Pi - Tres catorce (Soy más difícil que fácil)


Toco-toc. Llaman a la puerta. ¿Quién es? No hay nadie. Me refiero a que por la noche me dejo la imaginación por intentar navegar por otro invento. Creo que ya inventé todos los “Érase una vez…”, ya protagonicé todos los momentos tiernos, la cara buena y amable del amor. Creo que quemé la mecha de los sentimientos.

Ya no me sale llorar por quien ya cercenó y desconectó los órganos vitales. No me sale compadecerme por nada porque lo veo todo fruto de la madurez: normal, natural. Sin embargo, veo y noto las sensaciones de los demás, esas cosas bonitas, esos descubrimientos que yo ya hice. Siento envidia porque quisiera cambiar esta frialdad, este ectoplasma que mata cualquier posibilidad de magia.

Se esfuma a gran velocidad. Como un viaje en tren donde pasas tan rápido que la belleza se esfuma, se escapa o se acaba cuando el tren ya llega a la estación. Y tienes que volver a recomenzar. Pero has visto tantas cosas en ese viaje, que otro paso no descubrirá bellezas y magias. Ya has leído los versos más bonitos de aquella noche. Leíste las cartas de amor secretas de Neruda, la pasión más profunda y honda. Ya viviste en la vehemencia del amor que te llevó a correr y recorrer toda una ciudad por buscar a la única chica que en el desierto te hacía sentir lleno de agua. Raptaste a una mujer para mostrarle tan sólo tres palabras pintadas en la pared secreta de tu habitación: “No te olvidaré”. Empuñaste un arma con intención de matar a otro ser humano sólo porque estabas enajenado de esa cosa pequeña e inexplicable cosa llamada amor.

Has hecho todo. Has entregado casi todas las vidas que un ser humano puede tener. Te has reinventado una y muchas veces. Y te encuentras aquí y ahora, viendo como todos los demás sienten esas cosas especiales que creías a pies juntillas que era la base de la vida. Moribundo, taciturno, casi desalmado, intentas captar un poco de calor. Pero estás a una latitud muy alta, donde sólo cabe el frío, el sol no calienta lo suficiente o a veces está completamente oscuro durante mucho tiempo. En ese iglú me encuentro ahora mismo. A veces feliz, otra muy desdichado pero siempre patrocinado por una alta dama con muchas arrugas e inexpresiva llamada Resignación.

Y te reafirmas. Claro que te reafirmas en ti mismo. ¿Hay otra opción? ¿Sí? ¿Cuál? ¿Robar un beso? ¿Plantarte en un lugar “X” para ver a esa persona especial? ¿O tal vez simplemente confesarle y decirle: No me gustas, me encantas? ¿Decirle a alguien que tiene novio o está casada que lo deje y se vaya conmigo? ¿O incluso actúas más puerilmente y escribes una carta con tus sentimientos? Da igual.

Sabes perfectamente que aunque lo desees con todas tus fuerzas, ella esquivará tu beso, ella no se dé ni cuenta de que estás en ese lugar por ella, tu confesión tendrá como respuesta un rechazo, ella no dejará a su marido y tu carta no tendrá ni respuesta. Es un ciclo.Ya compraste todos tus cupones de lotería. Ganaste varias veces y gastaste a espuertas los pingues beneficios. Ahora estás solo.

En verdad sigo perdido. Aquí, en Alicante, sigo perdido, intentando reafirmar mi nueva identidad que no me creo, porque tampoco creía la que tenía en Tenerife. Soy un barco a la deriva que a poco zozobra. Cada vez poseo menos habilidades sociales, las mujeres me ponen nervioso, no me siento capaz a veces ni de salir de mi habitación y descubro que albergo sentimientos feos –odio o envidia- y equivocados –falso amor o desconfianza-. Me pregunto ¿En qué momento me he desnaturalizado y he pasado a ser alguien que ya no conozco? ¿Hasta dónde llegará este bucle en la que la Geografía me ha captado perniciosamente? Desespero y no sólo no tengo respuestas propias o ajenas, sino que las ajenas son los típicos ungüentos o frases hechas; y mis paliativos consisten en terapias de choque. Al final nada funciona porque no hay equilibrio. Falta equilibrio. Sigo siendo medio hombre, medio ser. Cada vez soy menos original, menos brillante. Cada vez que me enfermo estoy totalmente solo. Cuando me falta la respiración no hay nadie cogiéndome la mano. Cuando me duele algo nadie me consuela. Cuando lloro no sé a quién llamar. No me vale cualquiera y fenezco con esa lapidaria frase de “mejor sólo que mal acompañado”. Prefiero que nadie sepa de mí que sentir que me quejo, sentir que estoy proyectando mis frustraciones hacia los demás. Y yo sé el camino hacia el que me dirijo. Es como si el libro de esta cosa llamada vida me susurrara cada vez las cosas que van a suceder y que no sólo no me sorprenda, sino que las sensaciones –buenas o malas- sean matizadas…porque ya sabía de antemano lo que iba a pasar. Hace tiempo que nadie sorprende a mi corazón.(...) Y no. No me quejo. Y no, tampoco me compadezco. Todos suelen juzgar, prejuzgar, etiquetar. Encuentro que casi nadie mira al cielo con esperanza como la miro yo...

