Este no es un texto de complejos ni de autoayuda


Me quiero, claro que me quiero. Pero mi forma de querer es extraña. No puedo decir que se indulgente conmigo mismo, pero claro que me quiero. Una de los mayores juicios que he tenido que escuchar hacia mi persona es que era “pesimista”. Aunque en cierta forma lo fui, si lo veo con perspectiva y en retrospectiva, creo que eran tan sólo las circunstancias. Pero crecí y me estanqué en aquellos felices veinte años (…)

Hoy día me encuentro envuelto en una quimera. Cada día, casi cada hora, prácticamente cada minuto lucho con todas mis fuerzas por buscar mi lugar en el mundo, por no tener que regresar al lugar donde quedaron mis más funestos recuerdos. No deseo tener que pasar por un lugar y que me sobrevengan los recuerdos. Alimentarme sólo de recuerdos. Eso no es sano para mí.

Por otra parte, el otro día, en ese corto espacio y trayecto desde el aula hasta mi habitación pensé que sin pasado no soy yo. Que mirar el futuro como si fuera ya mismo, o dentro de dos minutos, seis o veinticuatro horas, sin esas miradas, no creo que pueda ser yo. No, un presente o un futuro en exclusividad no hace mejorar la situación.

La solución es bastante simple. Sencillísima. Pero no depende de mí. Yaaa, ya lo sé. Me repito y la verdad es que no me gusta nada tener que andar de nuevo sobre el mismo tema. Si lograr rescatar esa idea de encontrar a la persona que me haga sentir un ser humano entero y no sólo una mitad sin mitad. Estoy aquí para comenzar otro plan de vida, pero a veces ni yo mismo me lo creo.

Creo que a estas alturas podría decir que en cierta forma he superado lo sucedido con mi última novia. No creo que fuese capaz de volver con ella, no porque no la quiera, -que la querré siempre- sino porque ni una, ni miles de palabras, ni nada que me contase paliaría un ápice de los segundos, de los millones y billones de segundos de sufrimiento que he tenido y sigo teniendo por su silencio y mi miedo a tocar su burbuja y romper mi fino cristal. Obviamente nunca obtendré una explicación –aunque sueñe con ello- y nunca acabará esta historia para mí, pero al menos puedo seguir, como otros han podido seguir diariamente sin mí. A estas alturas, al menos para mí, la vida consiste en luchar lo que sepas que puedes luchar, y aceptar con cierta resignación lo que no depende de ti (aunque intentes abrirte camino por aquello del orgullo personal)

Pero en este lugar donde intento buscar mi lugar en el mundo lejos de Canarias, tengo complejos. Aunque de puertas afuera diga que todo va bien, que no me arrepiento de haber tomado la decisión, que es un sueño, que enaltezco mi propio ego por tener lo que hay que tener para abandonar las islas que ya me tenían repetido en sus cromos, las cosas no son tan claras.

He adquirido complejos que a veces me hunden, otras me parte, y muchas veces me motivan. Complejo principalmente de no ser lo suficientemente inteligente para estudiar lo que estoy estudiando, para optar a estar en un proyecto de investigación y convertirme en un loco científico que se alegra de lo que de normal y común nadie se alegraría como romper viejas tesis que todo el mundo cree resabidas, o paisajes en un vaso lleno de bucolismo, o poder tener la ocasión de descubrir cómo hacer una fórmulas que nadie entendería para comprender lo que muchos tampoco alcanzarían del todo a entender su ciencia o su utilidad –aunque sí las tengan-. Con esas cosas he llegado a emocionarme. Reconozco que tengo otro complejo: soy un yonki de mi ciencia, un vicioso del estudio, de la investigación, de pasarme literalmente, treinta horas seguidas sin dormir, sin descansar, tras recorrer seiscientos o setecientos kilómetros, patear por sierras, pasando frío y con el corazón pequeño para albergar tantas gratas y buenas emociones, y tras eso, llegar y tener agallas para sentarme en un ordenador y seguir trabajando hasta que llegar a la cama y estar tan roto de cansancio, que sencillamente tener que cerrar los ojos para dormir al menos unas cinco horas para seguir hasta que el cuerpo o la mente aguante. Sólo por la satisfacción de hacer algo que es lo único que me da vida, porque no existe nadie, ninguna persona que cada día esté a mi lado despertando en mí sentimientos de amor que anhelo.

En realidad me estoy convirtiendo en un ser que sólo concibe leer artículos, aprender y aprehender todo lo posible para que ese complejo quede superado. Ese complejo esta última semana se ha acentuado tras escuchar críticas feroces de quienes te tienen que motivar. Entonces me vuelvo a replantear y me pregunto: y si lo mío no es la investigación –y puesto que en eso del amor y seguir los pasos que dictan la sociedad se me da tan rematadamente mal-, entonces, ¿para qué seguir en este mundo? Entonces surge el complejo de que, en días normales, no sirvo para nada porque nadie me llama, ni me escribe, ni me necesita o echa de menos. Y si no puedo trabajar, investigar, si llego a sentirme ignorante, entonces el día está perdido.

