Al final, siempre acabo con una ligera sonrisa melancólica cuando veo llover de nuevo cada invierno. A pesar de que todo acabó, la lluvia, el invierno me recuerda a la mejor relación que jamás he tenido y jamás tendré nunca con una mujer. Es curioso, porque no logro recordar a casi ninguna mujer que ha pasado por mi vida. Han sido tantas en esas noches locas de alcohol y frenesí. Han sido tantos vacuos te quieros, y no lograría ponerle el rostro a ninguna. Sólo hubo una mujer que logró llevarme al éxtasis, a la locura. Al fin y al cabo, la locura está expuesta en nuestros primeros años de juventud, cuando salimos de la adolescencia y nos embarcamos en las filas de aquella nave llamada vehemencia.
Tenía vientres años y el señor invierno, como ya era costumbre, estaba perezoso para comenzar a hacer su trabajo, así que las lluvias no llegaron hasta finales de febrero. Yo estaba jugueteando con mis impulsos que tenían un idilio con la soledad. A finales del invierno yo era como la Canarina canariensis, que está en flor, reluciente y bella precisamente en esos últimos meses fríos. Es como si esa época quisiera llevarle la contraria a los que hibernan por que hace más frío de lo habitual. Pues así siempre fui yo. Y estaba feliz, como siempre por sentirme feliz.
Febrero fue siempre de largo mi mes favorito. Lo era porque todo lo que sucedía era diferente, como diferente era en el ejército de los meses. Cuan soldado patoso, febrero era el excéntrico, el que marcaba la diferencia por aquello de ser bisiesto. Y que caray, le tenía cariño porque sugestión o realidad, lo cierto es que lo que se ponía al horno durante ese mes salía apetecible y rico, rico.
Por aquellas fechas recibí una muy buena noticia. Tenía que ver con asuntos económicos porque estaba sin un duro en el bolsillo y el hecho de poder tener algo más de calderilla, me emocionó entonces. Ahora, ¿qué noticia fue? No lo recuerdo, porque todo quedó sepultado y eclipsado por lo que sucedió ese día en el que a media tarde comenzó a caer una tormenta como pocos recuerdan. La intensidad fue bestial. Era como si el Dios del cielo estuviera tirando una botella de agua y ésta cayera tal cual sobre nosotros. Me cogió en plena calle escuchando ‘She’s a woman’ de Beatles, bailando bajo la lluvia como en la película. Estaba realmente feliz porque sentía que se abrían puertas. De repente me sobrevino la locura propia de aquel entonces. Me puse a dar vueltas sobre mi mismo con los brazos intentando agarrar la botella que tiraban desde la estratosfera. En eso cerré los ojos para sentir cada gota de agua en mi cara y en cada parte de mi cuerpo que ya estaba calado hasta el último centímetro. No me percaté de que en última instancia había invadido la calle.
Entonces escuché un chirrido de ruedas frenando y sentí un fuerte golpe en las piernas que me tumbó al suelo. El agua me sepultaba hasta la mitad de mi cuerpo que yacía en la calle con los brazos abiertos mientras continuaba riendo. No podía abrir los ojos ni parar de reír. Escuché a alguien que me gritaba al lado:
-La concha tu madre, ¿Qué pasa con vos? ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
No podía parar de reír y no podía ni levantarme ni abrir los ojos. De repente todo se nubló más y más y sentí como el agua me arrastraba. Mi cuerpo se fundía con el líquido elemento. De repente mi cuerpo pasó por una aspiradora, se hizo el silencio. Dejé de sentir la lluvia, la música, el agua. Sentía el cuerpo entumecido y un dolor indescriptible en las piernas.
-Despierta. Despierta reloco. Despierta...
Fue abriendo los ojos poco a poco. Veía todo borroso y los volví a cerrar. Pero como siempre fui muy curioso, mis ojos siguieron obedeciendo las órdenes que le daba mi impulso y poco a poco fui viendo lo que me rodeada. Tenía un collarín que me impedía girar la cabeza, pero apenas miré a mi izquierda vi los ojos más azules inmensos y bellos que jamás había visto.
-Ché, ¿Qué pasa con vos? Te emocionaste con el agua, ¿No? Menudo susto me has hecho pasar.
-¿Quién eres tú? –dije con un finísimo e imperceptible hilo de voz-
-¿Yo? La mujer encantadora a la que no vas a demandar porque te has enamorado de mis ojos que te ordenan que te portes bien con Daria.
-¿Daria?
-Sí, yo, encantada.
Tan resuelta era aquella mujer que su vendaval de energía revolucionó aquellos segundos como el tiempo perenne que se escapaba y no, en su mágica presencia. Ella no dejaba de hablar. No había quien la callara. Me sentí abrumado con su disposición. No sé si en aquel primer momento pensó que de veras la iba a denunciar por haberme atropellado. No era mi intención. Si acaso pensé en denunciarla ante San Pedro por haberme matado con la mirada más intensa que ningún cielo habrían visto jamás. No sé de dónde apareció esa mujer tan loca. Era uruguaya, de Montevideo, y tenía todo el orden de las cosas muy bien desordenado, lo cual no era de extrañar viendo sus atuendos. Era lo que uno entendía por bohemia, hippie, o anti sistema… (Continuará)
Que bueno ché!. Con ansias me dejas de saber cómo continua la historia.
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