y ella respondía con esa sinceridad que sólo los niños saben hacerlo. Me gasté todo lo que tenía en la cartera para que Roberto no se fuera y le tocara a Frida todas las canciones que ella quería (incluido en Gangstan Style). Allí estuvimos cantando a veces ella, otras veces yo en la primera y única vez que le he dedicado una “serenata” a una fémina, aunque aquella primera no perseguía ni una conquista ni el amor, sino el entretenimiento, la sonrisa de una niña que a las cuatro de la madrugada se sintió un poco menos sola. Al cabo de un momento que bien podría haber sido toda la noche su madre la llamó a lo lejos y yo la acompañé cogidos de la mano. No recuerdo el nombre de la madre pero comenzó a hablar conmigo. Me dijo que era del D.F de México y que llevaba 12 años en Alicante. Hablando con su hija se fue yendo poco a poco mientras yo me quedaba sólo pensando en que había hecho feliz a una niña.
Lola. Llevaba varias horas en la barra de aquel bar bebiendo para olvidar sin lograrlo. En todas las paredes aparecía esa mujer de la que tanto he hablado, la que he querido sin querer, que estaba sin estar. De repente apareció una mujer voluptuosa. Mirada de carácter y un canalillo de vértigo. Yo observaba como bailaba y se pasaba bien mientras yo permanecía sentado en la barra. Comenzó a hablarme y yo le contestaba. Las conversaciones a ciertas horas en según qué sitios y con unas copas de más no llegan a ser trascendentes si al final no consigues que haya algo más como de hecho fue así. Con el paso de las horas Lola se comenzó a sentir cada vez más intrigada y atraída hacia mi tranquilidad, mi sonrisa y mi copa. Pronto supe que ella pretendía algo más. Lo sabía por su mirada pero también porque me robó un beso cuando yo la sonreía por uno de sus bailes. La historia tiene sus idas y vueltas pero iré al grano. Lola desapareció sin saber a dónde, yo aproveché para ir al baño. Allí estaba ella. La miré y la sonreí con muchísima picardía. Me metí en el baño y cual fue mi sorpresa cuando detrás de mí noté a otra persona. Era Lola. Sorprendido le dije que saliera. Me dijo que me callara y comenzó a besarme mientras me bajaba los pantalones. Ocurrió eso que hace unos años y toda la vida pensé que jamás me pasaría a mí. Sin embargo, fue una experiencia espantosa. No dejaba de pensar en esa mujer, hoy en Madrid que en mi revolución de marzo revolucionó mi vida son ternura y algo más. Sí, sólo pensaba en Estefanía. Y sólo su nombre hacía me daba alas. Cerré los ojos, imaginé que ella estaba allí conmigo, imaginé su sonrisa, su voz. ¿Cómo podría relataros lo vacía de una experiencia cuando al abrir los ojos, al acabar, vi que no era Estafanía, sino Lola? Cuando Lola y yo acabamos, ella se fue y yo me quedé sentado en el water. Me sentí el ser más vacío del mundo. La tristeza era inimaginable. El sexo sin amor es la experiencia física más triste y vacía que he experimentado en toda mi vida. Sentí que el alma volaba y se alejaba de mí. En mi cabeza sólo estaba Estefanía, sus palabras. Me la imaginé con el hombre que la vuelve loca y que no soy yo. Me gustaría deciros que aquella noche todo salió y acabó bien. En verdad me gustaría poder decíroslo....
Carmen tenía treinta y tantos años. Físicamente no era una mujer en la que jamás me fijaría. Era flaca y tenía cara de aburrida y un poco de mala leche. Era la típica mujer que quería pasar desapercibida. Pero estaba con dos amigas muy sociables y ella tuvo que aguantar el tirón de sus amigas. Hacia el final de la noche sus amigas me animaban constantemente para bailar. Yo había permanecido toda la noche sentado en la barra del bar, riéndome de las risas, de los bailes de algunas conversaciones robadas, en definitiva, pasándomelo bien. Accedí a regañadientes a bailar en coro mientras sus amigas me rodeaban. De repente cambiaron el estilo de la música y me topé de frente con Carmen, a la cual, mirándola a los ojos, la saqué a bailar. No perseguía nada más que pasármelo bien y dar lustre a una de mis grandes pasiones: el baile. De hecho aquella tarde había estado en mi casa bailando solo en mi casa. En las dos primeras canciones que tocaron Carmen se movía muy bien y lo noté. A la tercera y cuarta Carmen me sorprendió llevándome en el baile y yo, que soy así, quedé prendado de aquella mujer a la que le daba vergüenza mostrar las arrugas de unos ojos preciosos. La música finalizó en el bar. Yo la miré con esa mirada que sólo yo sé poner. Ella me miró entre ruborizada y orgullosa. Tras una conversación absurda propia de las cuatro de la madrugada, me dijo que ella sabía bailar lo mismo que yo. Me observó y vio que tenía un casco que estaba enchufado al mp3. Me preguntó si tenía de “esas” canciones. “por supuesto”, le dije yo. Puse Marc Anthony y como sólo tenía un casco, me dijo al oído susurrando pese a que ya no había música en el bar: “Acércate a más a mí”. Comenzamos entonces a bailar la pieza más romántica, entrañable y extraña de toda mi vida. Todos en el bar (los pocos que aún quedaban) nos miraban con caras porque no había música...pero sí la había en el oído de Carmen y seguimos bailando en uno de esos momentos que jamás olvidaré. Cuando acabamos de bailar yo me dirigí a la barra del bar a pagar unas copas pero habían otras personas ocupando al barman. Al cabo de un rato, probablemente dos o tres minutos, cuando me giré, Carmen y sus amigas ya no estaban. Salí del bar y no la volví a ver. Me quedé con el corazón destrozado y fascinado por lo que había vivido. Para mí quedaron aquellos minutos que jamás os podré narrar con la pasión y congoja y felicidad que me provocaron.
