
Este sea posiblemente uno de mis escritos más difíciles en este blog. Lo hago aquí porque antes de que nadie hubiera llegado a este espacio, yo ya escribía en este blog y antes en otro que absolutamente nadie visitaba y ahora no ha cambiado mucho en ese sentido. Y no me importa hacerlo porque además es algo mío, personal, un rinconcito sin huella aparente.
No es un escrito de autocompadecimiento, ni victimista aunque pueda parecerlo hacia el final. No, no lo es. Al menos no lo es en el sentido que a priori quiero darle. Si luego no se me entiende o queda así, no lo habré escrito correctamente.
Tengo grandes virtudes. Soy un gran tío. Soy especial y lo sé. Pocos tíos son como yo y lo digo sabedor de cómo somos los hombres en ese cómputo global al que yo detesto pertenecer pero que muchas veces me han metido –cometiendo un error corregido a posteriori- .
En la vida hay grandes desastres que las personas sufrimos. Ahora me quiero poner por encima del bien y del mal. Voy a jugar con esto porque me conviene pero además porque es CIERTO. En mi vida he perdido a mi familia física y sentimentalmente. Esto primero es importante. Muy importante. Lo primero no lo he podido evitar. Cuando pierdes a alguien de una manera definitiva cuando aún no te has desarrollado toda tu capacidad intelectual, tu vida cambia 180º. Yo sé que muchas personas no sólo le habrá pasado lo mismo que a mí, sino peor. Y es cierto. Lo he visto y lo he vivido. Auténticos dramas con los que crecí, ayudando y siendo soporte “psicológico” de personas que necesitaban simplemente hablar. Pero en ellos viví cosas espantosas. Si contase esas experiencias no tendría blog ni espacio y esto se haría eterno. No es el objetivo.
A través de los demás he vivido muchísimas cosas y las he sufrido en primera persona porque tengo un defecto: soy muy sensible (y emotivo, cosa recién descubierta, por cierto). El sentimiento empático era poderoso y ese problema lo hacía mío. He visto pasar por delante de mí a personas destrozadas en todos los sentidos y que se han llevado un poco de mí al intentar darles lo mejor de mí. Y sé que ellos, estén donde estén (algunos se suicidaron, otros acabaron en la calle, siendo objeto de maltratos físicos, violaciones, etc…), recordarán aquella etapa con la misma emotividad que yo. No pude hacer más por ellos pero… ¿Qué pasaba conmigo? Esa es otra historia. No es el objetivo.
Cada día los pensamientos más funestos o los más eclécticos pasan por nuestras cabezas. La mía es un torbellino, una montaña rusa muy divertida. Y cada día suceden cosas. En mi etapa de periodista lo supe, lo viví y lo sufrí. Allí me hice “más mayor” y descubrí cosas que ojalá no hubiera descubierto. Hubiera permanecido ignorante o ingenuo, pero viviría sin algo que yo voy a llamar “desconfianza” por ser benignos. Sí, vale, pero este tema, tampoco es el objetivo de este escrito.
Sí, está costando así que no me andaré con rodeos. Soy tóxico (ahora os acordaréis del rollo victimista). Sí, porque lo genero. Genero toxicidad en las personas que quiero. En serio, no es el típico rollo de autocompadecencia.
A lo lejos sé que parezco un chico majo, alegre, extrovertido, con voz chillona y una sonrisa y persona encantadora. Pero no os llevéis a engaños, es sólo a lo lejos y es porque en verdad no me conocéis bien en distancias cortas. Para no hacer de esto una oda a la negatividad propia, hablaré en positivo –sólo un poco, ¿vale?-.
Muchas veces he expresado que me he sentido querido y amado por las mujeres que han compartido la vida y hogar conmigo. Muchas buscaban sólo sexo, otras un vano intento de soslayar una carencia afectiva que no era amor, otras…bueno, la lista es larga y cruel por mi parte. Sin embargo, he tenido la inmensa fortuna de que en mi larga y aventurada vida me han sabido querer dos mujeres. Dos mujeres no han tenido ningún miedo y me han amado con todo y me han hecho decir “Te amo” y me han hecho imaginarme con hijos. La primera me quiso más allá de toda duda durante tres maravillosos y geniales años. Yo, entonces un ser pueril, no supe quererla y valorarla como ella merecía. Nunca la olvidaré porque me lo dio todo y me sentí lleno. Si volviera a vivirlo, probablemente no hubiera tenido dudas, no hubiera dudado ni un segundo y le hubiera dicho que sí a todo y no hubiera salido huyendo como el “rebelde”, el “tóxico” el que tiene la gran capacidad de alejar de si a las personas que intentan apenas quererle. Ya…ya lo sé, no sirve de nada el “qué hubiera pasado si…” pero me hace feliz recordar esa vida porque hubiera sido perfecta porque simplemente estaba ella, yo la amaba, ella a mí y el resto fueron problemas que yo me inventé. Si hubo alguien feliz en aquellos años no me hubiera llegado ni al talón. Nunca tendré vida para agradecerle que me hiciera sentirme querido y amado. De ella me quedó mi amor por Asturias y cosas no buenas, sino inmejorables. Me alegro, y os juro por lo más sagrado que tengo y que me falta, que no es una frase hecha, me alegra enormemente de que sea feliz con su actual pareja en su Asturies querida, y añorada por mí. Perdonad que me emocione pero en serio os digo que reviviría aquella experiencia mil millones de veces si pudiera repetirla. Por favor, dejadme divagar…
Me queda el recuerdo de la música. Nunca olvidaré nuestro primer baile, “Estrellitas y duendes” de la colección romántica de Juan Luis Guerra. Nunca olvidaré como fue nuestra primera vez y la canción que sonó después “Amanecer” de Luis Miguel, nuestra canción, “Por debajo de la mesa” del mismo Luis Miguel. No olvidaré los maizales, el primer beso furtivo al subirse ella en la guagua de vuelta a casa. Nuestra tarde-noche en el café Gijón, en la playa Poniente. Todas mis primeras veces fue con ella y lo puedo recordar como si fuera ayer. En serio, no cabría tanta felicidad ni por todo el oro y dinero que podáis ganar en vuestra vida.
