Reconozco que despedirme no se
me dan bien. De las personas a quien has dado todo de ti, cuando has sido todo
corazón. Siempre hay una palabra que decir, y cuando no, una mirada, un gesto,
algo que dignifique lo que será un “Adiós” definitivo. Me acuerdo de un cuento de
Ismael Serrano previo a una canción que explica las despedidas (de parejas
rotas). Pero también es difícil despedirse de un lugar donde has compartido
tanto, tantísimo.
Creo que las despedidas son como un partido de fútbol. Curioso, creo
que es la primera vez que escribiré de fútbol aquí. Las despedidas, como digo,
son como un partido empatado en una final o un homenaje. No quieres que acabe si
va a resultar que vas a perder y si tienes todas las de perder requieres una
prórroga. Y en ella haces lo imposible para intentare ganar. En este caso yo
intento ganar un recuerdo, algo indeleble.
Recuerdo que hace ya más de diez años comencé a escribir en un blog de
internet. Eran los primeros y para entonces yo ya escribía en otro tono. Conservo
los escritos aún. Doce años han pasado. De aquel blog han renacido tres. De
este me siento muy orgulloso. Me encanta lo que hay aquí escrito, lo que he
dejado, las huellas no sólo en forma de palabras, sino en otros formatos. Es difícil estar tantos años ahí escribiendo de casi todo. Y
no sé si esto será una despedida definitiva. Es difícil despedirse. Lo sé. Hace
muy poco, concretamente en este mes de agosto, una amiga, probablemente una de
las más influyentes a corto plazo y que provocó en un porcentaje importante que
yo acabara en Alicante, tuvo que despedirse de su padre que falleció de una
abrupta y precipitada enfermedad.
No hay despedidas fáciles. Y para mí esta despedida no lo es porque
estoy pasando una época de sequía, de aridez literaria y litúrgica y se nota lo
espeso que estoy. Que no haya escrito no significa que no haya pasado nada.
Curioso porque he escrito muy poco para mí. Cuando no escribo es como si no
viviera. Pero sí, he vivido, y aunque no haya dejado constancia escrita hay
constancia tácita…al menos para mí, claro. Este tiempo sin escribir ha sido
prolífico en hechos que no sabría escribir en estos momentos, me han superado desde lo bueno, lo mejor y de lo malo, lo menos malo. Esta despedida, si se consuma en la tanda de penaltis,
tiene una relevancia vital. Y lo de los penaltis casi es cierto, ya que dentro
de mes y medio estaré, como se dice “tras-con-tras” entre el título del máster
y mi próximo destino, mi lugar en el mundo.
Esta prórroga la escribo porque dentro de nada, ya mismo, comienza una
cuenta atrás que comenzó con un pasaporte, con unas vacunas y
que seguirá con la concatenación de hechos en horas récord y
que hará que mi corazón-nervios-ansiedad, se pongan a prueba. Sí, porque en
breve tengo un juicio de alto tribunal lleno de féminas a cada cual más fiera reclamándome. Tendré que enfrentar una realidad de la que salí indemne hace cinco años. Será para mí una sentencia en firme y no habrá recurso que
interponer. Para mí es más importante esto que un asunto meramente legal, tiene
que ver con la justicia, que no siempre va de la mano de lo legal. Y tocará
pasar malos tragos y tendré que poner sobre la mesa toda
la madurez que he adquirido todo este tiempo y de la que he hecho gala en los
últimos meses.
Con ello me viene, como no, el final del máster, pendiente de un hilo
tan fino como el Tribunal deseoso de pillar cacho conmigo. Y para mí no es
baladí este asunto, ni mucho menos. Se trata de un asunto capital, pues la
tanda de penaltis tendrá como máximo rival precisamente ese final de máster. Nadie, y esto lo digo con mayúsculas, NADIE, ha sabido lo muchísimo que he luchado por
este máster, por mi futuro dentro del amor de mi vida que, como muchas otras
féminas (pero con más sangre en las venas que esta), me ha dado calabazas muy
sonoras. Ella, mi ciencia, ha sido durísima conmigo pero he luchado hasta el último
hálito de aliento y en menos de un mes presentaré el que considero el trabajo de mí vida,
el que más tiempo, dinero y esfuerzo me ha costado y el que debo defender. Os
aseguro que no hay nadie más motivado que yo por ese momento. Será
definitivamente el final de mi vida académica, del final de mi vinculación con
mi amada, dorada, soñada Geografía. Visualizo ese instante...
A corto plazo veré a mi amigo, ídolo y reconfortante Marwan. Como
llovido del cielo, hace unas semanas pensé que necesitaba imperiosamente volver
a sentir cada canción que es banda sonora de mi
vida. No será una noche más. No, no lo será. Probablemente serán las 48 horas
más cruciales desde aquel 2 de septiembre de 2008, pero esas horas no lo serán
más que el próximo 30 de septiembre. Septiembre siempre fue para mí como enero.
Un comienzo de todo. Ese día será el comienzo de todo un ciclo en el que cada
día, casi cada hora, será tan intensa que no sé si el corazón pueda con tanta
emoción, con tanta batalla de paces en una ambivalencia que estoy convencido de
que nadie entenderá (yo busco paz y otros una falsa paz a base de dar guerra).
