Acostumbrarse



Me he acostumbrado a este lugar como el lunes se acostumbra a ir detrás del martes. Es la inercia del ser humano. Me he acostumbrado a mostrar todos mis conocimientos a estos niños. Me he acostumbrado a reconocer mis límites intelectuales, a recorrer nuevos caminos por la propia inercia. Me he acostumbrado a comer con las manos, sin cubiertos, ya sea cualquier tipo de comida. Me he acostumbrado a vivir con velas y en la oscuridad. Me he acostumbrado a escuchar a monos aulladores a las 4-5 de la madrugada. Me he acostumbrado a caminar por caminos rurales en mitad de la noche sin linterna y casi, casi sin luz. Me he acostumbrado a ser ambivalentemente introvertido y extrovertido. Me he acostumbrado a ser profesor de niños con muchos problemas. Me he acostumbrado a levantarme a las 6 de la madrugada. Me he acostumbrado a que ella me dé, de 10 a 100 besos cada vez que nos vemos tras varios días sin saber nada el uno del otro. Me he acostumbrado a ver este río tan grande como un océano. Me he acostumbrado a la lluvia copiosa y abundante de forma diaria. Me he acostumbrado al tórrido calor, a estar sudando desde la mañana, hasta la noche. Me he acostumbrado ir y regresar en lancha. Me he acostumbrado a estar sin celular (móvil), sin internet, sin frigorífico, sin microondas, sin electricidad, sin prácticamente ningún lujo. Me he acostumbrado a vivir con no más de 5 ó 6 mudadas de ropa. Me he acostumbrado a lavar la ropa a mano. Me he acostumbrado caminar, a correr, a hacer ejercicio. Me he acostumbrado salir con el cayuco y el remo en busca de aventuras. Me he acostumbrado a la jerga guatemalteca, a decir púchika en vez de hostias, a decir “vení” ó “veníte” en vez de “ven” ó vente, a decir computadora en vez de PC, a decir coche en vez de cerdo, a decir “juelagran” en vez de “joder”, me he acostumbrado escuchar el himno de Guatemala y a que se me pongan los pelos de punta cada vez que 200 niños lo cantan cada lunes a las once de la mañana, me he acostumbrado a casi todo lo Chapín. Me he acostumbrado a decir “quetzales” en vez de euros, a decir “pisto”, en vez de “duro” ó “guita” o “plata” ó  el eufemismo que se utilicen para llamar al dinero. Me he acostumbrado a decir “caites” en vez de “chanclas”, “cholas” ó “zapatillas”.


Me he acostumbrado a decir palabras en Keq’chí para ‘conquistar el cariño de los niños mayas. Me ha acostumbrado incluso a vivir con menos música de la que habitualmente lo hacía en España. Me he acostumbrado a sentir seguridad en mi mismo, y seguridad en mis inseguridades como algo sano y curable. Me he acostumbrado al estado ruinoso de todo lo que me rodea. Me he acostumbrado a sobrevivir sin redes, paracaídas, ni salvavidas. Me he acostumbrado a vivir con el miedo como si fuera algo natural, como si tu némesis siempre estuviera rondándote, como la horma de un zapato que nunca se rompe, que siempre está tirante y con el que siempre has de luchar. Me he acostumbrado a despedirme sin pena, sino como una ley innata de la vida contra lo que no puedes luchar. Me he acostumbrado a ser fuerte, recio, como una roca. Me he acostumbrado a no llorar. Me he acostumbrado a que cada día, sin decirlo, estoy diciendo adiós a un lugar que ha cambiado mi visión del mundo y de toda la vida. Me he acostumbré a aceptar que mi destino está alejado de lujos y de rimbombantes sistemas tecnológicos. Ya sé que acabaré lejos de cualquier urbe, y acepto mi destino, sea cual sea, con el orgullo de quien ha hecho todo lo posible. Si acabo donde pienso, no habrá sido por no haber llamado a todas las puertas. Me acostumbre a que hay guerras que nunca se podrán ganar. Pero en cierta forma y de una manera metafórica y subliminal, he ganado, aunque no tenga un centavo y aquellas que creen que tanto tienes, tanto vales, piensen y crean que no valgo nada porque no tengo dinero. 

Nací en Venezuela, crecí en España, pero me hice mayor en Guatemala. Me acostumbré a no tener patria, a sentir un poco todos los países del mundo como el mejor lugar donde nacer cada día…cuando sabes que haces falta y que vales. Eres de allí donde te aman, te valoran, te quieren, y cada día te extrañan cuando no te ven. Cambia el mundo cuando tú te empeñas en cambiar para mejorar. No me interesan las riquezas si no siento la verdad como la veo aquí. Todo lo demás, lo siento, chicos, pero es mentira. Mira a tu alrededor, ¿De cuántas cosas podrías prescindir? Yo sin las sonrisas sinceras de estos niños y sin el amor desintoxicado de los lujos. Esa es mi verdad ahora. Yo no sé mañana...

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