Toco-toc. Llaman a la puerta.
¿Quién es? No hay nadie. Me refiero a que por la noche me dejo la imaginación
por intentar navegar por otro invento. Creo que ya inventé todos los “Érase una
vez…”, ya protagonicé todos los momentos tiernos, la cara buena y amable del
amor. Creo que quemé la mecha de los sentimientos.
Ya no me sale llorar por quien ya
cercenó y desconectó los órganos vitales. No me sale compadecerme por nada
porque lo veo todo fruto de la madurez: normal, natural. Sin embargo, veo y
noto las sensaciones de los demás, esas cosas bonitas, esos descubrimientos que
yo ya hice. Siento envidia porque quisiera cambiar esta frialdad, este
ectoplasma que mata cualquier posibilidad de magia.
Se esfuma a gran velocidad. Como
un viaje en tren donde pasas tan rápido que la belleza se esfuma, se escapa o
se acaba cuando el tren ya llega a la estación. Y tienes que volver a
recomenzar. Pero has visto tantas cosas en ese viaje, que otro paso no
descubrirá bellezas y magias. Ya has leído los versos más bonitos de aquella
noche. Leíste las cartas de amor secretas de Neruda, la pasión más profunda y
honda. Ya viviste en la vehemencia del amor que te llevó a correr y recorrer
toda una ciudad por buscar a la única chica que en el desierto te hacía sentir
lleno de agua. Raptaste a una mujer para mostrarle tan sólo tres palabras
pintadas en la pared secreta de tu habitación: “No te olvidaré”. Empuñaste un
arma con intención de matar a otro ser humano sólo porque estabas enajenado de
esa cosa pequeña e inexplicable cosa llamada amor.
Has hecho todo. Has entregado
casi todas las vidas que un ser humano puede tener. Te has reinventado una y
muchas veces. Y te encuentras aquí y ahora, viendo como todos los demás sienten
esas cosas especiales que creías a pies juntillas que era la base de la vida. Moribundo,
taciturno, casi desalmado, intentas captar un poco de calor. Pero estás a una
latitud muy alta, donde sólo cabe el frío, el sol no calienta lo
suficiente o a veces está completamente oscuro durante mucho tiempo. En ese iglú
me encuentro ahora mismo. A veces feliz, otra muy desdichado pero siempre patrocinado
por una alta dama con muchas arrugas e inexpresiva llamada Resignación.
Y te reafirmas. Claro que te
reafirmas en ti mismo. ¿Hay otra opción? ¿Sí? ¿Cuál? ¿Robar un beso? ¿Plantarte
en un lugar “X” para ver a esa persona especial? ¿O tal vez simplemente
confesarle y decirle: No me gustas, me encantas? ¿Decirle a alguien que tiene
novio o está casada que lo deje y se vaya conmigo? ¿O incluso actúas más
puerilmente y escribes una carta con tus sentimientos? Da igual.
Sabes perfectamente que aunque lo
desees con todas tus fuerzas, ella esquivará tu beso, ella no se dé ni cuenta
de que estás en ese lugar por ella, tu confesión tendrá como respuesta un
rechazo, ella no dejará a su marido y tu carta no tendrá ni respuesta. Es un
ciclo.Ya compraste todos tus cupones de
lotería. Ganaste varias veces y gastaste a espuertas los pingues beneficios. Ahora
estás solo.
En verdad sigo perdido. Aquí, en
Alicante, sigo perdido, intentando reafirmar mi nueva identidad que no me creo,
porque tampoco creía la que tenía en Tenerife. Soy un barco a la deriva que a
poco zozobra. Cada vez poseo menos habilidades sociales, las mujeres me ponen
nervioso, no me siento capaz a veces ni de salir de mi habitación y descubro
que albergo sentimientos feos –odio o envidia- y equivocados –falso amor o
desconfianza-. Me pregunto ¿En qué momento me he desnaturalizado y he pasado a
ser alguien que ya no conozco? ¿Hasta dónde llegará este bucle en la que la
Geografía me ha captado perniciosamente? Desespero y no sólo no tengo
respuestas propias o ajenas, sino que las ajenas son los típicos ungüentos o
frases hechas; y mis paliativos consisten en terapias de choque. Al final nada
funciona porque no hay equilibrio. Falta equilibrio. Sigo siendo medio hombre,
medio ser. Cada vez soy menos original, menos brillante. Cada vez que me
enfermo estoy totalmente solo. Cuando me falta la respiración no hay nadie cogiéndome
la mano. Cuando me duele algo nadie me consuela. Cuando lloro no sé a quién
llamar. No me vale cualquiera y fenezco con esa lapidaria frase de “mejor sólo que mal acompañado”. Prefiero que nadie sepa de mí que sentir que me
quejo, sentir que estoy proyectando mis frustraciones hacia los demás. Y yo sé
el camino hacia el que me dirijo. Es como si el libro de esta cosa llamada vida
me susurrara cada vez las cosas que van a suceder y que no sólo no me
sorprenda, sino que las sensaciones –buenas o malas- sean matizadas…porque ya
sabía de antemano lo que iba a pasar. Hace tiempo que nadie sorprende a mi
corazón.(...) Y no. No me quejo. Y no, tampoco
me compadezco. Todos suelen juzgar, prejuzgar, etiquetar. Encuentro que casi
nadie mira al cielo con esperanza como la miro yo...
La libertad da miedo. Sí, es
contradictorio pero es así. Al menos esa es la realidad para quienes llevan
toda una vida atado al compromiso del amor, proyectando y esperando que su
destino lo marque el corazón enamorado de otra persona. Cuando tienes la carta
de libertad porque no estás enamorado, porque nadie te enamora o gusta de ti,
eres libre para hacer lo que desees. Esa libertad puede llegar a ser
horripilante, porque se asocia a otras enfermedades como la soledad, la
resignación, la inseguridad, el miedo. Y cada persona, cada circunstancia, es un
mundo. Mi circunstancia, mi planeta, está a cientos de miles de millones de años luz de lo que puede
resultar siquiera convencional (…) Hace siglos que nadie quiere soñar viendo las estrellas sin que tras de si haya malos entendidos. El simple y mero hecho idílico, romántico de imbricarse, yuxtaponerse y descubrir esos planetas donde falta luz.
Confesión:
Lo que quiero es amar, tener una
mujer a quien amar, que ella me quiera, que haya magia, un mundo de colores, lleno
de frases, pensamientos especiales, conversaciones totales, risas, cosquillas,
sexo, besos, miradas, bailes que cercenen distancias, regalos originales,
escrutar milimétricamente nuestros cuerpos, viajes a la acera de enfrente,
inventar nuevas sensaciones. Sé que si tuviera eso mi vida cambiaría
totalmente, lo cambiaría todo. Pero igualmente sé que ella no es cualquiera,
porque yo tampoco soy cualquiera. No hay quien cumpla mis expectativas, y quien
las cumple… Quiero enamorarme, pero no hallo a nadie que me sorprenda de una
manera que despierte sentimientos románticos en mí. De eso hace ya cierto
tiempo, tengo poca costumbre en esas y esta vacuidad se está tornando en un
pozo lóbrego. Y finalmente pienso que mis preocupaciones son tan pobres,
banales e insulsas, tan poco importantes frente a otros, que acabo sintiendo
cierto desprecio por mi mismo por sentir cosas tan sencillas y tan poco
originales. ¿Quién se quedó con mi esencia? Si alguien la ve, y la reconoce, díganle por
favor, que me la devuelva.