La libertad da miedo. Sí, es contradictorio pero es así. Al menos esa es la realidad para quienes llevan toda una vida atado al compromiso del amor, proyectando y esperando que su destino lo marque el corazón enamorado de otra persona. Cuando tienes la carta de libertad porque no estás enamorado, porque nadie te enamora o gusta de ti, eres libre para hacer lo que desees. Esa libertad puede llegar a ser horripilante, porque se asocia a otras enfermedades como la soledad, la resignación, la inseguridad, el miedo. Y cada persona, cada circunstancia, es un mundo. Mi circunstancia, mi planeta, está a cientos de miles de millones de años luz de lo que puede resultar siquiera convencional (…) Hace siglos que nadie quiere soñar viendo las estrellas sin que tras de si haya malos entendidos. El simple y mero hecho idílico, romántico de imbricarse, yuxtaponerse y descubrir esos planetas donde falta luz. 

Confesión:
Lo que quiero es amar, tener una mujer a quien amar, que ella me quiera, que haya magia, un mundo de colores, lleno de frases, pensamientos especiales, conversaciones totales, risas, cosquillas, sexo, besos, miradas, bailes que cercenen distancias, regalos originales, escrutar milimétricamente nuestros cuerpos, viajes a la acera de enfrente, inventar nuevas sensaciones. Sé que si tuviera eso mi vida cambiaría totalmente, lo cambiaría todo. Pero igualmente sé que ella no es cualquiera, porque yo tampoco soy cualquiera. No hay quien cumpla mis expectativas, y quien las cumple… Quiero enamorarme, pero no hallo a nadie que me sorprenda de una manera que despierte sentimientos románticos en mí. De eso hace ya cierto tiempo, tengo poca costumbre en esas y esta vacuidad se está tornando en un pozo lóbrego. Y finalmente pienso que mis preocupaciones son tan pobres, banales e insulsas, tan poco importantes frente a otros, que acabo sintiendo cierto desprecio por mi mismo por sentir cosas tan sencillas y tan poco originales. ¿Quién se quedó con mi esencia? Si alguien la ve, y la reconoce, díganle por favor, que me la devuelva.

Este no es un texto de complejos ni de autoayuda


Me quiero, claro que me quiero. Pero mi forma de querer es extraña. No puedo decir que se indulgente conmigo mismo, pero claro que me quiero. Una de los mayores juicios que he tenido que escuchar hacia mi persona es que era “pesimista”. Aunque en cierta forma lo fui, si lo veo con perspectiva y en retrospectiva, creo que eran tan sólo las circunstancias. Pero crecí y me estanqué en aquellos felices veinte años (…)

Hoy día me encuentro envuelto en una quimera. Cada día, casi cada hora, prácticamente cada minuto lucho con todas mis fuerzas por buscar mi lugar en el mundo, por no tener que regresar al lugar donde quedaron mis más funestos recuerdos. No deseo tener que pasar por un lugar y que me sobrevengan los recuerdos. Alimentarme sólo de recuerdos. Eso no es sano para mí.

Por otra parte, el otro día, en ese corto espacio y trayecto desde el aula hasta mi habitación pensé que sin pasado no soy yo. Que mirar el futuro como si fuera ya mismo, o dentro de dos minutos, seis o veinticuatro horas, sin esas miradas, no creo que pueda ser yo. No, un presente o un futuro en exclusividad no hace mejorar la situación.

