Me hago un montón de preguntas. No
al cabo de las horas, ahora ya es al cabo de los días o semanas. Mi mente va
perdiendo poco a poco la gran elocuencia, la capacidad de elucubración, mi
cabecita ya va hacia abajo. Lo noto en que si las cosas que hago no son mecánicas,
algo falla, algo se me olvida. Incluso los argumentos más razonables, las
cuestiones más básicas. Me quedo sin argumentos fácilmente. Vuelvo a ser nada
en un segundo. He perdido chispa, eso es incontestable para mí.
De otra manera no podría explicar
nada de lo que me pasa o no me pasa. No pasa nada, que también es algo que
pasa, y como el pasar, pasa todo y yo pasando por encima merced a una cabecita
estallada y reventada de tanto camino tortuoso.
De nuevo heme aquí, pretendiendo
contar algo sin saber muy bien qué camino coger. En eso de los caminos ando,
buscando el mejor, o mejor dicho, procurando que el final de este camino no
acabe en callejón sin salida o lo que es peor, en un abrupto precipicio en el
que la caída no tenga fin. Estoy buscando un puente. A estas alturas sólo busco
atajos. He andado tanto, pero tanto, tanto, que mi cabeza se ha obcecado. Yo,
otrora animoso de las preguntas sin respuesta o con una respuesta maquiavélica
que crear, ahora busco respuestas complejas a preguntas simples. Recordando el
trozo de una canción, no me sirven las frases medicadas como ungüento, como
algo fácil, las frases hechas. Me sirve algo que pueda tener mi propio sentido,
no algo genérico como el ya tan famoso “todo llega” o “todo saldrá bien”.
Hace unos días, mientras hacía
uno de esos trabajos interminables de último año de carrera, tenía de fondo la
película “Johnny cogió su fusil”. Fue bárbara la experiencia. Me sentí
realmente mal viéndola. Aunque no es adecuado banalizar o simplificar un asunto
tan complejo como el que trata la película –el suicidio asistido-, creo que una
parte de mí se siente tan preso como Joe, que no tenía brazos, ni piernas, no
tenía cara y era sordomudo. Para él, tan singular como desgraciado, las frases
hechas no le servían. Es un ejemplo tremendamente exagerado, pero es el que más
cerca tengo. A propósito de los reos de uno mismo y de su cuerpo, recuerdo una
conversación con un ex amigo durante nuestro periplo marroquí. Tendemos a creer
que estamos en una cárcel, en este caso yo, por la sociedad, por la cultura, el
sistema, etcétera, de tal forma que cuando conocemos otras circunstancias en
otros lugares lo idealizamos, pero durante aquel viaje también vislumbramos más
allá, es decir, la cárcel de otros. De otra sociedad, de otra cultura, de otra
forma de vida. Ellos también eran presos aunque sus cárceles no eran iguales,
tenían decoraciones diferentes.
¿Cuál es la solución entonces? Yo
quiero tener respuestas a el por qué soy así. Por qué no he logrado el perdón
de quienes me han sentenciado. Por qué el amor no es más sencillo. Por qué
existe tanta susceptibilidad. Por qué hay siempre un por qué. La lista sería
interminable por lo ambigua, pero también por lo indescifrable de estas
preguntas.
Ahora estoy haciendo un alto en
este camino de estudio. Estudio que me lleva de cabeza. Tengo miedo a mi mismo.
Mi cabeza y yo mismo son los más exigentes con mis actos. Lograr algo en junio
que no sea ser Licenciado sería funesto. Creo que sería un fracaso. No sé si
tendría fuerzas para continuar un año más sacando las asignaturas que me
queden. Por otro lado una vez acabada la carrera sólo veo un gran abismo.
Sea como sea todo parece
inexorable. Desde el miedo hasta el resultado final que puede ser bueno o malo,
pero será negativo de todas, todas debido a la gran interrogante que existe más
allá de lo que pase en junio. Junio o Julio de 2012 pasará a la historia por
ser el mes en el que acabe un ciclo. Pase lo que pase, será el final. Y este
final será de órdago. La partida se jugará en unas pocas horas. Tengo miedo.
Estoy realmente acongojado. Pero resulta que el miedo siempre es diferente. Creo
que descubrimos temores a medida que avanzamos. Y este avance implica un miedo
que no he conocido nunca, el de lograr algo por lo que llevo luchando con más o
menos intensidad durante casi quince años.
No sé si quisiera estar en esta
situación. No sé siquiera si es bueno este estado de zozobra continuo. La
persiana, como dije al principio, está tan bajada que creo que ya soy un ombrófilo.
La luz de la sombra hace del lugar donde habito conmigo mismo una lóbrega habitación.
Y no sé dónde está cada cosa. Espero no tropezar, pero será complicado habida
cuenta del gran desorden que existe en mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario