Demasiado corazón


Chávez muere y encima lo embalsaman, en Egipto indultan a policías que se sobrepasaron haciendo uso de su fuerza ante la indignación ciudadana, en España el paro sube, la corrupción asciende y en Canarias una mujer se tira de un puente para ir a dar a la autopista donde es arroyada durante horas por miles de coches. En tu pequeño mundo se crean pequeños continentes de problemas con países salpicados en su geografía por depresiones y exaltaciones. Te conciencias de todo lo que sucede y te pones en ese lugar sintiendo empatía porque no sabes qué oscura razón te teletransportará a las calles de El Cairo en Egipto, de Caracas en Venezuela o de Damasco en Siria. La tristeza te invade. En una tarde de viernes un joven profesor se le ocurre que sea visionado un vídeo donde aparecen imágenes de Ruanda. Las calles sin asfaltar, todos con harapos, niños jugando con un neumático y, pese a la patente pobreza, los ves felices, sonrientes, trabajadores. Una familia ruandesa ignora todos los problemas que asolan el mundo. Su vida es trabajar para darle de comer a sus cinco hijos. El miércoles se te ocurre caer en la tentación más seductora que te has prohibido por aquello de continuar con la revolución de marzo. En ella caes y zozobras como si el cielo se fuera a venir abajo. Comienza entonces un vaivén de emociones. Es una batalla cruenta, una batalla enconada por cada barrera que derrumbas y matas un miedo, surge con esplendor una nueva suerte de impedimentos físicos. Es una noria mezclada con una montaña rusa en un parque  de atracciones de sentimientos en el que te atreviste a entrar sin saber que lo más posible es que no tengas fondos para pagar tantos sentimientos abocados y fuera de control. El lunes alguien importante te visita, una persona que ha removido tu ideología, tu seno interno, que ha levantado unos miedos antes desconocidos, es  casi el único secreto que guardas porque sabes que nadie aceptaría o entendería tus tesis sobre ciertas cosas. El jueves Estados Unidos te llama para tenerte en cuenta en un puesto de trabajo en algo que pocos en tu vida conocen (SIG), y tú te planteas si el demonio te está tentando, y si Satán en verdad no es Dios, o un Santo o alguien que te desea todo lo bueno, la paradoja más absoluta te envuelve. El martes decides por obra y gracia que estás enamorado del amor otra vez, que te lo mereces todo sin entrar a valorar que en verdad no tienes nada. El planeta Tierra sigue girando y sigues aprendiendo cosas que no sabías o que no le ponías número y datos exactos: que según el Banco Mundial la mayor parte de los países en el mundo están por encima del 60-70 y hasta el 80% de población rural, que estos países son flagrantemente vulnerables y débiles, que la política de la ONU hizo que Gabón y Guinea Ecuatorial no fueran considerados territorios de Alto Riesgo de mortalidad por falta de recursos hídricos cuando la RD del Congo sí obtuvo este adjetivo. Que el coltán que se extrae en RD del Congo viaja a fábricas chinas para hacer todos los productos tecnológicos que tú y yo tenemos. (piensas pícaramente: sí tu fueras columbita y yo talantita, nos fundiríamos en Coltán) Y que el mundo occidental vive en toda suerte de seguros que intentan proteger su propiedad jugando, las compañías aseguradoras, con diversas políticas morales bastante cuestionables con sus bases en la libre economía de mercado. Tu planeta observa con terror que tú (yo), no eres inteligente, que ni tan siquiera eres erudito en nada, que la auto confianza te ha subido a un pedestal que en verdad no mereces. Miras a tus compañeros de máster y admiras que sepan absolutamente de todo pero no entiendes su retorcida retórica que invierte y ensalza lo injusto a la categoría de legal para defender a ultranza las injusticias sociales ante tu atonía. Y el guiño de quien dice, a las cinco y diecisiete minutos de la tarde que en Latinoamérica a los universitarios se les trata como  personajes respetados y piensas: Oh, Chile, doctorado, Grandes Lagos, Chiloé, mi sur, por favor, quiero perder el Norte, volverme loco y darlo todo por mi mismo, apostar a una carta aunque pierda, y si pierdo, que no sea nada que no sea la vida entera. Y te enteras que existe un divertido personajillo (Bárcenas) que después de convertirse en un ladrón de guante blanco y hacer a otros acólitos suyos cuando paradójicamente él era seguidor ideológico de sus convertidos (o viceversa, para el caso), resulta que no presenta una, ni dos, sino tres denuncias a sus ex amigos o ex acólitos o ex compañeros. Y en uno de tus continentes te inoculan una de esas enfermedades, ese cáncer que llevas tratando de erradicar durante décadas. Pero no te cuidas pese a que durante muchas etapas te declararas misógino…ahora ya no declaras, actúas. Por las noches llueve, hace frío y la sensación es maravillosa. De noche cualquier cosa puede pasar. Por primera vez en tiempo no te sientes solo. Ana Mato se empeña en decir que la “marca España” está mejor que nunca (pese a los sonoros artículos de los diarios internacionales sobre esta cabalgante crisis) antes de vetar a los periodistas a que le pregunten por su supuesta participación en el caso del divertido personajillo que he nombrado antes. Pese a que había dicho que comparecería brevemente sin permitir que le hicieran preguntas, tras el plante de los periodistas que cubren la noticia, Mato recula y en rueda de prensa afirma que ella