Seis años después de haberse acabado aquella historia y cuando yo creía que jamás podría siquiera tener capacidad para amar o ser amado, llegó la segunda y última mujer que me hizo sentirme amado, que hizo sentirme un hombre de verdad. Con ella me sentí lleno aún más si cabe que la primera vez. Era adulto, ya sabía todo lo bueno y todo lo malísimo que la vida te puede deparar en primera persona (ser despedido, quedarte arruinado y en la calle, solo, odiado, humillado, con adicciones nocivas y con dolor físico y además con una “enfermedad” que me lastró y que me hizo sufrir más allá de lo que vosotros siquiera lleguéis a imaginar…entre otras muchas cosas de menor calado pero igual importancia). Ella fue una niña-mujer. No es que fuera menor de edad, tenía la misma edad que yo. Tenía una ilusión y un desparpajo que inundó toda mi vida de cosas intangibles. Me hizo sentir de formas y maneras que ojalá alguien sintiera. En serio os digo, ojalá alguno de los pocos que me leéis llegaseis a sentir lo inimaginablemente feliz que me hizo sentir ella. Con ella todo lo malo, todo el dolor, absolutamente todo era minimizado por una ilusión por la vida y por las pequeñas cosas. Yo me negaba y la negaba. Me resistía a ella y sus encantos. Le advertí que no “jugara” al juego de la seducción. Ella apostó el resto y yo, sin saberlo actué como sólo yo sé en esos momentos. Cuando ella comenzó a dudar, yo di un paso al frente sin pensarlo. Fue…¿la mejor decisión que he tomado? Fue un bonito ‘embarazo’ de nueve meses en los que aprendí a través de ella cosas que nunca podría confesar en este blog. Por favor dejadme de nuevo divagar…
Tenerife, Madrid y Pamplona unidos por una pasión que fue más allá de lo romántico. Fue la más divina y dulzura enfermedad. Cómo olvidar la primera noche juntos, el primer beso. Yo huía despavorido de la simple idea de tener una relación, de enamorarme, o de tener nada con nadie. Ella me cogió de la mano y me supo querer, me supo llevar a un lugar sin miedos donde la paz, la serenidad, el sexo, la ingenuidad y la picardía, todo ello junto, se daban de la mano y no se soltaban. Su amor fue verdaderamente de un apetito voraz. Me llegué a sentir abrumado y arrebatadoramente querido. Me preguntaba si alguien podía llegar a amar así. Fue inigualable. Y no, hasta el día de hoy, aunque la haya desdicho, maldecido y renegado, no la he olvidado ni lo que me hizo sentir. Y ya van más de tres años de aquello.
Que manera tan intensa de amar. Me encanta.
ResponderEliminarLo malo de vivir tan intensamente los sentimientos (yo también soy así) es que los sentimientos malos también se viven igual de intensamente.
Espero que como en la primera ocasión aunque creas que no vas a encontrar a esa persona la encuentres.
Besos
Hola Celia. ¡¡¡Qué alegría tu comentario!!! Pensé que no volverías más. Tienes razón, yo vivo los amores con una intensidad que es lo que me da vida, aunque en verdad le pongo pasión a todos los ámbitos de la vida, pero con su correspondencia. Si fuera emocionado cada día a mi maravilloso trabajo tendría taquicardias a cada minuto. Los años, las relaciones, la experiencia, hacen que en vez de recorrer toda la ciudad y remover Roma con Santiago buscando la respuesta de alguien, sepas esperar y al llegar al momento pones esa mirada de "y bien?" Pero sí, hay mucha intensidad más, ¿sabes qué? esas dos mujeres vivieron con aún más intensidad la relación que yo. De ahí que los finales fueran una espantosa apoteosis. Los años me han serenado. Se sufre, se duele, pero los caminos del desamor están muy andados y sabes qué pasará al final. De esto tendría para escribir muchos post...GRACIAS por pasarte y comentar!!!
ResponderEliminarQue no comente no quiere decir q no haya leido muuuchas de tus entadas antiguas, por ejemplo pero a veces me dejas sin saber que decir. Pero estoy por aquí que lo sepas :)
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