Ha llegado a convertirse en una
obsesión. Tan exangüe como los sentimientos que hace tiempo no cristalizan
hacia nadie del otro sexo. Como una relación directa entre la falta de un
enamoramiento con el que regar la vida con el arma poderosa de la palabra. Lo
peor no es eso, lo peor es la sensación de futilidad que tengo de la escritura
activa sobre mi mismo. Sin el amor no sé que soy. Me debato entre los gritos
del destino y la espera ya tan paciente como inerte de alguien que rescate algo
de mi corazón. Incluso es peor la postura pasiva de saber que el gran temor de
mi vida se está cumpliendo, el de acabar sentimentalmente solo, sin que mi
legado se lo lleve nadie. Volviendo a caminos pasados, atribulado por el pasado
cuando algo va mal. En general las cosas no van mal, no siento ninguna atadura
hacia nadie, pero sí que necesitaría tenerla para saber qué es más importante
en la vida para mí, si el establecerme, quedarme o salir fuera a una vida llena
de interrogantes. Lucho con gran encono para no quedarme pasivo con la inercia
propia de quien no desea más que saber. ¿Será que ya no quiero saber más? ¿Será
que ya he vivido todo lo que he podido sentimentalmente? En general lo dudo
pero a veces sé que estoy muy pasado de vueltas, que no quiero abrirme por mi
mismo más de lo que ya he estado abierto. No quisiera entrar en esa dinámica y
no creo que entre de lleno a ser un granuja. Me cuesta una barbaridad poder
expresarme con claridad. Me cuesta un mundo como nunca imaginé. Ello me
entristece profundamente. Es como si la capacidad de manejar mis dedos a través
de mi cerebro, como si la comunicación exquisita de antaño ya no existiera. Hablar
sobre amor era lo mío, ahora ya no sé qué es o no. He llorado demasiado, he
sufrido tanto como para desear mi propia muerte por tanto infortunio. Quizá si
cerrara lo ojos… Si los cierro me entra sueño y me sumerjo en un mundo de
imaginación. Quiero vivir en esos sueños en los que vuelvo a dormir en paz
porque todo está bien, porque siento el calor dulce de alguien que me agasaja,
que me mima, que levanta mi ego y que a cambio yo le entrego lo mejor de mi
corazón que es la completa y absoluta devoción y admiración por ella misma. He
conocido a un buen número de mujeres que en la teoría me han impresionado, pero
que luego no han estado a la altura de las últimas personas que lograron hacer
que mi corazón latiera como nunca. Ese cosquilleo, ese nervio, ese no saber qué
hacer, qué decir…tan inolvidable como entrañable. Ahora que permanezco con ojos
cerrados escribiendo o golpeando unas teclas todo va mejor. Este escrito
desordenado quiere o pretende expresar sólo
un grito calmado, casi tímido y sin hacer ruido por alguien que haga de mí un ser importante. Yo sé que lo soy para mi mismo, me valoro, me quiero, puedo
ser quien yo quiero ser, pero me gustaría poder compartir mi libertad con otras
personas. Quiero seguir amando. Eso es lo que le pido al nuevo año, que de
aquellos sucios lodos se produzca una limpieza y romper de una vez ya esa
inercia que creo ineluctable. Quiero volver a sentir ese paroxismo maravilloso
de querer alcanzar otros universos cabalgando encima de la luz de la estrella
del firmamento que jamás, nunca jamás se apagará. Es el último deseo de mi
vida, llegar a donde nadie ya cree que llegue, a ese infinito utópico,
contradictorio. A mirar hacia atrás no sólo con orgullo, sino con la certeza
de que todo salió como yo había deseado. Quiero que las canciones de amor
vuelvan a tener sentido, que nunca jamás vuelva a sentirme solo en mi soledad,
que nunca jamás vuelva a sentirme incomprendido, frío, lacerado por los
acontecimientos. Más, a veces pienso que es tan difícil que alguien toque la
tecla adecuada, que me es más sencillo tener ensoñaciones conmigo mismo
acompañado de mi “yo”, que de alguien que ejerza el arduo trabajo de encajar
las piezas de un macropuzzle como soy yo. Olvidar celos, dolor, olvidar el
pasado antes de esa mujer, que su cuerpo y el mío se fundan cada noche, que no
sea mucho o demasiado poco, que sea el justo equilibrio de lo profundamente perfecto
de la imperfección de dos personas que se saben independientes pero en el fondo
tan dependientes como del aprendizaje de la vida misma. Estas divagaciones son
las que echaba de menos. Es como volver a escribir la carta a los Reyes, como
cuando tenía doce años y pedía que llegase el amor correspondido. Quiero dejar
de asesinar primaveras, de ser masculino singular del verbo ombrófilo. Pido que
la temperatura, que su calor rompa en mil pedazos la coraza de este ser
nihilista e inocua ya a un sentimiento pasional. Quiero dejar de ser un
palimpsesto sentimental, borrar todo, volver a ser inocente, creer en
imposibles. Eso es lo que quiero, dejar de estar solo, y no estar por estar,
sino por querer estar acompañado. He llegado a la conclusión después de treinta
años, que es más difícil encontrar tu media naranja y no perder el jugo de la
misma y quedarte sin mitad, que una licenciatura, que ejercer de periodista,
que viajar a lo loco y sin dinero, que atravesar los largos valles marroquíes,
las altas montañas del Atlas. Porque el amor no es algo baladí, en mi caso se
trata de una carrera de fondo, es una ingeniería tan escrupulosa en su acción
como en su reacción. Ya he suspendido demasiados septiembres, me queda sólo una
asignatura pendiente. Creo haber aprendido lo suficiente como para ser
ingeniero de las relaciones amorosas, para llegar a convertir un arte como es
el amor al prójimo en algo de enjundia, que conjugue la imperfección necesaria
con un engranaje perfecto, que la quimera sea tan real como el suelo que piso. Sé
lo que quiero, sé mis defectos, mis pecados. Soy fruto maduro de mis vivencias.