no tiene inconveniente en aclarar cualquier pregunta. Acto seguido al lado de la palabra cinismo en el diccionario, alguien inserta una foto de Ana Mato. Un día por la mañana, dentro de este universo llamado Revolución de Marzo, conviertes tu mundo en milimétrico. Aquella mañana todo fue a cámara lenta. Capaz de ver las legañas, las ojeras, interpretar las miradas, interpretar los escotes... Era poderoso, era capaz de ver la brisa, de individualizar cada gota de lluvia y seguir perfectamente el recorrido entrópico de cada partícula de hidrometeoro. Eres capaz de escuchar hasta el más mínimo sonido: el de la mandíbula de aquella joven al morder su bocadillo, el del movimiento de la nariz de aquel que disfruta del aroma de su café. El viernes llega la obsesión, la caída al averno, o quizás a uno solo, uno nuevo que Dante Aligieri en su Divina Comedia no habría ni imaginado. Un infierno en el que las palabras todas juntas hacen un collage en el que dibujan perfectamente la imagen de una persona. Un paraíso al mismo tiempo en el que eres capaz de escuchar su voz a través de todo tipo de canciones con sus letras. Haces Zaz!! Y surge algo que no sabes qué. Imaginas la vida de otras personas que vas conociendo de lejos, te pones en sus pellejos y no sabes por qué, ahora estás del lado de las personas. Que lo entiendes aunque no lo compartas. En otro escenario radicalmente opuesto, ese mismo viernes, un perverso debate sobre la ambigüedad de la Constitución Española, bajo la cual subduce paradójicamente todo tipo de leyes que son capaces de bajar los sueldos aún más para que las personas no puedan pagar por un “derecho a una vivienda digna”. Porque la ordenación territorial no descansa en los técnicos, sino en los políticos, porque los planes parciales, los planes insulares y todo tipo de planeamiento que lleva aparejado informes técnicos sólo serán tenidos en cuenta cuando otorguen el beneficio de la construcción del político de turno. Tras interiorizar esto, tu ánima decide abandonar tu cuerpo para ver como la ira llama a la puerta del niño que acaba de nacer en Burundi. Quiero estar allí, en la simpleza absoluta de una compleja y rea realidad. Oh perversa ambivalencia que me posees…Esclavo de ser uno más, de ignorar todo porque lo único que te importa es que a tu familia no le falte de nada. O quizás quieras estar caminando con tu morral a la espalda, esos caminos que te han dado tanto, perdido en cualquier rincón, agobiado porque no sabrás si saldrás de allí. Te retrotraes a aquella situación en la que casi feneces debido a tus impulsos rebeldes y piensas mil millones de veces: prefiero morir rebelde que vivir dócil...pero estoy falleciendo a base de docilidades. Ese día sales huyendo de clases, con treinta y uno años en el D.N.I pero con quince años en el corazón y miras al cielo, mientras caen las gotas de agua y repites miles de veces: “llévame de aquí, quiero estar lejos, muy lejos, en EEUU, en Guatemala, en Chile, en África, en cualquier lugar menos aquí”. Y eso que te has confesado feliz. Porque lo eres. Eres feliz pero te descubres, muy a tu pesar, como un ser humano exigente. Tu mundo de siete días lo cierran tres hechos. Un vídeo que te sobrecoge, en el que vuelves a soñar con una mujer, con esa mujer. Como si fueran fuerzas revolucionarias  contra un régimen ‘Allendesco’ el pesimismo doblega al gobierno y dice que nadie te amará ni corresponderá tus sentimientos, ni hoy, ni jamás. Te descubres en tu realidad, como la mayor parte de las veces: solo.  De madrugada, como decía aquella canción, “Lloras” como una magdalena por todo y por nada realmente. Sábado, amanece. Sol. 22 ºC. Un insoportable dolor de espalda te deja en cama sin poder casi ni andar. Gritas y te retuerces de dolor. Decides cerrar los ojos e imaginar que nada malo ha sucedido, nadie ha invadido nada, nadie se ha suicidado, no existe el cinismo ni leyes que subduzcan bajo la Constitución... Sueñas. Alguien te llama por teléfono. Aparece ella que me despierta con ojos de pasión que gritan “te quiero” y su cuerpo me dice "te deseo". Deshacemos la cama tres veces en un tsunami, un tifón, una riada de sexo incontrolado. Ya no hay heridas dentro de mí. La Revolución de Marzo hoy se queda dolorida e inmóvil en la cama. El mundo seguirá y ha demostrado que puede hacerlo bajándome de él para seguir intentando vivir a ras de cielo, emigrando mi alma de este ajado y cercenado cuerpo, decorado por sentimientos contaminados de sapiencias perversas. Cierro los ojos. Cuatro imágenes aparecen, una idea ronda: La felicidad sólo es completa si es compartida. La felicidad bien merece un rato en Ruanda. Y vuelvo a llorar sin saber por qué. 

2 comentarios:

  1. Preciosa entrada, profunda, muy bien escrita, y además consigues remover.
    Me gusta como escribes, como un desahogo, como una terapia, como una crónica de todo tu mundo y para ti mismo.
    La canción me ha gustado, no la conocía.

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    1. Gracias Ana. Aunque suene mal, a mí también me ha gustado como me ha quedado y mira que me suele gustar poco lo que escribo pero yo cuando escribo con dolor físico (la espalda), parece que me inspiro el triple. La canción es genial, se la debo a una amiga que me descubrió esta cantante, pero ¿qué me dices del vídeo? Estoy enamorado de esos dos enanos. Me los comía a besos y abrazos.

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