Tendría que pensar profusamente para encontrar a alguien que haya conocido capaz de dar el corazón, el alma, dejarse todo para poder aspirar a ser inteligente, para encontrar un hueco en las ciencias sociales, tan jacobinas y cartesianas a veces, que no permite ondulaciones o plegamientos en tus razones.

En particular estos días más en concreto, desde hace una semana creo haber pasado la primera gran crisis en esta universidad. Nadie, absolutamente nadie ha estado ahí porque aunque alguien me ha llamado, alguien me ha mandado un mensaje, el tiempo es un papel de vital importancia para el resto. Y al parecer la reciprocidad y la empatía es algo a lo que no se llega o no se alcanza. Con días tan largos como de unas treinta horas, tiempo siempre acabo teniendo. Pero por paradójico que parezca, otras personas sin tantas ocupaciones objetivamente, no tienen tanto tiempo para mí. Y nadie se ha molestado en preguntar y…dado que poco a poco estoy siendo un espejo opaco y fútil, no es de extrañar nada.

Yo no quiero dedicarme a la investigación en mis ratos de ocio, quiero sentirme vivo al descubrir las cosas que he descubierto este año, quiero sentir esta pasión ya que mi vida no está orientada al amor, al menos quiero que mi corazón se lo quede la Geografía, los Riesgos. Pero a veces siento que es la ciencia la que, cuan mujer, me da calabazas. Yo sé que no soy ingeniero, que no tengo las capacidades matemáticas de esa titulación, sé que disto mucho de ser un erudito de la fitología y de otras ciencias muy alejadas de la social, pero no soy inválido, sé que puedo, sólo necesito tiempo y respeto por mi trabajo. Y estas últimas semanas he sentido como se me ha faltado el respeto por ser geógrafo. ¡¡Soy Geógrafo!! Lo repetiré más claro y llano: ¡¡¡¡SOY GEÓGRAFO!!!! Y estoy muy orgulloso de serlo. Y aunque un geólogo o un físico se empeñe en creer que soy menos que él por ser geógrafo, no lo soy. La inteligencia es relativa, y hay mucho de vulgar, pero sobre todo hay mucho de mediocridad en quien no respeta tu trabajo, tu trayectoria, quien te cree menos por ser geógrafo, por ser de Canarias….¡que lo he vivido y escuchado!

Y soy frágil. Claro que lo soy. ¿Quién no lo es estando absolutamente solo y dándose ánimos a si mismo sin contar a diario con alguien que te diga: ¡Venga, vamos, tú puedes, confío en ti y me siento orgulloso! Tengo amigos. No digo esto para hacerlos de menos o para reclamarles. No es mi intención aunque suene, de verdad no es mi intención. Cuando llegue a Tenerife el día 21 de diciembre sé que sólo tendré que descolgar el teléfono para ver a una persona cada día y sentirme feliz y dichoso. No es ese el caso. El caso es que reparto mis ánimos entre mis amigos que son muy autosuficientes o que tienen sus propias vidas. Tipos de personas que saben que pueden contar conmigo cuando me necesitan. Pero a cambio el precio que yo les pido es elevado, es estar cada día. Y ese caso no se da. Tengo dos opciones, adaptarme, aceptarlos y seguir queriéndolos, o defenestrarlos. Lo último me hará sentir hastío y resentimiento, algo que no deseo. Lo primero, que es lo que hago, me hace más fuerte, hace que me dé ánimos, que avance, aunque yerre muchas veces. Hace que explique el por qué me quiero muchísimo, que soy el que más quiere a Will. Es como si alguien saliera de mi mismo y dijera: “Ey, Will, está bien. Está todo bien, me siento cada día orgulloso de ti, no pasa nada, ven a mi hombro, te doy un abrazo, una caricia, y una palabra de ánimo”. Esto que parece extraño es lo que ha venido sucediendo estos tres meses, sobre todo en estas últimas semanas en donde la soledad se está convirtiendo en insondable al casarse con el agotamiento mental.

Los complejos pueden ayudar. Este camino puede dejarme en el mismo sitio del que salí hace ya más de tres meses. A veces parece que fue ayer, otras parece que ha pasado tres años. Los complejos sirven si eres lo suficientemente maduro en lo sentimental, como para seguir avanzando en tu aprendizaje, no en el intelectual, hablo del humano, del diario, del que tengo mucho, muchísimo que aprender. Y ese también es un complejo que me afano en corregir. Y no, con estas palabras tampoco quiero dar a entender que soy un ególatra, egocéntrico, egotismo o en general, ensalzar mi ego. Cuento los hechos físicos y no físicos, lo que veo a través de mis ojos y lo que ven mis ciegos sentimientos, que gracias a su invidencia, han logrado afinar otros sentidos y pueden moverse en un mundo muy, muy salvaje. Ya lo decía Cat Stevens…

No hay comentarios:

Publicar un comentario