Ahora quiero crecer desde esta madurez hasta un estado de paz prolongada,
duradera y tan cierta y llena de vida como el mismo sol. Quiero por fin brillar
con luz propia, y ser capaz, sobre todo ser muy capaz de que mi amor
incondicional signifique para esa mujer lo mismo que ella para mí. Quiero creer
que es posible. Quiero creer.
Pero digamos la verdad de todo. Veamos con luz sincera lo que ocurre. Aún
estoy loco por la última mujer. Ella cambió todo, absolutamente todo. Podría
contar todo pero es sencillo. Quiero poder olvidar, quiero poder ser de nuevo
independiente. Y ni su desaparición ha logrado soslayar nada, todo lo
contrario. Allá, en el fondo sé que lo que deseo es poner punto y final a esa
etapa. Y buscando de todas las maneras posibles no he sido capaz. Es indeleble.
Ella me enseñó tanto que después de ella, todo parece inocuo para mi corazón. Y
creo que ese es el motivo de que no escriba, porque quizás, no lo sé, todo
giraría en torno a ella. Y la amo tanto como para no escribir nada,
absolutamente nada. Pero aquí hago un alto en ese silencio. Ella me robó las
madrugadas… se metió en mi piel, en mi sangre, yo le robaba las mañanas, que
despertara conmigo… me sentía como si estuviera amando con una total y absoluta
beldad, libertad como nunca. Todo pasado se borró con ella aunque subyacía las
rémoras, ella lo hizo bien para borrarlo. Ahora ella, que fue borrador, es lo
que quiero borrar. ¡¡¡Y no lo consigo!! Y después de tanto tiempo, de tanto,
tanto tiempo, vuelvo a derramar lágrimas recordándola sin querer. Desgraciadamente
la amo. Por eso hay fechas que nunca olvidaré. Por eso tengo miedo a volver a
leer algo de ella, sus escritos, sus cartas, sus mensajes. Tengo miedo porque
aunque haya desaparecido, sigue estando muy presente. Aún no he superado esas
madrugadas en las que era imposible dormir sin escuchar su voz. Aún no logro
olvidar su voz, su sonrisa, sus jadeos. No he olvidado nada, ni lo malo.
Hablemos claro. En realidad mi
camino sólo pretende salir de mi mismo, dejar de ser reo de mis propios
sentimientos. Este cuerpo, este corazón tiene billones de parches, está
fraccionado en tantas partes que sólo deseo encontrarla de nuevo, empezar de
cero. Pero, ¿de qué valen mis deseos, mis pensamientos? Todos me conducen a una
visión errática. Ella nunca quiso comenzar de cero, ella nunca olvidó, ella…
Ella está tatuada, está en mí. Es duro escribir la verdad. Es duro reconocer lo
que nadie te pregunta, lo que no quieres ni mencionar. Pero he logrado
convivir, sobrevivir a todo ello y hacer como si no pasara nada. Más… no nos
engañemos, todo está ahí, a la espera de salir de este limbo de ninguna parte,
en la que ni me aman, ni puedo amar, sino sentir lo que sentía. Ella era morir
para vivir. Ella era una sombra para poder ver la luz, ella era el sol de
medianoche. Quizá por eso quiera emigrar. Sí, quiero destrozar mi cuerpo y mi
mente por no haber sido capaz de amar mejor, amar bien a la pieza hecha para mí.
Sé que muchos dirán –incluso ella- que si no acabamos juntos es porque no tenía
que ser mi mujer. Pero en mi cabeza, en mi corazón, en todos los aspectos ella
era la mujer perfecta, con todos sus pecados, sus imperfecciones. Era ella. Y
nadie se le parece, ni se le acerca. No necesito la perfección. Necesito un
amor como el que ella me dio. El mejor de todos. Loco y cuerdo, reo y libre.
No pensaba llegar a este punto. No
tenía pensado nada, sólo escribir, y las palabras me han llevado por este
camino. No ha sido buena idea hacer esto. No quiero volver a sentir este dolor.
¡¡No quiero!! No deseo volver a volverme loco, a tener las ansias de buscarla,
de cometer y decir las cosas que dije entonces. No lo deseo, no quiero, pero en
realidad, ese sería parte de mí, de mi locura oculta.
Ella ha sido la causante de todo
lo que soy yo ahora mismo. Cuando logré amarla de verdad, como ella merecía, ya
fue tarde, me quedé con su sonrisa, sus palabras, sus suspiros, aquella última
noche, juntos en la cama. Hay miles de recuerdos, millones de palabras como
nunca.
Y extirpo aquí las palabras que
me llevaron a un camino del que era desconocedor. Ya sé por qué cuesta
escribir, sabiendo que ella fue la última musa de todas mis historias.