Marisa, Conrado...y Luca. La primera, gallega, de un pueblo de Ourense muy cerca de Ponferrada, viuda y cuarenta y muchos. Con ella entró una mujer de su generación y tres chicas adolescentes. Las dos mujeres de cuarenta y tantos entraron a la pista pisando fuerte, bailando como diosas del lugar y demostrando una carencia absoluta de complejos, cosa que me encanta. Pronto apareció al lado de Marisa un chico de treinta y muchos o cuarenta y pocos que no entendía ni papa de español. Se empeñó en Marisa y aunque ella me confesara que no estaba buscando nada, el hecho de que Conrado fuera italiano y cara de pícaro y buen tío hicieron que se dejara querer. De todo esto me enteré porque mientras bailaba pero sobre todo me corría de placer escuchando "Twist and shout" y "Mr. Postman" de los Beatles, la cerveza se me iba acabando y de repente un hombre me vino con otra cerveza de su cortesía, algo que no recuerdo que nunca me pasara. Muy agradecido estuve y eso me sirvió para acercarme a Marisa y decirla: "Lo mejor que te puede pasar una noche es que te inviten sin venir a cuento una cerveza" (claro, esto último no es cierto, pero estaba embriagado de felicidad y aunque me hubiera dado un simple abrazo de confraternización hubiera sido "lo mejor que te pueda pasar". Yo entonces no lo sabía pero el que me invitó a la copa era Luca, amigo de Conrado, ambos de Venecia y que estaban en Alicante por la boda de un amigo en común. Durante una parte de la noche intenté que Marisa se abriera con Conrado que la seguía con parsimoniosa paciencia de un caballero y por eso me cayó bien. Entre todo aquello, la amiga de Marisa, también gallega con un acentazo de pueblo pero que aseguraba estar en Alicante durante más de diez años, perdió todo tipo de vergüenza y comenzó a bailar desenfrenadamente y rozándose con todos, incluso conmigo, de donde intentó robar un beso sin conseguirlo. Fue divertido verlo y sobre todo bailar con una mujer así. Prefiero a las mujeres sin complejos que a las adolescentes que las acompañaban y que ponían todo tipo de cortapisas para ser herméticas en todo lo que allí acontecía, incluso los bailes de Marisa y su amiga. Tras ir al baño encontré que todas las mujeres se había ido y yo seguí a lo mío. Sin embargo, Conrado me cogió por el brazo y me sacó fuera donde estaban todas ellas. Marisa ya me había dicho que entre aquellas chicas, una era su hija y que la próxima semana volvería a su pueblo de Ourense. Conrado pujaba fuerte por Marisa que, dicho sea de paso, era una mujer rubia con mucho encanto. Apareció de repente Luca, y me enteré de los hilos que lo ataban a él con Conrado y conmigo. Una especie de estrategia: yo estaba cerca de las chicas con las que bailaba y me hacían caso, como a ellos no, Conrado le pidió a Luca que me invitara, así yo hablaría con Marisa y entonces yo acabaría haciendo lo que finalmente hice: intentar que Marisa tuviera a bien pasar esa noche con Conrado. Con una "misión" cumplida y sin sentirma para nada utilizado o manipulado, me fui porque lo que yo quería hacer era bailar.
Ana y Manu. Estaba en mi habitual tugurio de Alicante bailando y viendo bailar como me gusta. Yo ya andaba un poco a mi bola y de repente sonó "Entre dos tierras" y claro, el desfase hizo que me pusiera a gesticular tipo Bunbury, una frikada nada aconsejable. El caso es que no sé cómo me topé con un tío que...bueno, comenzamos a gesticular al mismo tiempo y yo, que además de todo soy como soy, le recordé que esta canción era la banda sonora de la película "Pagafantas". Él me dijo que era él, el auténtico pagafantas. Entre risas y bromas quedamos en que yo era el mayor Pagafantas. Con él, Manu, estaba Ana y comencé entonces a hablarles del por qué me sentía "Pagafantas" o muy tonto y comencé a hablarles de Estefanía durante...unos diez minutos. El caso es que no sé antes o después (probablemente antes) Ana comenzó a bailarme el agua o a halagarme, no lo sé, el caso es que cogió un papel y un boli y me escribió lo siguiente “Eres
auntentiquísisisimo. Y lo sabes: Guapo. Bailas como nadie”. Además añadió su teléfono en algo que ya me dejó descolocado...una hora después. El bar cerró y ellos, muy majos, bastante majos se fueron a lo suyo y yo, rebelde, me fui por mi camino y claro, así acabó todo. Luego por supuesto me quedé pensando en aquello toda la noche pero al final me quedé pensando, como no, en la mujer que pone todo mi mundo patas arriba.
Estas historias son verídicas y fruto de mucha memoria que, pese al alcohol, he logrado rescatar. Y faltan algunas, como la del alemán Vhulcan, la londinense Jazz o el grupo de "Lolitas" de playa. Pero no fueron tan importantes. Lo importante es que nunca he actuado as, tan sociable y tan aparentemente abierto. Esto me sorprende tantísimo que sólo se explica por dos cosas: el asentamiento en esta ciudad y el influjo de la mujer causante de mis más bajos instintos y pasiones, además de la satisfacción inherente a mis estudios.