Los dogmas didácticos, los profesores, nos dijeron que la historia la
escribe el ganador. Esta historia que leéis desde hace años no la escribe un
ganador, sino un superviviente de muchas cosas, de circunstancias, de incendios y muertes literales, de maltrato físico, psicológico, de abandonos, de aprendizajes a la fuerza. No es una epopeya, yo estoy convencido de que hay
grandes ganadores, y de repente se me ocurren dos, mi amigo El Sabio, y mi
amiga Azul. Ambos son ganadores por lograr ganar una batalla diaria y no buscar
trazar una tangente para poder reinventarte. Para mí ellos dos son héroes con
sus batallas. De ambos aprendo. Ellos merecen que escriban sus historias,
porque son ganadores en esta batalla de la vida.
Yo, como digo soy un superviviente, un tío más, un chaval excéntrico que luchó por ser normal (...). He crecido y he llegado a la treintena siendo de nadie. Nadie me posee ni yo quiero poseer porque no creo en ello. Creo en que el querer es la libertad y el no obligar, que hemos sido esclavos de nuestras tradiciones sin tener en cuenta que lo maravilloso de la vida es que el destino, y no una deidad, te coloca en el lugar adecuado en el momento oportuno. Eso me libró de accidentes, y me hizo conocer a personas de las que me enamoré. Evolucioné sentimentalmente hasta ser algo completamente diferente a lo que era hace quince o diez años. Creo que ese altruismo sentimental, que unos llaman madurez, es lo que nadie ve o de lo que muchos se han aprovechado (...). Ahora pienso que dentro de mis límites, soy ilimitado, capaz de hacer cualquier cosa, hasta hacer que un tren se retrase (historias mías muy guays). Nadie me dijo que yo podía llegar lejos. Adulto ya, y con todo lo que a un hombre puede llegar a convertirle en maduro, me hallo satisfecho pero con ansias, muchas ansias de aprender aún más y convertirme en un pequeño frasco de sabiduría como lo es mi amigo Carlos. Me queda trillones de kilómetros que andar.
Y os aseguro que ando. Este silencio ha sido debido a mi incapacidad
para comunicarme, en una ruptura obligada por mí, con unos motivos muy
concretos que me llevaron precisamente a recorrer muchos kilómetros (...). Pues sí, lo de
los kilómetros es literal. De esto que sales una noche y comienzas a andar y
acabas fuera de la ciudad. De esto que coges una guagua y te plantas en el
lugar menos pensado, en el lugar más alejado, en el alto, o en el más
improbable. Y he conocido caras de las cosas que pensaba que no viviría ya.
Cosas que me han hecho aprender (...). Este período ha sido imprevisible pero sobre
todo muy indescriptible. Hace poco a mi amiga palmera le contaba algo muy
superficialmente y ella, bueno, se “escandalizó” un poco al ‘grito’ de: “Tu
verás lo que haces…” (sí, yo también creo que es la peor frase del mundo). Ya
lo he dicho alguna otra vez pero es la mujer que más paciencia ha tenido
conmigo y una amiga que me ha aguantado mucho y muchas, quizás porque entre
nosotros haya habido siempre distancia aunque estuviéramos en la misma ciudad.
Han sido días fugaces, efímeros, de historias cortas, breves, de
conversaciones y de puntos de vista… digamos que diferentes por ser suaves. Me
he sentido estas semanas como El Principito. Una de las dos o tres mujeres más
importantes en mi vida amorosa me regaló el libro de El Principito hace no
muchos años. Recuerdo que aquella noche, en Madrid, después de hacer el amor
como nunca, acabamos en aquella cama, escuchando música y ella, leyéndome un
pasaje de aquel libro que me había regalado porque ella fue la que creía que yo
era como El Principito. No lo vi en aquel momento. Es un cuento para niños, lo
sé, pero la simplificación de las cosas cuando uno es adulto es importante,
como es importante ser coherente y sobre todo consecuente.
Las despedidas son importantes para que no quede nada en el tintero.
Con aquella mujer, que hoy vive en Donosti con un chico, no me pude despedir.
Este año lo hice. Necesitaba ser capaz de hacerlo. Preguntaréis: “¿Y por qué no
lo hiciste en su momento?” Esa historia, es una de las historias que sólo saben
unos pocos y que no es fácil de relatar. Pero el caso es que me despedí y al
hacerlo me sentí bien porque esa etapa no había sido cerrada del todo por mí,
aunque para ella fue todo más sencillo, a mí me tocó el lado de olvidar y
alejarme porque cuando aprendes a amar bien, sabes que si alguien no te quiere
y te lo dice, y te lo demuestra, has de tener el orgullo de dejar de intentar
subir a ras de cielo. Los imposibles existen, y en el amor, como en la vida,
también.
Como dije hace ya muchas palabras, esta es una prórroga, un esbozo de
lo que sucederá o no dentro de un mes. La vida girará 180º de nuevo, y esta
vez, a diferencia de hace un año, no sé si el destino será seguir aquí (ya os
digo que eso es harto improbable), irme al extranjero (muy posible) o, incluso,
tener que regresar a Tenerife que para mí sería el peor escenario posible, pero
como he dicho me esperan días convulsos, de papeles, de tribunales, juicios, de
karma negativo, de lucha contrarreloj y en un sprint inverosímil para mí.
Este blog, para entonces, tendrá su sentencia final. Apto o no apto,
pero para siempre quedará este rincón. Prometo que la última “carta” será más emotiva y quizás menos larga.
Todas las fotos, autor: W.H.
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