La solución es bastante simple. Sencillísima. Pero no depende de mí. Yaaa, ya lo sé. Me repito y la verdad es que no me gusta nada tener que andar de nuevo sobre el mismo tema. Si lograr rescatar esa idea de encontrar a la persona que me haga sentir un ser humano entero y no sólo una mitad sin mitad. Estoy aquí para comenzar otro plan de vida, pero a veces ni yo mismo me lo creo.

Creo que a estas alturas podría decir que en cierta forma he superado lo sucedido con mi última novia. No creo que fuese capaz de volver con ella, no porque no la quiera, -que la querré siempre- sino porque ni una, ni miles de palabras, ni nada que me contase paliaría un ápice de los segundos, de los millones y billones de segundos de sufrimiento que he tenido y sigo teniendo por su silencio y mi miedo a tocar su burbuja y romper mi fino cristal. Obviamente nunca obtendré una explicación –aunque sueñe con ello- y nunca acabará esta historia para mí, pero al menos puedo seguir, como otros han podido seguir diariamente sin mí. A estas alturas, al menos para mí, la vida consiste en luchar lo que sepas que puedes luchar, y aceptar con cierta resignación lo que no depende de ti (aunque intentes abrirte camino por aquello del orgullo personal)

Pero en este lugar donde intento buscar mi lugar en el mundo lejos de Canarias, tengo complejos. Aunque de puertas afuera diga que todo va bien, que no me arrepiento de haber tomado la decisión, que es un sueño, que enaltezco mi propio ego por tener lo que hay que tener para abandonar las islas que ya me tenían repetido en sus cromos, las cosas no son tan claras.

He adquirido complejos que a veces me hunden, otras me parte, y muchas veces me motivan. Complejo principalmente de no ser lo suficientemente inteligente para estudiar lo que estoy estudiando, para optar a estar en un proyecto de investigación y convertirme en un loco científico que se alegra de lo que de normal y común nadie se alegraría como romper viejas tesis que todo el mundo cree resabidas, o paisajes en un vaso lleno de bucolismo, o poder tener la ocasión de descubrir cómo hacer una fórmulas que nadie entendería para comprender lo que muchos tampoco alcanzarían del todo a entender su ciencia o su utilidad –aunque sí las tengan-. Con esas cosas he llegado a emocionarme. Reconozco que tengo otro complejo: soy un yonki de mi ciencia, un vicioso del estudio, de la investigación, de pasarme literalmente, treinta horas seguidas sin dormir, sin descansar, tras recorrer seiscientos o setecientos kilómetros, patear por sierras, pasando frío y con el corazón pequeño para albergar tantas gratas y buenas emociones, y tras eso, llegar y tener agallas para sentarme en un ordenador y seguir trabajando hasta que llegar a la cama y estar tan roto de cansancio, que sencillamente tener que cerrar los ojos para dormir al menos unas cinco horas para seguir hasta que el cuerpo o la mente aguante. Sólo por la satisfacción de hacer algo que es lo único que me da vida, porque no existe nadie, ninguna persona que cada día esté a mi lado despertando en mí sentimientos de amor que anhelo.

En realidad me estoy convirtiendo en un ser que sólo concibe leer artículos, aprender y aprehender todo lo posible para que ese complejo quede superado. Ese complejo esta última semana se ha acentuado tras escuchar críticas feroces de quienes te tienen que motivar. Entonces me vuelvo a replantear y me pregunto: y si lo mío no es la investigación –y puesto que en eso del amor y seguir los pasos que dictan la sociedad se me da tan rematadamente mal-, entonces, ¿para qué seguir en este mundo? Entonces surge el complejo de que, en días normales, no sirvo para nada porque nadie me llama, ni me escribe, ni me necesita o echa de menos. Y si no puedo trabajar, investigar, si llego a sentirme ignorante, entonces el día está perdido.

Tendría que pensar profusamente para encontrar a alguien que haya conocido capaz de dar el corazón, el alma, dejarse todo para poder aspirar a ser inteligente, para encontrar un hueco en las ciencias sociales, tan jacobinas y cartesianas a veces, que no permite ondulaciones o plegamientos en tus razones.

En particular estos días más en concreto, desde hace una semana creo haber pasado la primera gran crisis en esta universidad. Nadie, absolutamente nadie ha estado ahí porque aunque alguien me ha llamado, alguien me ha mandado un mensaje, el tiempo es un papel de vital importancia para el resto. Y al parecer la reciprocidad y la empatía es algo a lo que no se llega o no se alcanza. Con días tan largos como de unas treinta horas, tiempo siempre acabo teniendo. Pero por paradójico que parezca, otras personas sin tantas ocupaciones objetivamente, no tienen tanto tiempo para mí. Y nadie se ha molestado en preguntar y…dado que poco a poco estoy siendo un espejo opaco y fútil, no es de extrañar nada.

Yo no quiero dedicarme a la investigación en mis ratos de ocio, quiero sentirme vivo al descubrir las cosas que he descubierto este año, quiero sentir esta pasión ya que mi vida no está orientada al amor, al menos quiero que mi corazón se lo quede la Geografía, los Riesgos. Pero a veces siento que es la ciencia la que, cuan mujer, me da calabazas. Yo sé que no soy ingeniero, que no tengo las capacidades matemáticas de esa titulación, sé que disto mucho de ser un erudito de la fitología y de otras ciencias muy alejadas de la social, pero no soy inválido, sé que puedo, sólo necesito tiempo y respeto por mi trabajo. Y estas últimas semanas he sentido como se me ha faltado el respeto por ser geógrafo. ¡¡Soy Geógrafo!! Lo repetiré más claro y llano: ¡¡¡¡SOY GEÓGRAFO!!!! Y estoy muy orgulloso de serlo. Y aunque un geólogo o un físico se empeñe en creer que soy menos que él por ser geógrafo, no lo soy. La inteligencia es relativa, y hay mucho de vulgar, pero sobre todo hay mucho de mediocridad en quien no respeta tu trabajo, tu trayectoria, quien te cree menos por ser geógrafo, por ser de Canarias….¡que lo he vivido y escuchado!

Y soy frágil. Claro que lo soy. ¿Quién no lo es estando absolutamente solo y dándose ánimos a si mismo sin contar a diario con alguien que te diga: ¡Venga, vamos, tú puedes, confío en ti y me siento orgulloso! Tengo amigos. No digo esto para hacerlos de menos o para reclamarles. No es mi intención aunque suene, de verdad no es mi intención. Cuando llegue a Tenerife el día 21 de diciembre sé que sólo tendré que descolgar el teléfono para ver a una persona cada día y sentirme feliz y dichoso. No es ese el caso. El caso es que reparto mis ánimos entre mis amigos que son muy autosuficientes o que tienen sus propias vidas. Tipos de personas que saben que pueden contar conmigo cuando me necesitan. Pero a cambio el precio que yo les pido es elevado, es estar cada día. Y ese caso no se da. Tengo dos opciones, adaptarme, aceptarlos y seguir queriéndolos, o defenestrarlos. Lo último me hará sentir hastío y resentimiento, algo que no deseo. Lo primero, que es lo que hago, me hace más fuerte, hace que me dé ánimos, que avance, aunque yerre muchas veces. Hace que explique el por qué me quiero muchísimo, que soy el que más quiere a Will. Es como si alguien saliera de mi mismo y dijera: “Ey, Will, está bien. Está todo bien, me siento cada día orgulloso de ti, no pasa nada, ven a mi hombro, te doy un abrazo, una caricia, y una palabra de ánimo”. Esto que parece extraño es lo que ha venido sucediendo estos tres meses, sobre todo en estas últimas semanas en donde la soledad se está convirtiendo en insondable al casarse con el agotamiento mental.

Los complejos pueden ayudar. Este camino puede dejarme en el mismo sitio del que salí hace ya más de tres meses. A veces parece que fue ayer, otras parece que ha pasado tres años. Los complejos sirven si eres lo suficientemente maduro en lo sentimental, como para seguir avanzando en tu aprendizaje, no en el intelectual, hablo del humano, del diario, del que tengo mucho, muchísimo que aprender. Y ese también es un complejo que me afano en corregir. Y no, con estas palabras tampoco quiero dar a entender que soy un ególatra, egocéntrico, egotismo o en general, ensalzar mi ego. Cuento los hechos físicos y no físicos, lo que veo a través de mis ojos y lo que ven mis ciegos sentimientos, que gracias a su invidencia, han logrado afinar otros sentidos y pueden moverse en un mundo muy, muy salvaje. Ya lo decía Cat Stevens…

Un hogar y una foto

A propósito de una foto y el rescate de viejos y bellos hábitos...

Grises

En un fino alambre, a veces me sujeto fuerte, otras caigo irremediablemente.
Cuando has vivido tanto que sabes bien lo que va a ocurrir si llegas al final del camino
Encuentras mar sin agua. Piscinas vacías